Y comieron todos y se saciaron.
“…al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario…” El último de los profetas y el precursor muere en el martirio, y con él, toda la disposición con que el Antiguo Testamento podía regalar para reconocer y abrazar al Mesías verdadero, llega a la consumación. Ya no será solo por los dones regalados a Israel por el que los corazones se acercarán al Salvador. Será exclusivamente por la virtud y los méritos del Verbo encarnado, que va al desierto, allí donde no brotó ningún vástago, donde no hay ningún desentiende del árbol de David, donde va Cristo a predicar su Evangelio, y a derramar sus gracias y a cautivar los corazones con la caridad de su Divino Corazón, por cuya sangre derramada tuvo eficacia el Testamento Antiguo, toda alianza y todo sacrificio para Israel y para el bien de la nueva Jerusalén.
“Y El incita a los apóstoles a que partan el pan” (San Jerónimo) para que por su poder y en las manos de los discípulos, ante los ojos de la multitud, que prefirió el sustento espiritual antes que el temporal, se manifestara “por sus obras que todo lo visible es obra y creación suya, y hacernos ver de este modo que El es el que da los frutos y el que dijo al principio del mundo: «Que la tierra germine hierba verde» ( Gén 1,11) Porque no es menor obra que ésta la que ahora va a hacer, porque indudablemente no es operación más pequeña el alimentar con cinco panes y dos peces a tan numerosa multitud, que el hacer que la tierra produzca frutos, y las aguas reptiles y otros seres animados; todo lo cual nos prueba que El es Señor de la tierra y del mar. El ejemplo de los discípulos debe enseñarnos que aunque sea poco lo que poseamos, conviene que lo distribuyamos entre los necesitados; porque al mandar el Señor a sus discípulos que trajeran los cinco panes, no dicen éstos: Y nosotros, ¿con qué apagaremos nuestra hambre? Y por eso sigue: «Y habiendo mandado a la gente que se recostase sobre el heno, tomó los cinco panes y los dos peces, y alzando los ojos al cielo, bendijo», etc. ¿Y por qué alzó los ojos al cielo y bendijo? Porque quiso hacernos ver que El venía del Padre y era igual a El, demostraba que era igual al Padre por el poder, y que venía del Padre refiriéndolo todo a El e invocándolo en todas sus obras. Y para demostrar las dos cosas, unas veces obra los milagros con poder y otras con súplicas.” (San Juan Crisóstomo)
“Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos.” Es en la confianza de los apóstoles en la que se sustenta la Iglesia, en el poder del amor de Dios, en el abandono en la misericordia del Corazón de Cristo del que nada podrá apartarnos: “… ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús…” (Rom. 8, 37-39)