Tened los sentimientos de Cristo

Tened los sentimientos de Cristo

21 de febrero de 2024 Desactivado Por Regnumdei

Tomando como base el libro de San Alfonso Mª Ligorio “La Dignidad y Santidad Sacerdotal” creo conveniente presentar varias ideas de las cuales es necesario que se retomen.


 El sacerdote debe ser santo por su dignidad y debe tener una formación más que adecuada, porque representa a Cristo. Veamos algunas ideas de este santo con unos pequeños comentarios propios de este servidor.

“El sacerdote es ministro de Dios, encargado de desempeñar dos funciones en extremo nobles y elevadas, a saber: honrarlo con sacrificios y santificar las almas”. Sin lugar a dudas el santificar almas es su función principal, aquellos que tengan otro fin es necesario que se replanteen su vocación.

“El sacerdote ha de olvidarse de sus comodidades, ventajas y pasatiempos, para pensar en el día en que recibió el sacerdocio, recordando desde entonces ya no es suyo, sino de Dios”. En los seminarios es de extrema urgencia que se inculque esta frase, vemos muchas veces como el sacerdote vive de lujos, comodidades e incluso de poco tiempo para sus feligreses. Pero una de las tentaciones más fuerte es la del poder, por el que muchas veces se abandona la verdad o la intensidad de su defensa, se rompen lealtades, se quiebran confianzas, se manipulan las interpretaciones y los hechos, se simulan simpatías y amistades.

“Pues los labios del sacerdote deben guardar la ciencia, y la doctrina han de buscar su boca (Malaquías 2, 7)”. El sacerdote debe tener en su boca mente y corazón a Cristo.

Grave de hace entonces la inclinación del afán de novedades, de querer informarse de todo, de valerse de estrategias mundanas, de aplicar normas o criterios subjetivos que favorezcan solo a uno y se haga pesado e insoportable a los demás. La vigilancia del corazón es urgente para que los gestos y acciones sean expresión de un corazón noble, nunca manipulador, intrigante o insidioso.

“No imitemos la locura de los mundanos que no piensan más que en el presente”. Si bien es cierto que el sacerdote está inmerso en el mundo, no es de él puesto que pertenece a Cristo y la única dirección que debe indicar a sus fieles es el cielo.

La conducta debe ser sacra por que sacro es el corazón sacerdotal. Ni los modos, hábitos, lenguaje o parámetros deben contradecir la sacralidad del sacerdote.

“El diablo no busca tanto la perdida de los infieles y de los que están fuera del santuario, sino que se esfuerza por ejercer sus rapiñas en la Iglesia de Jesucristo, lo que le constituye su manjar predilecto, como dice Habacuc (…). No hay, pues, manjar más delicioso para el demonio que las almas de los eclesiásticos”. Hay que resistir el buen combate, mucha oración por parte del sacerdote y de los fieles para que no caigan en la tentación.

Un buen sacerdote es ponderado, equitativo, desprendido de la apariencia y vanidad humana, terrenal y técica

El verdadero sacerdote es aquel que ama a Jesús por sobre todas las cosas y que cumple a cabalidad el encargo de cuidar sus ovejas.


 

De la carta encíclica Mediator Dei de S.S. Pío XII

Cristo es ciertamente sacerdote, pero lo es para nosotros, no para sí mismo, ya que él, en nombre de todo el género humano, presenta al Padre eterno las aspiraciones y sentimientos religiosos de los hombres. Es también víctima, pero lo es igualmente para nosotros, ya que se pone en lugar del hombre pecador. Por esto, aquella frase del Apóstol: Tened los mismos sentimientos propios de Cristo Jesús exige de todos los cristianos que, en la medida de las posibilidades humanas, reproduzcan en su interior las mismas disposiciones que tenía el divino Redentor cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo: disposiciones de una humilde sumisión, de adoración a la suprema majestad divina, de honor, alabanza y acción de gracias. 

Les exige asimismo que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforme a las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando los pecados. 

Exige finalmente que todos, unidos a Cristo, muramos místicamente en la cruz, de modo que podamos hacer nuestra aquella sentencia de san Pablo: Estoy crucificado con Cristo