VER REZAR AL PAPA
Día tras día, trabajando en este Consejo Pontificio, descubro una dimensión a veces arrinconada: los musulmanes respetan a la gente que reza. Una liturgia o una Eucaristía bien preparadas y bien celebradas son un válido testimonio cristiano. No olvidaré nunca lo que me dijo, cuando trabajaba en la Secretaría de Estado, un embajador de religión musulmana…: «Después de tres años de misión ante la Santa Sede, lo que más me ha llamado la atención no ha sido vuestra postura política sobre Oriente Medio o el prestigio de la diplomacia vaticana, sino haber visto al Papa rezar».
Ciertamente los cristianos, –en las escuelas, universidades y hospitales que mantenemos en los países de mayoría musulmana– cuidamos solícitamente de dar testimonio del amor hacia todos y sin condiciones o distinciones, y nuestros amigos musulmanes aprecian sinceramente esta actitud. Día tras día, trabajando en este Consejo Pontificio, descubro una dimensión a veces arrinconada: nuestros amigos musulmanes respetan a la gente que reza. Una liturgia o una Eucaristía bien preparadas y bien celebradas son un válido testimonio cristiano. No olvidaré nunca lo que me dijo, cuando trabajaba en la Secretaría de Estado, un embajador de religión musulmana que vino a hacer la tradicional visita de despedida: «Después de tres años de misión ante la Santa Sede, lo que más me ha llamado la atención no ha sido vuestra postura política sobre Oriente Medio o el prestigio de la diplomacia vaticana, sino haber visto al Papa rezar». Creo que esto es para nosotros como una invitación a ser siempre personas de fe, a no tener nunca miedo de manifestarla. Naturalmente pueden existir obstáculos externos (la discriminación por motivos religiosos) o incluso internos (ignorancia, pecado) que hacen que nuestro testimonio no sea siempre luminoso.
Es importante que quien entra en diálogo tenga una idea clara del contenido de su propia fe y un perfil espiritual bien determinado: no puede haber un diálogo basado en la ambigüedad. Por desgracia, muchos jóvenes cristianos tienen una idea superficial del contenido de su fe; por esto es una gracia enorme tener a un Papa como Benedicto XVI, que sabe dar testimonio y enseñar que nuestra fe no es un sentimiento o una emoción –quizás también lo es, en algunos momentos– y desde luego no es un mito. Jesucristo existió, fue un hombre en medio de los hombres, vivió en un periodo y en un lugar históricamente determinados de la historia, murió y resucitó. El Papa Benedicto nos habla también del equilibrio entre razón y fe. Decía en una homilía pronunciada en Alemania: «La fe es sencilla. Creemos en Dios, principio y fin de la vida humana. En el Dios que entra en relación con nosotros, los seres humanos». Pero se preguntaba: «¿Es algo razonable?», y precisaba: «Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad» (santa misa en Regensburg, 12 de septiembre de 2006).
Junto con la fe y la razón, también es importante la amistad. El diálogo interreligioso no es un diálogo entre las religiones, sino entre los creyentes llamados a testimoniar en el mundo de hoy que no solo de pan vive el hombre. Todo empieza con el respeto para acabar en una amistad respetuosa.Cuando estamos ante alguien que cree y reza de distinta manera que nosotros, lo primero es tomarse el tiempo para conocerle, para comprender sus aspiraciones espirituales; luego revisaremos lo que nos distingue y lo que, en cambio, nos une. Y si existe un patrimonio común, entonces todos debemos ofrecerlo a la sociedad que nos rodea, porque el diálogo religioso no está destinado a mi comunidad, sino a la otra, a la de mi interlocutor. El diálogo es una apertura que nos llama a acercarnos con delicadeza a la religión y a la cultura de los demás.
¿Qué es lo que me ayuda en mi trabajo? El testimonio admirable de los cristianos que he tenido la gracia de conocer en países de Oriente Próximo, del Lejano Oriente y recientemente en África. Su adhesión convencida a la fe, su fidelidad a la Iglesia, el afecto filial que tienen al Papa, todo esto es una gran ayuda para todos. Jesús está allí en estas pequeñas comunidades. Es la fe de los sencillos, disponibles a acoger al obispo que les visita, a pedir una bendición, porque saben mediante una fe intuitiva que la Iglesia es una familia.
Después de mi ordenación sacerdotal no me imaginaba, por supuesto, que viviría mi sacerdocio practicando el diálogo, primero “diplomático”, hoy “interreligioso”, aunque, en las estampitas de mi ordenación sacerdotal, mandé imprimir las palabras de Pablo a los Corintios: «Somos embajadores de Cristo: como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios» (2Co 5, 20).
He de confesar que el dialogo interreligioso me ha permitido profundizar en mi fe, porque cuando le pregunto a alguien cómo vive su fe, sé que mañana me harán la misma pregunta a mí. En el mundo pluralista de hoy, estamos llamados cada vez más «a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza… con dulzura y respeto», como recomendaba Pedro (1P 3, 15-16).
Recientemente estaba en Nigeria y me invitaron a visitar una escuela profesional fundada por un sacerdote, que acoge durante dos años a jóvenes, tanto musulmanes como cristianos. Admiré el respeto mutuo que demostraban, la alegría de estar juntos y también la dimensión religiosa que ese sacerdote ha sabido infundir en ellos, sin relativismo o sincretismo.
Estoy convencido de que es posible vivir juntos en las sociedades humanas desgarradas por tanta violencia y ser, como creyentes, fermentos de perdón, reconciliación y paz.
En fin, en varias ocasiones me han preguntado si “el presbítero Tauran” logra dar testimonio dentro de sus compromisos institucionales.
No sé si mi vida ha sido un testimonio creíble, pero después de mi ordenación he tenido siempre una convicción: primero debo ser sacerdote, sean cuales sean las circunstancias. Lo importante para un sacerdote, pero también para los fieles, es que mediante nuestra vida de cada día quien no conoce a Jesús pueda “entrever” su presencia en medio de nosotros. De ahí la importancia de una Iglesia unida y misionera.
Dentro de unos días pronunciaré en Rouen el panegírico de Juana de Arco y meditaré sobre algunas frases que ella pronunció antes de morir. Quisiera mencionar una que aprendí en los años del seminario: «Dieu fait ma route / Dios traza mi camino». Lo importante en la vida de todo cristiano, y con mayor razón para un sacerdote o un obispo, es cultivar la libertad interior para permitirle a Dios que realice, a pesar de nuestros límites, su proyecto: reunir a todos los hombres en una única familia.
Reflexiones del presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo interreligioso Cardenal Jean-Louis Tauran