Idoneidad
Idoneidad de quién participa en la labor apostólica de la Iglesia: (Quienes colaboran en las catequesis, obras de caridad, organizaciones, cofradías y estructuras eclesiales).
Diversos citas y apuntes
Dar testimonio con su vida. El Papa Pablo VI, en su exhortación apostólica La Evangelización en el mundo contemporáneo, al hablar del espíritu de la evangelización, pone en primer lugar la acción del Espíritu Santo y a continuación el testimonio del evangelizador. Algunas frases: “La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio” (EN 21). “Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación… Sin andar con rodeos podemos decir que en cierta medida somos responsables del Evangelio que proclamamos… Es necesario que nuestro celo evangelizador, alimentado con nuestra oración y sobre todo con la Eucaristía, redunde en mayor santidad del predicador… El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sine esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de nuestro tiempo” (EN 76).
No es criterio para participar en las labores apostólicas de la Iglesia el necesitar ocupar su tiempo. Debe ser más bien una respuesta al llamado que hace el Señor de trabajar en la míes, donde son pocos los operarios, para transmitir su doctrina, no la propia; proclamar su Magisterio no los criterios personales; bajo la guía de sus pastores no del propio parecer, las costumbres locales o el influjo de quienes discrepan de la Iglesia; conformándose a su vida, configurándose con el Señor, no teniendo una obrar distinto o contrario al ser der Cristo, expresado claramente en sus preceptos y exigencias del Evangelio.
La fe del evangelizador se manifiesta en su piedad y en el estilo de vida diaria; su amor a la Iglesia y la comunión con los Pastores (Beato Juan Pablo II)
«Fundamento de la personalidad del catequista, además de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, es, pues, un llamamiento específico del Espíritu, es decir, un «carisma particular reconocido por la Iglesia» hecho explícito por el mandato del Obispo. Es importante que el candidato a catequista capte el sentido sobrenatural y eclesial de ese llamamiento, para que pueda responder con coherencia y decisión como el Verbo eterno: «He aquí que vengo» (Hb 10,7), o como el profeta: «Heme aquí, envíame» (Is 6,8).»
Por eso el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta una consideración privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la Redemptoris Missio describe a los catequistas como «agentes especializados, testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza fundamental de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes». El mismo Código de Derecho Canónico trata aparte el asunto de los catequistas comprometidos en la actividad misionera propiamente dicha y los describe como «fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su vida cristiana, los cuales, bajo la dirección de la Jerarquía, se dediquen a explicar la doctrina evangélica y a organizar los actos litúrgicos y las obras de caridad».
Esta amplia descripción de la misión del catequista corresponde al concepto esbozado en la Asamblea Plenaria de Obispos, en el 1970: «El catequista es un laico especialmente encargado por la Iglesia, según las necesidades locales, para hacer conocer, amar y seguir a Cristo por aquellos que todavía no lo conocen y por los mismos fieles».
De aquí surge la necesidad de coherencia y autenticidad de vida en el catequista. Antes de hacer catequesis, debe ser catequista. (La verdad de su vida es la nota cualificante de su misión! (Qué disonancia habría si el catequista no viviera lo que propone, y si hablara de un Dios que ha estudiado pero que le es poco familiar! El catequista debe aplicarse a sí mismo lo que el evangelista Marcos dice con referencia a la vocación de los apóstoles: «Instituyó Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (cf. Mc 3,14-15).
Carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios (Cap. 1, 1–5, 2: Funk 1, 191-195): Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que mirando en él el poder de Dios Padre le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos ancianos no menosprecian su juvenil condición, que salta a la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo invisible; es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.
Es pues necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia, pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.
En el Motu Proprio «De caritate ministranda», sobre el servicio de la caridad que entró en vigor el 10 de diciembre. El Papa asegura que “el servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia”, que “todos los fieles tienen el derecho y el deber de implicarse personalmente para vivir el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó brindando al hombre contemporáneo no sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma” y que “la Iglesia está llamada a ejercer la diakonia de la caridad en su dimensión comunitaria, desde las pequeñas comunidades locales a las Iglesias particulares, hasta abarcar a la Iglesia universal; por eso, necesita también «una organización (…) que a su vez se articula mediante expresiones institucionales”
“en la medida en que dichas actividades las promueva la propia Jerarquía, o cuenten explícitamente con el apoyo de la autoridad de los Pastores, es preciso garantizar que su gestión se lleve a cabo de acuerdo con las exigencias de las enseñanzas de la Iglesia y con las intenciones de los fieles y que respeten asimismo las normas legítimas emanadas por la autoridad civil”.
art. 4. «Corresponde al respectivo Obispo diocesano vigilar a fin de que en la actividad y la gestión de estos organismos se observen siempre las normas del derecho universal y particular de la
Iglesia, así como las voluntades de los fieles que hayan hecho donaciones o dejado herencias para estas finalidades específicas «
art. 7 (…) «los agentes» deben ser personas que «al menos respeten, la identidad católica de estas obras»
art. 10 «En particular, el Obispo diocesano debe evitar que los organismos de caridad sujetos a su cargo reciban financiación de entidades o instituciones que persiguen fines en contraste con la doctrina de la Iglesia.»
y art. 11 «El Obispo diocesano debe, si fuera necesario, hacer público a sus fieles el hecho que la actividad de un determinado organismo de caridad ya no responde a las exigencias de las enseñanzas de la Iglesia, prohibiendo por consiguiente el uso del nombre «católico»»
Carta a los Magnesios de San Ignacio de Antioquía, llamado Teóforo, a la Iglesia de Magnesia sobre el Meandro
Es congruente, pues, no sólo llamarse cristiano, sino también serlo: no como algunos, que honran al obispo con la boca, pero hacen todo fuera de su autoridad. Los tales no me parecen de una conciencia bien formada, porque no se reúnen legítimamente y conforme al mandamiento.
Mas como todo tiene su fin, dos cosas se nos proponen juntamente: la muerte y la vida. Y cada uno ha de ir a su propio lugar. Pues como hay dos clases de monedas, una de Dios y otra del mundo, y cada una tiene su propio cuño grabado, así los no creyentes son de este mundo, mas los creyentes tienen en la caridad el cuño de Dios Padre por Jesucristo, cuya vida no tenemos en nosotros, si espontáneamente no estamos dispuestos a morir a imitación de su pasión.
Pues, bien, después de haber visto y abrazado en las personas antes mencionadas a vuestra comunidad entera en la fe, os exhorto a hacerlo todo con tesón e inteligencia con Dios, bajo la presidencia del Obispo en lugar de Dios, de los presbíteros en lugar del consejo de los apóstoles, y de los diáconos mis delicias, encargados del servicio de Jesucristo, El que antes de los siglos estaba al lado del Padre, y al fin apareció (en el mundo).
Todos, pues, tomando por modelo la concordia divina, respetaos mutuamente; nadie mire al prójimo según la carne, ¡más bien amaos siempre en Jesucristo. ¡Nada hay entre vosotros que pueda dividiros, sino estad unidos al Obispo y a los superiores como ejemplo y enseñanza de inmortalidad!.
Y así como el Señor nada hizo sin el Padre, siendo uno con Él, ni por sí mismo ni por los apóstoles: así vosotros nada hagais sin el Obispo y los presbíteros. Tampoco os parezcan encomiables reuniones por separado y particulares: sino en la asamblea común haya una oración, una súplica, una mente, una esperanza en caridad, en irreprochable alegría.
¡Uno solo es Jesucristo; nada mejor que Él!. Todos, pues, concurrid como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo, salido del único Padre, con quien coexiste y a quien volvió.
No os engañeis con doctrinas extrañas ni con mitologías antiguas e inútiles. Porque, si hasta ahora seguimos viviendo según el judaísmo, cofesamos no haber recibido la gracia. Porque los divinísimos profetas vivieron conforme a Jesucristo. Por eso también fueron perseguidos, inspirados como estaban de su gracia para convencer a los infieles de que existe un solo Dios, el cual se hizo manifiesto en Jesucristo, su Hijo, que en su Verbo Eterno, no salido del «Silencio»(Sigé)1 , que en todo fue la complacencia del que le envió.
Pues bien, si los que siguieron el orden antiguo llegaron a la esperanza nueva, no ya observando el sábado2 ,sino el día del señor, en el cual también surgió nuestra vida por él y por su muerte, lo que algunos niegan, -por ese misterio recibimos la fe y por él resistimos para ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro único Maestro- ¿cómo podríamos nosotros vivir fuera de Él, a quien hasta los profetas, sus discípulos en espíritu, esperaban como a su Maestro?. Por eso Él, después de su venida -por ellos justamente esperada- los resucitó de entre los muertos.