Ginecólogo corrige a jesuita proaborto

Ginecólogo corrige a jesuita proaborto

8 de agosto de 2012 Desactivado Por Regnumdei

REDACCIÓN HO.– Esteban Rodríguez, portavoz de Ginecólogos DAV, en carta abierta a Masiá, aclara: destruir la vida de un paciente nunca es una obligación de la Medicina. E interpela: ¿»respetar la decisiones homicidas» implica tener que satisfacerlas?, y si es así: ¿qué institución se supone que deberá hacerlo? ¿La Compañía de Jesús, el Instituto Borja de Bioética, el diario El País?

El País se va a Tokio para encontrar a un disfrazado de católico que justifique el aborto


El Dr. Esteban Rodríguez Martín es el autor de la Carta a abierta al Padre Juan Masiá Clavel.

Este jesuita díscolo, profesor de bioética en Tokio, que afirmaba que el «dios padre-madre» en el que él creía no era el Dios de Rouco y Camino, ya ha sido llamado al orden en varias ocasiones por sus heréticos posicionamientos. A pesar de haber recibido una orden de la Compañía, de parte del provincial de Japón para que cesara su actividad «literaria» en España, el irredento presbítero vuelve a las andadas con esta tribuna de El País para justificar el homicidio de ciertos pacientes fetales. Motivo por el cual me dirijo a él personalmente en esta carta.

 

Estimado «Padre-Madre» Juan Masiá:

Entiendo que su meliflua tribuna no la debe escribir como sacerdote y moralista católico aunque diga serlo, tampoco como ginecólogo ni jurista como reconoce, sino que debe escribirla como «consultor espiritual» más bien de alguna secta sintoísta japonesa de la new age, a pesar de decir usted que lo hace como profesor católico de bioética. Parece usted otro de esos teóricos de la bioética que aboga por la eliminación de algunos seres humanos pero que nunca mancharía sus «católicas» manos con sangre inocente. Su posición es más bien la del demócrata Pilatos que, cediendo a respetar lo que el pópulo decida, se lava las manos. Así alguien podría pensar que se convierte usted en cómplice de los anticristianos fariseos, o más modernamente, de los laicistas anticristianos.

De su carta se desprende que usted atiende una especie de consultorio y que es allí dónde tiene contacto con el aborto, pero no nos aclara de qué tipo ¿se trata de un despacho parroquial?, ¿de un confesionario?, ¿de un gabinete de psicología?, ¿de una consulta de psiquiatría? Si fuese alguno de los dos últimos podría estar cayendo en el intrusismo profesional y si desde los primeros, en pecado de escándalo.

Abortar es un trauma, pero es un mal “chiquitito”.

Empieza usted su artículo hablándonos del trauma que supone un aborto, algo en lo que coinciden tanto los defensores de la vida como los abortistas de salón y los aborteros. Nos cuenta usted que en su despacho constata que ninguna mujer aborta a su hijo con grave malformación a la ligera y que tampoco sin sufrimiento las mujeres deciden defender la vida de sus hijos discapacitados hasta el final. Nos dice: «en ninguno de ambos casos, reitero, descubrimos indicios de que hayan tomado la decisión a la ligera, sin sufrir ni dudar». La cuestión es obvia: el aborto es un trauma, pero ¿qué es lo que genera el sufrimiento y la duda de esa decisión? ¿Por qué es un trauma, digno de ser evitado o incluso impedido? Es ahí donde a usted no le interesa profundizar. El sufrimiento, la duda y el trauma se deben a que lo que una mujer se plantea decidir es si va a pedir a otros que le maten al hijo del que está embarazada. Por tanto, su coartada de que para la mujer es un «mal menor» hace aguas. Lo que se planeta decidir, no es sino un inmenso mal: matar a un hijo enfermo antes de que nazca y tenga que cuidar de él de por vida. Si para ellas no fuese un mal mayor, tenga por seguro que no asistirían a su consultorio. Tenga por seguro que la tasa de intento de suicidio no llegaría al 40%.

El moralista en el consultorio.

Nos cuenta usted también que en su consultorio acompaña a las personas: 1) doliéndose con el doliente, 2) ayudándolas a decidir con la información adecuada y su apoyo personal, 3) respetando su decisión sin imposición prohibitiva ni complicidad permisiva, 4) sin condenarla aunque su decisión sea inmoral y 5) sin abandonarla cuando llegue el trauma. Y eso está muy bien, más o menos lo que hago yo en el mío, pero lo de la “información adecuada” y el “apoyo personal”, viendo como razona me deja muy preocupado. Por lo demás me parece que implícitamente es usted consciente de que el trauma postaborto llega, cosa que no ocurre si no hay aborto. Sin entrar en su obligación como pastor de almas ya existe un motivo médico, y por tanto científico, para desaconsejarlo con firmeza. Pero no se trata de que usted condene o no porque no tiene potestad para ello, si acaso la tienen los jueces y Dios. Bastaría con que usted muestre su desaprobación de manera clara y firme porque un niño en gestación será matado y la mujer sufrirá daños. Usted no puede condenar, sin embargo son las mujeres las que a menudo se condenan y no se perdonan. Como sacerdote su misión no es condenar, sino llevar al fiel al arrepentimiento para que la gracia del perdón pueda actuar y así se consiga una sanación de su alma y su espíritu y, en no pocas ocasiones, de su cuerpo. Me pregunto cómo hará usted eso de respetar que se mate a un inocente “sin imposición prohibitiva ni complicidad permisiva”. Y también me pregunto si en un país en el que el aborto eugenésico siguiera siendo delito, su “respeto” significaría el encubrimiento. Más adelante le argumentaré sobre su pretendida neutralidad.

Yo no sé qué tipo de moralista será usted (o mejor sí lo sé) pero un moralista católico, como dice usted ser, no se limita a decir que un aborto «no sea deseable», sino que lo que dice, como usted bien sabe, es que es un «crimen nefando» penado con excomunión lateae sententiae. ¿Les aclara eso a sus pacientes, clientes, fieles o alumnos? ¿En su “información adecuada” les aclara que abortar, incluso a un “malformado” implica la excomunión automática? ¿Les informa de que es una decisión siempre gravemente inmoral y un pecado mortal? Por tanto, Padre Juan, no sé a quienes pretende usted engañar ni a que “príncipe” sirve cuando lo único que dice del aborto es que “no es deseable” y que “no lo condenamos moralmente”. Tampoco un moralista, salvo que sea un relativista moral, está obligado a respetar una decisión inmoral, por muy meditada y sopesada que esté, y menos aun si está basada en un error de conciencia. También los soldados y médicos nazis que obedecían órdenes de exterminar a judíos y discapacitados lo hacían creyendo en conciencia que hacían lo correcto.

Un moderado demasiado radical

Su posición por tanto, por mucho que presuma de moderado, no es neutral. Esa pretendida neutralidad se convierte en doble moral, es decir, que el mal que no desearía para usted lo acepta para otros. Porque siendo un hecho objetivamente malo y no deseable para nadie, lo da por bueno o por “mal menor” solo por haber sido meditado por algún tiempo y suponer una difícil decisión. Como si la dificultad en una decisión criminal añadiera virtud al resultado. Usted hace gala de una ideología radical: la ideología abortista prochoice (pro decisión) que respeta la autodeterminación de la madre para decidir eliminar a sus hijos antes de parirlos, así que no es neutral. Ningún pretendido derecho de autodeterminación puede legítimamente ser respetado si para hacerlo efectivo implica la matanza de inocentes, lo contrario sería un postulado terrorista. Y en este caso los niños que n
acerían enfermos, incluso si fueran a morir pronto, no son culpables de ser como son ni de su enfermedad, son inocentes del delito o agravio que se les imputa y que se castiga con pena de muerte.

Por tanto, muy señor mío, eso que dice usted de que «si no lo condenamos moralmente tampoco aceptaremos que legalmente se penalice”, es una falaz demagogia con el disfraz de una ética de muy bajo perfil; la condena moral es indiscutible y por tanto también la penal, pues un ser humano inocente de culpa y sin capacidad de defenderse será discriminado a muerte por su salud y su edad. Sería lo mismo que decir que; como moralmente entendemos que un padre necesitado robe, o que un señor con prisa se salte un semáforo en rojo, no aceptaremos que a uno se le imponga una pena y a otro se le multe.

Tanto la condena moral como la penal, no vienen de que no entendamos la tribulación de la madre en su infortunio, sino del hecho de que su decisión implica segar la vida de una persona en gestación. Y la pena no recae tanto sobre la madre, que podrá tener algunos eximentes dado que nunca fue ninguna encarcelada, sino sobre las instituciones y personas que facilitan y ejecutan el aborto, sea un usurero licenciado en medicina, una lucrosa curandera clandestina o un “caritativo” cura jesuita.

Respeto a decisiones homicidas

Dice usted respetar decisiones homicidas, muy bien usted sabrá. ¿Pero me quiere decir si ese respeto implica ayudar a una mujer a qué la lleve a cabo? Eso debe ser a lo que se refería cuando nos hablaba del “apoyo personal” ¿no? ¿Me quiere decir usted cómo entiende la tribulación y el infortunio, usted mismo se prestaría a matar al hijo de una mujer embarazada que se lo pidiese si estuviese enfermo o tuviese corta esperanza de vida? Si no lo haría usted, en el supuesto de que pudiera, ¿qué le hace pensar que otros deban tener la obligación moral de hacerlo y satisfacer un deseo o una decisión criminal? ¿Quiénes son esos otros que deberán hacerlo, según usted? ¿Qué institución, la Compañía de Jesús, el Instituto Borja de Bioética, el diario El País?

El erudito en ética se rasgas las vestiduras

Usted, que va de erudito en ética, se rasga las vestiduras acusando de “simplistas” a los que no son partidarios de matar a los enfermos, y nos llama simplistas porque usted considerará respetable que algunos enfermos sean matados. Y esto nos lo dice en un país con coladeros que originan 3000 abortos eugenésicos – ahora sin plazo límite- cada año, en el que la esperanza de vida de un Down es de 150 días y en el que existe un rutinario sistema de selección prenatal eugenésico, gracias al cual 9 de cada 10 niños que deberían nacer con Sd. Down son ejecutados, amén de tantos otros que los son por cardiopatías curables, labios leporinos, enanismos, espinas bífidas, etcétera. Puede que sepa algo de ética, pero de deontología médica y del ethos hipocrático demuestra el mismo conocimiento que la Señora Aido.

No amigo, no es función del médico seleccionar y matar a sus pacientes por graves que estén o por poca esperanza de vida que tengan. Hay una diferencia ética sustancial entre dejar morir en condiciones extremas y entre matar deliberadamente.

Lo que más molesta de sus postulados, tan “éticos y académicos”, a quienes no nos movemos en el marco teórico de un aula sino en la trinchera de la asistencia cotidiana y nos partimos el pecho por tratar de rescatar del aborto a toda mujer que se lo plantea, es que dé a entender que debemos ser los ginecólogos los que asumamos la función de verdugos mediante una interrupción homicida de la gestación en esos casos en los que a usted le parece que no se trata de la gestación de seres humanos sino de desechos reproductivos. Y nos falta el respeto, a reglón seguido, metiendo en el ajo criterios económicos como que si la ley de dependencia no está suficientemente dotada. Básicamente su argumento es: como no hay dinero mejor que los maten los ginecólogos que para eso los diagnostican. Al menos no ha caído en el tópico sentimentaloide de “obligar al sufrimiento” como su correligionario el ex-Dr. Javier Esparza, otro hombre senil que también cooperaba en El País para que matar a los más vulnerables siga siendo una función de la medicina y un derecho del hembrismo laicista de la izquierda más extrema.

Casos y casos; de anencéfalos y agenesias renales

Nos dice usted que no va tratar el tema del comienzo de la vida humana ni de su destrucción antes de los dos meses de iniciada ésta, pues menos mal; esa lección de embriología que me ahorro darle. Sin embargo sí osa usted hablar de anencéfalos y agenesias renales bilaterales. Del anencéfalo nos dice usted que no es una persona, y que respetar su vida no se debe a que constituya una realidad corporal personal puesto que le faltan algunas estructuras que le parecen básicas, sino que debe ser por otras razones. ¿Esto qué quiere decir qué si usted, mayor ya, sufriese un accidente cerebro vascular que dañara algunas de sus estructuras cerebrales tendríamos derecho a matarlo porque ha dejado de ser persona?, ¿Qué si ese niño no fuese diagnosticado prenatalmente y naciera anencéfalo podríamos matarlo porque se trata de una rata o de un monstruo como han dicho otros abortistas de salón?

Esto podría no sorprendernos demasiado de alguien como Peter Singer o H.T Engelhardt pero que lo diga un cura jesuita por muy progre que sea, sería motivo de excomunión. ¿Nos quiere decir usted que ese ser humano anencéfalo carece de alma y de espíritu, o es que se ha vuelto tan desalmado que ha dejado de creer en el alma o en que, como revela Dios a través de San Pablo, la persona no es solo cuerpo sino que está integrada por cuerpo, alma y espíritu? No sé qué pensará de usted San Ignacio de Loyola después de sus esfuerzos para convencer al mundo de que los indígenas también tenían alma y por tanto eran personas con igual dignidad.

 

Myah Walker con su bebé Faith

Padre Juan, mire usted esta foto de un anencéfalo con su madre, lea su historia y díganos usted que no es una persona, que no tiene alma y por lo tanto se le puede matar.

También nos dice que el caso de una agenesia renal bilateral es comparable al anterior porque “no podrá llegar a realizar acción humana, porque no sobrevivirá”. ¿Acción humana? ¿Tampoco tiene alma, Padre Juan? Si yo le contara el caso de Sandra no me creería. Sandra tiene hoy siete años y eruditos expertos en diagnóstico prenatal le dijeron a su madre que carecía de riñones, que tenía muy poco líquido amniótico y que moriría, y que lo mejor era inyectarle una solución de cloruro potásico en el corazón para matarla y provocar un parto. Su madre no se fió y el caso es que Sandra nació perfectamente sana. Si ya tampoco cree en los milagros ni en la infalibilidad del Papa, Padre Juan, al menos sí creerá que los médicos no son infalibles. Pero, ¿y si ese niño tuviera una misión en esa familia? ¿Tendría que haber abortado la Virgen María porque su hijo solo iba a vivir 33 años y morir con mucho sufrimiento? ¿La veneraría si lo hubiese hecho o sólo la respetaría?

En cualquier caso, si no sobrevivirán ¿qué prisa tiene usted en matarlos? ¿No tienen derecho a vivir en el interior de sus madres hasta que se mueran? ¿No sabe que para la salud de la madre tiene muchos menos efectos negativos que su hijo muera naturalmente cuando haya de morir que participar de manera intencionada en su muerte? Sí, ya sé que de medicina no tiene mucha idea, pero seguro que como cura de almas se habrá encontrado con no pocos casos como para atreverse a desaconsejar siempre esos abortos, si no por inmorales, sí al menos por insalubres. Y por supuesto, tiene experiencia y formación como para condenar desde un punto de vista ético una ley que estuviera favoreciendo semejante daño a la mujer.

El parapeto en otro cura de paisano y mundana gloria

Luego nos cita a otro teólogo moral pero ginecólogo
, otro jesuita de mundana gloria, cura de paisano y profesionalizado en la bioética de salón. Seguro que también es de los que van a misa y comulgan como usted, como si eso por sí mismo tuviese que darle más autoridad. Nos cita al Dr. F. Abel, que dice que cuando una mujer decide abortar tras un diagnostico prenatal “debemos respetar a las personas que se encuentran en esta situación y las decisiones que toman” (Diagnóstico prenatal, Instituto Borja de Bioética, 2001, pp. 3-26).Su trayectoria será admirable, sin embargo ese paternalista intento de moralizar a toda una profesión, no es demasiado afortunado. Debe tratarse de una deformación profesional, por tratarse de otro “padre” jesuita y “moralista”.

 

Doctor Esteban Rodríguez Martín, ginecólogo

Ya conocemos los postulados de esa ideología prodecisión de matar que infecta a casi todos los expertos en diagnóstico prenatal y a todos los programas institucionales. Puede leer mis trabajos de investigación en esta materia: “La extensión de las prácticas eugenésicas a través de diagnóstico prenatal en el ámbito sanitario español” (Cuadernos de Bioética 77/ 2012, págs. 53 a 70) o el capítulo V , “Diagnóstico prenatal y aborto eugenésico” en “La desprotección del no nacido” ( R. Germán, EIUNSA 2012 págs. 109 a 148) Ya sé que usted no utiliza argumentos religiosos, yo tampoco. Pero es que usted es teólogo y cura y es su misión. Yo soy obstetra y mi misión custodiar la vida humana en sus inicios y velar por la salud de la mujer, y por tanto defenderlos de auto-encumbrados personajillos como usted. Usted será profesor de bioética pero ni usted ni Francesce Abel i Fabre (que en paz descanse) están en condiciones de darme ninguna lección en esa materia. Hay actitudes e ideas que no tienen nada de respetables.

Esta posición de estos teólogos del respeto a cualquier cosa menos a la vida gestante, tan modernos ellos, no dista mucho de aquella que imperaba en la carca Roma de la decadencia, como le recordaba mi abogado D. Javier Pérez Roldán, padre de una niña con espina bífida, a su compañero de tribuna. Entonces los padres también tenían derecho a decidir sobre la vida de los hijos (patter nacisque potestas)

Lo malo e indignante de ese posicionamiento respetuoso con el crimen, repito, es que “respetar la decisión” homicida de la mujer en situación dramática supone obligar a la Medicina a complacer ese “deseo” tan meditado y tan atribulado. Por eso, yo también le voy a citar un frase de otro “moralista” también dirigida a los médicos civiles y militares: ”Quedan autorizados para disponer cuánto sea necesario, a fin de que los enfermos considerados incurables, a tenor de los conocimientos actuales, se los pueda eliminar físicamente para poner fin a sus sufrimientos”. (Adolf Hitler. Cancillería del Fuhrer. Berlín, 1 de septiembre de 1939).

El cura político

Al final de su tribuna hace un llamamiento a la responsabilidad ética de los políticos y cuestiona la credibilidad de algunos si no son de izquierdas como usted, a los que parece atribuir gratuitamente bastardas motivaciones, como hacía el jubilado neurocirujano de quien echaba mano El País un par de días antes que de usted.

Sin embargo en una cosa tiene razón; en que es necesario ayudar a las familias que tengan hijos discapacitados. Por ello, además de pedir dinero (que por ejemplo se podría obtener de los ingresos de la lotería nacional y las quinielas,  de un impuesto especial a los deportistas y artistas de élite y a grupos de prensa de grandes ingresos), en vez de tratar de manipular a la opinión pública a través de su tribuna, debería sostener que una ley verdaderamente cabal y justa debería facilitar que aquellos padres que no quieran o no puedan hacerse cargo de la crianza de sus hijos discapacitados no estuvieran obligados a hacerlo, a la vez que garantizar el derecho a seguir vivo, hasta su muerte espontánea, de aquellos seres humanos que se desarrollan con discapacidad. Y en esos casos, a facilitar que pudieran encontrar a personas que sí estuvieran dispuestas a acogerlos, a criarlos y darles el cariño que merecen cuando sus padres biológicos no quieran, no sepan o no puedan. Pero matar a una persona que nacerá con discapacidad o sin ella, querido Padre Juan, será un poder que algunos tienen sobre los más vulnerables, pero nunca un derecho ni algo respetable aunque una ley humana lo diga. Plagiando a mi abogado: “En occidente tenemos la suerte de que prosperó la razón benéfica del ágora de Atenas sobre el terror eugenésico del Taigeto espartano ¿usted que es, ateniense o espartano?”.

Falso profeta

Por último, y si me  permite la osadía le daré un consejo espiritual. Usted es Padre, que no madre, como Dios. Aunque no esté casado, es el padre espiritual de aquellos que  les han sido encomendados. No pierda ninguna de esas almas, no aborte a ninguno de sus hijos espirituales llevándolos a la perdición y recupere la fe, pídala. Porque parece que renegando de la “ley natural” atiende a la “ley del deseo” y porque da la impresión de que nos viene a decir que Dios se confunde al permitir la existencia de estos semejantes y  que usted es más sabio, y por tanto capaz de corregir los errores de Dios.

Sí, ya sé que en los medios que usted frecuenta y que alardean de que es usted jesuita y profesor de una universidad católica, a mí me tildarán de pepero (a pesar de haber sido candidato a las andaluzas por Familia y Vida) y de ultra católico, tanto como el mismísimo Jesucristo que vive y reina por los siglos, aunque no sepan si quiera si soy creyente. Pero piense una cosa: ¿en qué posición le deja eso a usted, en la de infra católico quizá? Como reverendo debe ser muy preocupante que agnósticos, ateos, laicistas, apóstatas, neopaganos y seguidores de la new age sean quienes  aplaudan su “bioética”. Por sus frutos conocemos a los falsos profetas.

 

Esteban Rodríguez Martín

Presidente de la Comisión Deontológica de Ginecólogos DAV