Eutanasia para descartar

Eutanasia para descartar

23 de octubre de 2023 Desactivado Por Regnumdei

No es cierto que haya una demanda social de la Eutanasia por parte de los enfermos terminales.


La eutanasia tiene efectos dañinos irreparables sobre terceros más débiles.

La reciente propuesta de Ley sobre eutanasia y suicidio asistido no responde exactamente a una demanda social.  Es probable que la ciudadanía está desinformada o la información se ha obtenido incorrectamente. Expertos en comunicación denominan a esta técnica «manipulación informativa», «publicidad engañosa». La estrategia publicitaria de esta ingeniería social y política es tan vieja como falsa: buscar casos lacrimógenos de enorme impacto emocional y a partir de ahí convertir una gran mentira en una gran verdad a base de repetirlo incansablemente.

 La gran mentira es que cientos de enfermos en fase terminales estén hoy pidiendo a gritos huir del encarnizamiento terapéutico y de sufrimientos insoportables, pidiendo turno para inyecciones letales. Eso es falso.

Legislar sobre casos extremos ante contra el bien común y el sentido del derecho. Legislar sobre esa excepcional petición de la muerte acabaría convirtiendo, tal excepción, en norma, extendiéndose la falsedad de que lo normal sería solicitar la eutanasia ante un diagnóstico de enfermedad terminal incurable. 

Lo que cada uno deseamos es una razón, pero ni mucho menos toda la razón. Ejemplo: ¿quien me puede prohibir a mí con un buen coche siendo un buen conductor que circule a 140? La eutanasia tiene efectos dañinos irreparables sobre terceros más débiles. La experiencia de Bélgica y Holanda lo constatan. El deseo no basta para defenderla porque no es socialmente inocua. Un bien individual no puede imponer un riesgo social, más cuando el cuidado paliativo, la sedación y atención médica para evitar el sufrimiento, aunque ello acorte la vida (como la acortan otros actos médicos) es una respuesta razonable. El fin de la eutanasia como del suicidio asistido no es evitar el sufrimiento, sino matar para que el sufrimiento no se produzca.

Los artífices de la propuesta tienen tanta prisa que no han preguntado a los que manejan datos reales, como los Departamentos de Cuidados Paliativos. Estos profesionales junto al resto que trabajan a pie de cama de enfermos aseguran que una gran mayoría de estos, nunca les piden explícitamente la muerte:  lo que les piden paliar el sufrimiento. Además los que proponen la ley diseñan encuestas no representativas. Han cometido un «sesgo muestral» al preguntar a sectores de la sociedad con escasa presencia de pacientes ancianos con enfermedades incurables. Está comprobado que el porcentaje a favor de la eutanasia va disminuyendo drásticamente conforme aumenta la edad del encuestado y el lugar donde se encuesta. No es lo mismo encuestar a un torbellino de gente entre 15 y 50 años a la salida de un centro comercial un sábado por la tarde, que preguntar a personas de la tercera edad y enfermas en geriátricos y ambulatorios. Las personas al final de su vida cambian de enfoque vital y la proximidad de la muerte les lleva a elaborar las ideas de un modo distinto que los que se encuentran en centros comerciales un sábado tarde. Y aunque en ocasiones sea normal un cierto miedo a sufrir, y algunos tengan un deseo anticipado de morir, cada una de estas manifestaciones se puede tratar maravillosamente por la medicina paliativa. Cuando se está muriendo lo que uno no quiere es morirse sino vivir, y precisamente la administración indicada de cuidados paliativos recupera la ilusión y las ganas de vivir de muchos pacientes convencidos de que al dárselos no van a morir ahogados, con dolores insoportables y ataques de pánico. La gente pide morir cuando el sufrimiento es elevado y no está siendo bien controlado. Pero si en un paciente no están siendo bien paliadas las manifestaciones del dolor, lo que debería hacer – y tiene derecho a ello- no es pedir una inyección letal sino cambiar de médico, pedir el alta y el traslado a otro hospital donde puedan atenderle bien. Hoy día por ejemplo, en la asistencia española si un paciente manifiesta un dolor de 15 hay medicina para 15, y si tiene dolor de 100 hay también medicina de 100 para paliarlo. Es un dato basado en evidencias científicas que los sufrimientos de la mayoría de pacientes son evitables con cuidados paliativos. Lo que debería lograrse políticamente es el el acceso de estos cuidados a todos los enfermos que los necesiten. Resulta contradictorio que todo el mundo – incluso los enfermos- tengan acceso a internet y disponga de Smartphone y en cambio no todos puedan disfrutar de unos cuidados paliativos eficaces por falta de un mayor compromiso político.

 Al eliminar el sufrimiento eliminando al que sufre se va en contra del modo de avanzar en la ciencia biomédica moderna ya que, una y otra vez, se comprueba que las enfermedades nunca se curan o se palian eliminando al enfermo sino investigando y buscando nuevas terapias y tratamientos antidolor. En el siglo XIX a los afectados por la rabia los ahogaban, pero no fue así como Pasteur descubrió la vacuna. La eutanasia supone una derrota social y médica, un freno al progreso de las ciencias de la salud en un campo tan importante como es el de las enfermedades terminales que dejarían de ser investigadas tanto en su cura como en su paliación ante el asombro de miles de enfermos y sus familias.

Por todos estos motivos invito a levantarse corporativamente al mundo médico y a oponerse a que unos legisladores les quieran otorgar el poder todopoderoso de administrar la muerte a sus pacientes reventando los pilares de la medicina milenaria. Porque además, ese permiso, constituiría lo más seguro para acabar destrozando no solo la misma deontología médica sino el cimiento en el que se sostiene toda relación médico/paciente: la confianza. ¿Con que confianza acudiré al médico si sé que este podría preguntarme si quiero que me acelere la muerte, cediendo ante mí extrema condición de vulnerabilidad bajo la cual nunca podré tomar una decisión verdaderamente autónoma? ¿Con que confianza atenderé a mi paciente si sé que este me puede obligar a que acabe con su vida? ¿Cómo se explica el tráfico actual de enfermos holandeses que huyen a hospitales de la frontera alemana escapando de la eutanasia que les ofrecen sus médicos en cuanto les diagnostican un cáncer terminal?

Prefiero soñar con profesionales sanitarios a los que buscaré denodadamente para que sigan diciéndome al oído que mi vida aun estando gravemente enferma sigue siendo valiosa y digna. Y que precisamente por esa inestimable razón pondrán todos los medios para estar junto a mí en el final de mi vida cuidándome y aliviándome, muriendo en paz y sin dolor.

Según un estudio, llevado a cabo entre marzo de 1996 y julio de 1997 y publicado en el último número del Journal of the American Medical Association (JAMA), una proporción  de pacientes apoya la eutanasia en casos hipotéticos, pero sólo una pequeña minoría de los enfermos terminales la sopesan para sí mismos.

Tras esta investigación, realizada en seis áreas sanitarias de Estados Unidos escogidas al azar, se afirma que la mitad de los enfermos terminales que apoyaba la eutanasia en teoría, por el contrario no la considera en serio como una solución para sí mismo. Además, entre en esta minoría, los factores psicológicos –depresión o soledad- son más importantes que el dolor, concluyen los autores.

El equipo dirigido por Ezekiel J. Emanuel, director del Departamento de Bioética del Centro Clínico Warren G. Magnuson, de los National Institutes of Health, en Bethesda, entrevistó a pacientes terminales y a sus familiares para detectar su actitud hacia la eutanasia y los posibles cambios ante esta opción según distintos factores.

Primero se entrevistó a 988 pacientes y 893 familiares o personas cercanas que los cuidaban. Entre dos y seis meses después se hizo otra entrevista a 650 pacientes y a 256 familiares de los que habían fallecido entretanto.

Del conjunto de los enfermos terminales,  de un 10,6 por ciento que consideraba la eutanasia como una opción para sí mismo, sólo el 5,6 (14 pacientes) lo había comentado con su médico y sólo el 2,5 por ciento (6 pacientes) había acumulado fármacos para esta eventualidad.

De acuerdo con la investigación, «los pacientes que recibían más cariño, tenían 65 o más años, o eran afroamericanos se inclinaban menos por la eutanasia»; en cambio, «quienes presentaban síntomas de depresión, tenían más necesidades no atendidas, o sufrían más dolor mostraban más probabilidades de dar vueltas a esta posibilidad».

La eutanasia presiona socialmente a los más débiles y desasistidos, que son una carga para sus familias, para que sean descartados de la vida. Los compartimientos personales no nacen de la nada. Su caso es una muestra. Se construyen bajo unas condiciones determinadas, que no deciden, pero influyen, y ese es el problema con la eutanasia, que da una respuesta mortal a la frase “es que yo no sé qué hace en este mundo”. Es necesario recordar que solo en unos escasísimos países del mundo existe el derecho a la muerte, incluso lo prohibió el Japón que tenía sacralizado el suicidio asistido. Quienes nos oponemos a este tipo de solución somos la inmensa mayoría de la humanidad, y no todos necesariamente por razones religiosas. La eutanasia en la práctica ha demostrado que es una causa más de desigualdad. Afecta mucho más a quienes menos tienen. Si fuera esa solución fantástica no se explicaría que en Holanda muchos ancianos en fase terminal prefieren asegurarse el fin en un hospital privado con buena atención paliativa, que acudir a uno público, por si acaso. Claro que para poder hacer eso uno debe pagárselo.

Fuente:

 –EMILIO GARCÍA-SÁNCHEZ PROFESOR DE BIOÉTICA  UNIVERSIDAD CARDENAL HERRERA CEU

  –FORUM LIBERTAS