San Pablo VI y la encíclica Humanae Vitae
San Pablo VI sufrió una presión fuertísima, no solo por parte de la cultura imperante, sino también de sus mismos colaboradores
La Humanae vitae supuso una toma de postura firme y valiente de la Iglesia sobre el valor y el sentido del matrimonio, la sexualidad y la familia, así como la relevancia que tienen para las costumbres sociales. Fue un texto profético, no solo por avisar los derroteros y deterioros de las costumbres que se seguirían de no escuchar su llamado, sino también porque recordó la voz de Dios, expresada en la naturaleza humana, que buscaba ser acallada por la cultura dominante, impregnada de lo que ha dado en llamarse “revolución sexual”.
La voz del Papa no buscaba satisfacer la opinión de los hombres, ni quedar bien; no quería decir lo que todos querían escuchar sino ser más bien intérprete auténtico de la conciencia y, por ende, de lo que Dios dice a cada hombre sobre algo tan íntimo como puede ser la propia sexualidad. La voz papal rompió un concierto monocorde y monótono que estaba empeñado en mimetizarse con la visión dominante sobre la sexualidad.
El clamor del Pontífice iba contracorriente y sufrió un doloroso rechazo, no solo de los medios laicistas, secularizados o de ambientes hedonistas, sino también, y es quizá lo más triste, en el seno de la Iglesia. En efecto, a partir de su publicación se difundió el “disenso”, es decir, la desobediencia a las enseñanzas oficiales del Magisterio por motivos de conciencia. El efecto que ello ha tenido para la vida de la Iglesia ha sido devastador, pues supuso el surgimiento de una forma de catolicismo selectiva respecto de las enseñanzas y doctrinas que adoptaba o no; una especie de religiosidad a la carta, que ha dado lugar al extendido fenómeno de personas católicas que no tienen una mente católica.
San Pablo VI sufrió una presión fuertísima, no solo por parte de la cultura imperante, sino también de sus mismos colaboradores eclesiales para legitimar los métodos anticonceptivos. Sin embargo, prefirió “agradar a Dios” en lugar de “agradar a los hombres”, descubriéndoles a estos últimos la elevación moral que pueden alcanzar con la ayuda de la gracia, advirtiéndoles de la espiral de consecuencias que se seguiría de tomar el camino fácil. El ahora santo se daba cuenta perfectamente de cómo estaba el panorama, por ello hizo un llamamiento a sacerdotes, profesores de moral y obispos, para cerrar filas en torno al Magisterio, pues era consciente de que iba contra la moda imperante. Su llamado no encontró el eco esperado y fue la última encíclica que publicó.
Con motivo de la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune organizó en Roma un congreso titulado Humanae Vitae, la audacia de una encíclica sobre la sexualidad y la procreación, que sirvió para conocer mejor la encíclica de San Pablo VI sobre la vida humana, el amor conyugal y la procreación, uno de los ponentes, el español Luis Francisco Ladaria, Cardenal quien fue prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, con la conferencia titulada: Humanae Vitae como encíclica audaz y profética. Su vigencia, hoy.
En su intervención, el prefecto señaló que «rechazar la encíclica no supone, solamente, aceptar la moralidad de la anticoncepción, sino que implica asumir una antropología dualista que ve en la naturaleza una amenaza a la libertad y que considera que manipulando el cuerpo se pueden cambiar las condiciones de verdad del acto conyugal».
Al mismo tiempo manifestó que «la vida, fabricada, ya no se considera, por sí misma, como ‘don’, sino como ‘producto’ y pasa a ser valorada en función de su utilidad». «A pesar de la persistencia de las críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con claridad creciente que el documento de Pablo VI fue siempre no sólo de palpitante actualidad sino de un rico significado profético», expresó el prefecto.
Ponencia completa del Cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer
26 de Mayo del 2023
La encíclica Humanae vitae abordó cuestiones relativas a la sexualidad, al amor y a la vida, que están íntimamente interconectadas entre sí. Son cuestiones que nos afectan a todos los seres humanos de cualquier época. Por este motivo, su mensaje se mantiene hoy vigente y actual. El Papa Benedicto XVI lo expresaba con estas palabras: «lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad expresada en la Humanae Vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee».
El mismo Papa Francisco nos invitaba, en su Exhortación postsinodal Amoris Laetitiae, a volver a «redescubrir el mensaje de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI», como una doctrina que no solo debemos conservar, sino que se nos propone para ser vivida. Una norma que transciende el ámbito del amor conyugal y que es referencia para vivir la verdad del lenguaje del amor en toda relación interpersonal.
La audacia de la Humanae vitae
Se ha insistido en la audacia de Pablo VI por resistir las presiones para aprobación del uso de los anticonceptivos hormonales en las relaciones sexuales dentro del matrimonio católico. Sin embargo, en mi humilde opinión, la verdadera audacia de la encíclica es mucho más profunda. Es de carácter antropológico y es, en ese sentido, que esta encíclica nos puede ayudar hoy a afrontar los desafíos antropológicos que aparecen en nuestra sociedad.
La encíclica, al responder al problema del uso de los anticonceptivos, sitúa su juicio moral en una amplia perspectiva antropológica, con una visión integral del hombre y de su vocación divina. La encíclica fundamenta su doctrina, sobre la verdad del acto de amor conyugal, en «la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador».
Con este fundamento, se opone la antropología dominante que considera al ser humano constructor de sentido a través de sus acciones. Esto se traduce, en el ámbito de la sexualidad, en la pretensión que el hombre no puede limitarse a ser sujeto pasivo de las leyes de su propio cuerpo, sino que debe ser él quien dé significado a su propia sexualidad. Es la antropología que antepone la libertad a la naturaleza, como si se tratasen de dos elementos irreconciliables.
Sin embargo, Pablo VI advierte que, previos a la libertad, existen unos significados, comprensibles al hombre por la razón, que el hombre no ha elegido, y que orientan y regulan su comportamiento. Si el hombre es capaz de reconocer e interpretar los significados unitivo y procreativo del acto conyugal, realizará rectamente su propia existencia y la llevará a plenitud. Para la encíclica, la naturaleza no está en tensión con la libertad, sino que da a la libertad los significados que posibilitan la verdad del acto de amor conyugal y le permiten su plena realización. Ésta es, a mi modo de ver, la verdadera audacia de Humanae vitae y que da a la encíclica su radical actualidad.
Rechazar la encíclica no supone, solamente, aceptar la moralidad de la anticoncepción, sino que implica asumir una antropología dualista que ve en la naturaleza una amenaza a la libertad y que considera que manipulando el cuerpo se pueden cambiar las condiciones de verdad del acto conyugal. La posibilidad de un amor con sexo pero sin hijos, derivará en la realidad de un sexo sin amor, que no solo ha producido una trivialización de la sexualidad humana, sino que ha provocado una transformación de la comprensión de lo que es la intimidad sexual y de lo que son, a nivel social, las relaciones sexuales.
Solo así se explica la incapacidad, que se da en las sociedades occidentales actuales, para reconocer las diferencias morales que se dan entre la unión sexual de un hombre con una mujer y la unión sexual entre dos personas del mismo sexo. Si es la persona quien tiene que dar sentido a su sexualidad, a través de sus actos libres, entonces, no hay problema en admitir, por ejemplo, la relación sexual entre personas del mismo sexo, pues lo único que importa es que esa «unión afectiva» sea libremente consentida.
Así, según esta perspectiva, la libertad es la que determina la verdad de la acción. No se considera necesario que el acto humano, en este caso el acto de amor conyugal, responda a ningún significado preexistente, o natural, o establecido por Dios, sino que sea, simplemente, un acto libre. La encíclica se opuso a esta antropología y supo adelantar los problemas que de ella se derivan con una visión profética.
El aspecto profético de Humanae vitae: El cuerpo como problema
El rechazo de la Encíclica no solo ha afectado a la visión del amor y la sexualidad, también ha afectado a la percepción del propio cuerpo. La antropología anticonceptiva es una antropología dualista que tiende a considerar el cuerpo como un bien instrumental y no como una realidad personal. La expresión que da título a este congreso, «Mi cuerpo me pertenece», recoge ese carácter instrumental del cuerpo, ese dualismo, donde el cuerpo queda reducido a pura materialidad y, por tanto, a objeto susceptible de manipulación.
Esta cosificación del cuerpo no solo supone la pérdida de la verdad del amor humano y de la familia, sino que ha producido una alarmante disminución de los nacimientos y una multiplicación del número de abortos. El rechazo a la indisolubilidad de los dos significados, que proclamaba la regulación de la natalidad con el uso de los anticonceptivos, he evolucionado en la manipulación artificial de la transmisión de la vida, a través de las técnicas de reproducción asistida.
Primero se aceptó una sexualidad sin niños y después se aceptó producir niños sin el acto sexual. La vida, fabricada, ya no se considera, por sí misma, como «don», sino como «producto» y pasa a ser valorada en función de su utilidad. Esta utilidad, medida en funciones concretas, es lo que se denomina ahora «calidad de vida».
La calidad de vida se convierte así en un concepto discriminante entre vidas dignas de ser vividas y vidas indignas y que, por lo tanto, pueden ser suprimidas: abortos eugenésicos, eliminación de personas con discapacidad, eutanasia de enfermos terminales, etc.
Y todo ello edulcorado con una cierta «compasión» hacia las personas que se encuentran en estas situaciones (eliminando al enfermo), compasión hacia sus familiares y hacia una sociedad que se librará de costes innecesarios.
Esa manipulación del cuerpo, propia del relativismo moral y presente en la antropología anticonceptiva, está presente en dos ideologías actuales: la ideología de género y el transhumanismo. Las dos parten de la premisa que no existe ninguna verdad que puede limitar la implantación de sus postulados ideológicos. De nuevo la libertad se coloca en contraposición a la naturaleza.
Esta exaltación de la libertad, sin relación con la verdad, hace que ambas ideologías presenten el deseo y la voluntad como los garantes últimos de las decisiones humanas. Por eso la continuación de la frase «Mi cuerpo me pertenece» será… «y hago con él lo que quiero». Este «lo que quiero» es la expresión del solo deseo como garante de la decisión moral. Pero es, precisamente, el propio cuerpo humano el que aparece como un obstáculo, como un límite, a la realización del deseo.
Si la ideología de género pretende que los ciudadanos construyan socialmente su propio sexo, a partir de una supuesta neutralidad sexual, entonces debe negar una verdad antropológica básica como es el dimorfismo sexual (varón y hembra) propio de la especie humana. Y por eso, la ideología de género, niega que la identidad de la persona esté relacionada con su cuerpo biológico: la persona se identifica no por su cuerpo (sexo) sino por su orientación. Se borra toda relación con el género binario para proclamar la diversidad sexual.
De la misma manera, en el transhumanismo, la persona queda reducida a su mente, o mejor dicho, a sus conexiones neuronales como soporte de su singularidad. La singularidad es ahora la esencia de la persona, sin el cuerpo, que la identifica y que puede ser transferida a otro cuerpo humano, a un cuerpo animal, a un cyborg o a un simple archivo de memoria.
La ideología de género y el transhumanismo son expresiones de esa antropología, rechazada por Humanae vitae, que niega al cuerpo su carácter personal y lo reduce a mero objeto manipulable. La identidad cultural, social y jurídica de la persona no está intrínsecamente ligada a su masculinidad o feminidad. Su identidad personal se basa ahora en su orientación, es decir, sin conexión con el propio cuerpo y sin relación con el cuerpo del «otro», con el sexo opuesto. Es una antropología que ha separado la vocación al amor de la vocación a la fecundidad. En este sentido es, fundamentalmente, una antropología a-histórica, que busca solo el momento presente, una antropología del carpe diem.
En esta antropología, el cyborg aparece como su realización plena. A través del cyborg se alcanzará la verdadera emancipación biológica:
–porque posibilitará la construcción del cuerpo y del sexo a través de la biotecnología;
–porque el cyborg permite un mundo sin reproducción humana sexual; un mundo sin maternidad, sueño del feminismo radical.
El cyborg proyecta la ideología de género hacia un futuro post-género y el transhumanismo quiere, a través del cyborg, que ese futuro sea además post-humano.
La única respuesta posible frente a estas ideologías pasa por el redescubrimiento de una antropología integral de la persona, como proponía Humanae vitae, como unidad de cuerpo y alma; una antropología capaz de comprender la plenitud la libertad en la integración con la naturaleza humana. Solo así el ser humano llegará a ser él mismo. Benedicto XVI lo expresaba así en la Encíclica Deus caritas est: «El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima […] es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo».
Conclusión
Ya Juan Pablo II hizo notar, con motivo del vigésimo aniversario de la publicación de la Encíclica Humanae vitae, su carácter profético: «los años posteriores a la Encíclica – decía Juan Pablo II -, a pesar de la persistencia de las críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con claridad creciente que el documento de Pablo VI fue siempre no sólo de palpitante actualidad sino de un rico significado profético».
El sentido profético de la Encíclica encuentra su fundamento en la concepción antropológica integral de lo que significa la verdad del amor, de la sexualidad y de la vida. Una antropología integral que rechaza, por una parte, el reduccionismo biológico del transhumanismo y, por otra parte, la negación del cuerpo que hace la ideología de género. La encíclica sigue vigente porque es la respuesta correcta, desde el Magisterio, a las antropologías dualistas que quieren instrumentalizar el cuerpo y que no son nuevos humanismos, postmodernos y seculares, sino verdaderos anti-humanismos. La encíclica nos propone una antropología de la totalidad de la persona, un antropología capaz de aunar la libertad con la naturaleza.
Hoy también se cumple lo que ya anunciaba de sí misma la encíclica: «Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que están en contraste con la de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se extraña de ser, a semejanza de su Divino Fundador, ‘signo de contradicción’ (cf. Lc 2, 34); pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica». También nosotros, en medio de nuestro mundo, estamos llamados a ser «signo de contradicción», proclamando con humildad y firmeza la verdad del ser humano, del amor, de la sexualidad y de la vida.