El embrión: uno de nosotros
La corrupción ideológica precede la corrupción moral. El Modernismo y su proyección homicida.
Maurizio Moscone
“Se han destruido 94 embriones, 130 ovocitos y 5 muestras de líquido seminal (debido) a una elevación de la temperatura, con nivel cero de nitrógeno y el vaciamiento del tanque”. Estas fueron las declaraciones del Centro de Procreación Asistida para explicar lo que sucedió a inicios de abril en el hospital San Filippo Neri de Roma.
Los matutinos subrayaron que el accidente ha perjudicado a las parejas a las cuales estaban destinadas los embriones. A ellas, la fundación Atinori les prometió la procreación asistida gratis.
Todos se han preocupado de los futuros padres adoptivos, pero ¿quién se ha preocupado de los hijos? Alguien podrá interrogarse: ¿Por qué llamarlos hijos?, si como afirma Singer en Ética Práctica: “Los fetos, los niños recién nacidos y los descapacitados son no-personas, menos concientes y racionales de ciertos animales no humanos. Es legítimo matarlos”.
Singer es uno de los filósofos sobre bioética más famosos del mundo y no es el único que sostiene estas tesis. Por ejemplo, Engelhardt afirma en The foundations of Bioethics: “No todos los seres humanos son personas. Los fetos, los infantes, los retadados mentales graves y los que están en coma sin esperanza constituyen ejemplos de no-personas”.
Parfit por su parte, sostiene que “los niños pequeños y los viejos con grave déficit mental no son personas (…) y no lo son ni siquiera quienes temporáneamente están privados de la conciencia”.
Estos autoproclamados filósofos han obtenido una gran cantidad de seguidores no solamente entre los intelectuales sino también entre los políticos. Singer por ejemplo fue consejero del ex presidente español Rodríguez Zapatero, cuyo gobierno presentó un proyecto de ley inspirado en dicho pensamiento, según el cual los derechos de las personas se amplía hasta los monos.
El proyecto no fue aprobado debido a que cayó dicho gobierno. Pero para este especialista de bioética, los fetos, los recién nacidos y los discapacitados son no-personas, mientras que los monos antropormofos son personas.
Singer lo afirmó en 1994 en una entrevista al diario italiano L’Unitá: “Chimpancé, gorilas y orangutanes tienen una compleja y rica vida emocional; desarrollan relaciones interpersonales cercanas y duraderas; tienen una memoria de largo período y tienen autoconciencia; pueden resolver problemas muy complejos, que claramente piden reflexión; y pueden sufrir sea físicamente que psicológicamente. En una palabra son personas (sic)”.
Según el ‘filósofo’, los monos antropomorfos son personas porque son individuos conscientes, mientras los fetos, los recién nacidos y los discapacitados son no-personas, en tanto individuos privados de conciencia.
Lo que discrimina una persona de la no-persona según este pensamiento es la conciencia: si un animal o un ser humano está privado de la conciencia es una no-persona, si en cambio está conciente es una persona.
Spaemann sostiene, en Personas, sobre la diferencia entre “algo” y “alguien”, y que este modo de pensar encuentra sus orígenes en la filosofía moderna, en particular en el pensamiento de Descartes que identificaba la persona con la actividad pensante y por lo tanto con la conciencia. De hecho el filósofo se pregunta en las Meditaciones metafísicas: “¿Qué cosa soy por lo tanto yo?” y responde “una cosa que piensa”.
Posiciones análogas las encontramos en Locke, según el cual “sin conciencia no hay persona” (Ensayo sobre el intelecto humano), en donde distingue la idea de hombre de la idea de persona, la cual implica autoconciencia. Análogamente Kant, en Metafísica de las costumbres, distingue entre el ser humano como animal racional, instintivo y pasional (homo phaenomenon) y el ser humano como persona espiritual y moral (homo noumenon).
Y para concluir citamos a Hegel en la Fenomenología del espíritu, que identifica la existencia de las personas con la aparición de la conciencia individual.
La filosofía moderna seguramente ha alimentado el modo de pensar de los actuales bioéticos, quienes consideran los fetos humanos como cosas y no como personas, sin argumentar sus tesis, a diferencia de como lo hacían los filósofos antes mencionados.
Lo que une su pensamiento es una ideología neopagana, nostálgica del mundo pre-cristiano.
De hecho, escribe Singer en Ética Práctica, “Si volvemos a los orígenes de la civilización occidental, a los tiempos de los griegos o de los romanos, encontramos (…) que el pertenecer a la especie homo sapiens no era suficiente para garantizar la protección de la propia vida”.
El filósofo Rorty afirma, en Objectivity, Relativism and Truth: “Si se mira a un niño como a un ser humano, a pesar de la falta de relaciones sociales y culturales elementales, esto se debe solamente a la influencia de la tradición hebraico-cristiana y a su específica concepción de persona humana”.
Es verdad, fue el cristianismo el que afirmó la dignidad de la persona humana, desde la concepción hasta la muerte natural.
De hecho se lee en la Carta a Diogneto (siglo II), que los cristianos “se casan como todos, generan hijos, pero no arrojan a los recién nacidos” porque “es ya un hombre aquel que lo será”, sentenciaba Tertuliano.