Un ermitaño: «A mí lo que me hace feliz no es vivir aislado, es Jesús»
Estoy aquí no para evitar a la gente, sino para estar más cerca de Dios y más cerca de las personas
Después de 20 años como sacerdote de Getafe, Carlos Ruiz ha abrazado la vida eremítica. Sin WhatsApp ni redes sociales, confiesa estar «mucho más cerca de Dios y de la gente»
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Yo estoy aquí no para evitar a la gente, sino para estar más cerca de Dios y más cerca de las personas», afirma el hermano Carlos María Ruiz. El 29 de octubre, en lugares como Estados Unidos se celebra el Día del Ermitaño, un modo de recordar el hartazgo de tantos que optan por aislarse como pueden de esta sociedad de inmediatez y anonimato. Pero la vida que ha elegido Ruiz no es la de un solitario ni la de un misántropo: «En la Iglesia los ermitaños no buscamos escondernos de la gente. Buscamos a Jesús y, amando más a Jesús, amar más a la gente». Así, destaca cómo «todos los ermitaños que he conocido en estos últimos años son personas cariñosas, con un corazón transparente y expresivo».
Ruiz llegó hasta esta vida después de 20 años como sacerdote diocesano de Getafe. Con los años entró en contacto con la espiritualidad carismática y también con varias comunidades que unían esta forma de vivir la fe con la de la oración contemplativa. «La mezcla de vida monástica y apostólica hizo arder mi corazón», recuerda. Al mismo tiempo, reconoce el impacto que supuso para él ahondar en la figura de san Carlos de Foucauld. Así, poco a poco fue tomando forma la idea de abrazar la vida de eremita diocesano. Tras un proceso de discernimiento, el pasado mes de febrero empezó su nueva vida en Alba, una aldea de Pontevedra, y vinculado a la archidiócesis de Santiago de Compostela. La casa parroquial en la que vive está algo apartada, pero lo suficientemente cercana al Camino de Santiago como para poder acoger a los peregrinos.
«Es un lugar maravilloso, en medio de la naturaleza», afirma. Allí se levanta muy temprano para hacer su oración personal con el salterio, la lectio divina y la Misa; un tiempo de retiro que dura hasta mediodía y luego continúa por la tarde. Después, recibe a personas que acuden a hablar con él o se conecta con otras para el acompañamiento espiritual. «Es una vida muy sencilla, al ritmo de la creación, algo con lo que ha roto la cultura actual», afirma. En Alba, el silencio se extiende incluso a su relación con la tecnología. No tiene redes sociales ni usa WhatsApp, solo correo electrónico y Telegram. Normalmente tiene el móvil apagado, con un horario que se ha impuesto para usarlo. «No chateo, voy a lo práctico. En general, internet me sirve para estar informado de lo que pasa en el mundo y en la Iglesia y rezar por ello», cuenta.
Sin embargo, todo ello no excluye su clara vocación a la acogida, sobre todo hacia los peregrinos a Santiago. «Algunos se acercan a la ermita por curiosidad, otros vienen simplemente a que les selle la credencial y otros llegan con preguntas y quieren hablar. Yo les ofrezco un café y al que quiere le doy la bendición. El Señor toca a muchos en ese momento», dice. También tiene algunas habitaciones disponibles en la ermita, «aunque no es un albergue», precisa.
Ruiz reconoce que «cuando llegué aquí, los primeros días me preguntaba si alguien iba a querer venir». Resolvió este dilema «cuando me di cuenta de que esto no es una iniciativa mía. El núcleo de esta vida es estar muy lleno de Dios para que pueda vivir en mí y luego lo refleje durante la jornada. Solo así puedo abrir cada mañana sin angustia las puertas de la ermita. No vivo de mis planes o de mis expectativas». Además, «de este modo es como puedes dar una acogida de verdad desde Cristo, no desde tu forma de hacer las cosas. En realidad, todas las vidas deberían ser vividas de esta manera, estés donde estés», señala.
En todos los meses que lleva de ermitaño ha podido entrar en contacto con numerosos peregrinos. «La palabra que más repiten es “exhausto”. Están agotados por la vida que viven; sobre todo por el trabajo, curiosamente. La rueda en la que se han metido los asfixia. La cultura laboral hoy en día es demoledora y a la gente le cuesta mucho poner límites». Por eso recuerda a san Carlos de Foucauld, cuando escribió que «la gente está llena de inutilidades costosas». «Creo que es un diagnóstico acertado —concede Ruiz—. En el fondo, la gente quiere llevar una vida más sencilla, pero la clave es encontrar el modo de pasar de lo prescindible a lo esencial: tienes que desprenderte de algo, tomar la decisión de renunciar a algo concreto». Así se despide en la aldea pontevedresa de Alba este eremita, quien «propone a Jesucristo, que es el único que te puede llenar. A mí lo que me hace feliz no es vivir aislado ni plantar el huerto, es Jesús».