El Corpus, según San Juan de Avila
Salgan mañana los sacerdotes, a quien Él tanto honró, que los eligió por ministros suyos, y llévenlo encima de sus hombros con gran reverencia y amor, teniéndose en esto por muy favorecidos, en recompensa de que el Señor llevó la cruz a cuestas y todos nuestros pecados encima de sí.
[…] Y lo que hoy nos conviene particularmente tratar en aqueste presente, es de una excelente singularidad que esta fiesta tiene, que así por ser ella digna de mucha consideración como por no haberla en ninguna de las otras fiestas, por grandes que sean, causa mucha admiración y pone deseo de saber su causa.
Verdad es que quien con atención mirare el resplandor de aqueste sacrosanto misterio, en el cual la persona misma de Jesucristo nuestro Señor está presente, y con Él celebramos la fiesta, hallará que esta fiesta echa de sí unas luces y pone en el ánima un sentimiento, que aunque en el celebrar con solemnidad haya comunidad entre ella y las otras, mas todavía aparece en ésta una particular excelencia, una majestad no común. Y quien bien quisiere aparejarse para recibir lo que en ella se da, sentirá cuán particular cosa es fiesta de Corpus Christi, y verá cumplido en sí lo que de ella está escito: Aparejaste, Señor, en tu dulcedumbre al pobre (Sal 67,11). Mas aunque esto es ansí, y muy bastante para estimar esta santa fiesta, lo que en ella causa singular maravilla es mandarnos la Iglesia que hagamos mañana una procesión con cuan grande solemnidad alcanzaren nuestras fuerzas, y saquemos al Señor de su palacio real y lo llevemos por nuestras calles con suaves cantares, fiestas y gran regocijo. […]
Salgan mañana los sacerdotes, a quien Él tanto honró, que los eligió por ministros suyos, y llévenlo encima de sus hombros con gran reverencia y amor, tiniéndose en esto por muy favoridos, en recompensa de que el Señor llevó la cruz a cuestas y todos nuestros pecados encima de sí. Cérquenle los devotos cristianos, honrándole tan de corazón, que echen delante de Él la ropa en el suelo, para que la huellen los pies de los que al Señor llevan, como hicieron los que iban con Él el día de Ramos (cf. Mt 21,8). Mírenlo con mucho amor y adórenlo con gran reverencia los que están en las calles y desde sus puertas y de las ventanas. Váyanle incensando los sacerdotes; bailen delante de Él los legos con devota alegría, como hizo David delante del arca (cf. 2 Sam 6,5), y resuene la tierra con gran solemnidad; y con todo cuidado se ordene la festividad de mañana, que, para manifestación de la Justicia divina, que honra a sus obedientes, ninguna de las deshonras que le fue hecha al Señor en la otra procesión quede en ésta sin que le corresponda una honra igual o mayor que fue la otra deshonra.
Ésta, pues, cristianos, es la procesión de mañana, singular y no celebrada en otro día ninguno; ésta la causa y justicia de ella; éste el sentimiento con que se ha de celebrar, con memoria y correspondencia —por vía contraria— de la otra procesión muy amarga que el Señor anduvo, en la cual, como dice el tema, trabajó su ánima con graves angustias, y su cuerpo con indicibles dolores; por lo cual quiso Dios Padre que vea mañana en la procesión tanta muchedumbre de fieles vasallos que con devotas alabanzas y servicios protesten que son suyos, que den al Señor hartura (cf. Is 53,11), descanso y consuelo.
Salgamos todos mañana con este Señor, protestando que Él es nuestro verdadero Criador y Pastor, y nosotros, por su gracia, ovejas de su rebaño (Sal 94,7), que nos quitó de la boca del lobo infernal y nos ganó y salvó con su sangre preciosa; y démosle gracias porque nos libró del reino del pecado, que nos tenía subjetos; de la crueldad del dimonio, de las penas del infierno, y encorporándonos en su Cuerpo, tomónos por sus hermanos y dionos esperanza de reinar en el cielo con Él.
¿Quién no dará saltos de placer, mirando que ha escapado de la suciedad de la carne, de la amargura […] y ha pasado a la limpieza de la castidad, a la luz de la humildad y a la blandura de la caridad, con la cual ama a los buenos en Dios y a los malos por amor de Dios? ¿Quién habrá que, considerando que le ha dado Dios conjeturas que le ha perdonado sus pecados pasados, […] no cante con alegría […]? Que así lo hacen los que han estado muchos años presos y metidos los pies en cadenas y grillos, que, cuando salen de allí, no se hartan de dar saltos de placer, dando gracias a Dios, ejercitando los miembros que antes habían tenido impedidos.
Sean, pues, vuestras voces nuevas, y corazones, y obras, y renovándonos con la gracia del Señor y apartando de nos el pecado, por apesado que esté en nosotros, corramos mañana con nuestro Señor humildes, devotos y agradecidos, y tan regucijados de dentro y de fuera, que demos a entender a todo el mundo que estamos tan gozosos y ricos con tenerle a Él por Señor, y con las mercedes que nos ha hecho, y con la esperanza de las que nos ha de hacer, que, de muy llenos de alegría, ni cabemos dentro de nosotros, ni en nuestras casas, ni templos, y que salimos a lo ancho de las calles y plazas a rebosar con exteriores señales la grandeza del gozo que dentro de nosotros sentimos, acompañando, y dando gloria, y celebrando triunfo al Señor, que nos rescató de cautivos, muy mejor que los que David rescató de los amalecitas, los cuales iban delante de él, y los que los veían decían: Ésta es la presa que ganó David (2 Sam 30,20). Véannos a nosotros mañana todos los hombres, toda la tierra; mírennos los ángeles y santos del cielo, y sepan que somos presa, que nos rescató y ganó Jesucristo nuestro Señor, y lo llevamos en la procesión con agradecimiento y confesión de que Él es nuestro Criador y Redentor, y esperamos que será nuestro Glorificador. Y porque nosotros no bastamos a hacer esto como se debe hacer, rogamos a la tierra y al cielo nos ayuden a dar a Cristo la honra y el agradecimiento que le son debidos.
Y a quien de esto se maravillare y le preguntare: «¿Qué os viene, Señor, por pasear nuestras calles de tierra, viles y estrechas, pues tenéis por vuestras las anchuras del cielo en que lo hacer? […] ¿Sabéis qué responderá el Señor a quien esto le preguntare? Todo eso sé yo; mas quiero que sepáis vosotros que así como el Padre me envió por mi encarnación a visitar a los hombres, y anduve caminos extraños de mí por los remediar, así por ordinación de mi Padre salgo de mi sagrario y voy por estas calles a buscar mis hermanos, para darles el fructo de mi muerte, que con ferventísimo amor por ellos pasé».
Y como cuando entonces, Señor, salías por las calles, sanabas enfermos, convertías pecadores y hacías otras obras de misericordia a los que las querían recibir, así, si ahora hubiese quien entendiese que vas en aquellas andas mañana con el mismo amor que andabas cuando vivías vida mortal y cuando fuiste con la cruz a cuestas a padecer por los hombres, y si te oyesen que vas diciendo en tu corazón: «Aquí voy, hombres, en esta procesión, en testimonio que no estoy arrepentido de haber andado la otra al monte Calvario, sudando y derramando sangre por vuestro remedio; y si es menester tornar otra vez a pasar lo que allí pasé y a morir otra vez en la cruz, todo lo que se me pidiere haré y sufriré porque tu ánima no se pierda, mas alcance la eterna salud», ¿quién, Señor, que esto sintiese, se defendería de tu porfiada requesta de amor? Y viendo que sales a buscar por las calles aun a los que no te van a buscar a tu templo, y vas a convidar con tu vista aun a los que no te quieren ver, ¿quién quedaría sin rendirse de todo su corazón a la obediencia de tus mandamientos y alanzar todo pecado de sí? ¡Ay de tanta dureza, que tan grandes bienes impide, y hace salir en balde la salida del Señor a pasear nuestras calles, que era para hacer su oficio acostumbrado de curar los enfermos y pecadores que a Él se llegasen!