Disidencia y Confusión
En los años del postconcilio, como hemos dicho, prolifera en la Iglesia Católica, frecuentemente en modo impune, una muy amplia disidencia ante el Magisterio. Errores y abusos, en no pocas Iglesias locales, se extienden a innumerables cuestiones teológicas, morales, litúrgicas y disciplinares. Se cuestionan temas doctrinales y normativos que muchas veces exceden por completo la autoridad docente y legisladora de una Iglesia particular. Pablo VI, testigo de la confusión
Pablo VI es el primero en denunciar esta generalización de errores y abusos en la Iglesia Católica.
«La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. Es como una inversión aguda y compleja que nadie se habría esperado después del Concilio. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (Disc. al Seminario Lombardo, Roma 7-XII-1968).
Parece que «por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios». Se ven en el mundo signos oscuros, pero «también en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creyó que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado, sin embargo, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad» (30-IV-1972).
Es lamentable «la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra ahora en no pocos sectores de la Iglesia». Por eso «la recomposición de la unidad, espiritual y real, en el interior mismo de la Iglesia, es uno de los más graves y de los más urgentes problemas de la Iglesia» (30-VIII-1973).
«La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia». Así ésta ahora se debilita y pierde fuerza y fisonomía propias: «tal vez hemos sido demasiado débiles e imprudentes» (23-XI-1973).
Y lo más característico de esta crisis de la Iglesia postconciliar es que no se debe a persecuciones exteriores, sino a contradicciones internas:
«¡Basta con la disensión dentro de la Iglesia! ¡Basta con una disgregadora interpretación del pluralismo! ¡Basta con la lesión que los mismos católicos infligen a su indispensable cohesión! ¡Basta con la desobediencia calificada de libertad!» (18-VII-1975).
Sufrimientos de Pablo VI
Pablo VI, en la segunda parte de su pontificado, hubo de sufrir un verdadero calvario. La multiplicación escandalosa de las secularizaciones sacerdotales, miles y miles, y la igualmente escandalosa disidencia doctrinal y disciplinar amargaron sus últimos años. Muy especialmente dolorosa fue para él la resistencia, ya descrita, a la gran encíclica Humanæ vitæ.
El Papa del Credo del Pueblo de Dios (1968), el autor de concisas y preciosas encíclicas –Ecclesiam suam (1964), Mysterium fidei (1965), Populorum progressio (1967), Sacerdotalis coelibatus (1967), Humanæ vitæ (1968)–, después de ver resistido el Magisterio apostólico, incluso a veces por sus mismos hermanos en el Episcopado, nunca más desde 1968 escribió una encíclica. Y murió en 1978.
Siempre perseveró en la norma de 1. enseñar la verdad, 2. combatir los errores, pero 3. no sancionar a los errantes, fuera de casos absolutamente excepcionales. Sólo Dios sabe si esto era lo más prudente en aquellos agitados años.
En todo caso, algunos de sus biógrafos atribuyen en parte esta actitud a su carácter personal. Y el mismo Pablo VI parece coincidir con ellos.
Después de las terribles tormentas sufridas con ocasión de la Humanæ vitaæ (1968) y del Catecismo Holandés (1969), expresaba esta confidencia al Colegio de Cardenales: «Quizá el Señor me ha llamado a este servicio no porque yo tenga aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia en las presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia, y aparezca claro que es Él, y no otros, quien la guía y la salva» (22-VI-1972).
Un Pastor ha de sufrir siempre en el servicio de Cristo; sufre si gobierna, porque gobierna; y sufre si no gobierna, porque se generaliza el desgobierno. Éste es un sufrimiento mayor. Y sobre todo más amargo.
El «Informe sobre la fe» del Cardenal Ratzinger
En su Informe sobre la fe, de 1984, el Cardenal Ratzinger da una visión autorizada del estado de la fe en la Iglesia, sobre todo en el Occidente descristianizado, y señala la proliferación alarmante de las doctrinas falsas, tanto en temas dogmáticos como morales (BAC, Madrid 198510).
«Gran parte de la teología parece haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto, la Iglesia entera. De este olvido del trabajo teológico como servicio eclesial se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común» (80)…
Así se ha producido un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (114). Entre los errores más graves y frecuentes, en efecto, pueden señalarse temas como el pecado original y sus consecuencias (87-89, 160-161), la visión arriana de Cristo (85), el eclipse de la teología de la Virgen (113), los errores sobre la Iglesia (53-54, 60-61), la negación del demonio (149-158), la devaluación de la redención (89), y tantos otros errores relacionados necesariamente con éstos.
Jose María Iraburu