¿Y después de la Consagración?

¿Y después de la Consagración?

26 de noviembre de 2019 Desactivado Por Regnumdei

Hemos de vivir este camino nuevo y definitivo

 

Superar la tentación de someter Dios a sí y a los propios intereses o de ponerlo en un rincón y convertirse al justo orden de prioridad, dar a Dios el primer puesto, es un camino que cada cristiano tiene que recorrer siempre de nuevo. «Convertirse», una invitación que escucharemos muchas veces significa seguir a Jesús de forma que su Evangelio se guía concreta de la vida; significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos nosotros los únicos constructores de nuestra existencia; significa reconocer que somos criaturas, que dependemos de Dios, de su amor, y solamente «perdiendo» nuestra vida en Él podemos ganarla.

 

Pero como podremos perder la vida en Él si somos tan frágiles y pecadores. Solos, nos parece una cumbre inalcanzable. Todo por amor decía un santo (San Francisco de Sales), pero para que sea más pronto y llevadero, nos donamos como Esclavos en aquella que se hizo Esclava del Señor.

 

Solo configurados con Cristo, alcanzamos la felicidad en esta vida y la gloria en la otra. Para ser otros Cristos, tenemos que estar en las manos de María.

 Si la devoción a María es necesaria para la salvación de todo aquel que conoce o sabe esta necesidad, lo es mucho más todavía para los que aspiran a santificarse. 

 

Para ser verdaderamente cristianos hay que imitar a María, para poder imitarla hay que donarce a sus manos. Hay que hacerse esclavos de verdad, no solo de palabra.

 

«Molde viviente de Dios, forma Deit llama San Agustín a María, y en efecto lo es. Quiero decir que en Ella sola se formó Dios hombre al natural, sin que rasgo alguno de divinidad le faltara, y en Ella sola también puede formarse el hombre en Dios al natural, en cuanto es capaz de ello la naturaleza humana con la gracia de Jesucristo.

 

De dos maneras puede un escultor sacar al natural una estatua o retrato. Primera, con fuerza y saber y buenos instrumentos puede labrar la figura en materia dura e informe. Segunda: puede vaciarla en un molde. Largo, difícil, expuesto a muchos tropiezos es el primer modo: un golpe mal dado de cincel o de martillo basta a veces para echarlo todo a perder. Pronto, fácil y suave es el segundo, casi sin trabajo y sin gastos, con tal que el molde sea perfecto y que represente al natural la figura, con tal que la materia de que nos servimos sea manejable y de ningún modo resista a la mano.

 

El gran molde de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar al natural un Dios-hombre por la unión hipostática, y para formar un hombre-Dios por la gracia, es María. Ni un solo rasgo de divinidad falta en este molde. Cualquiera que se meta en él y se deje manejar, recibe allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios. Y esto de manera suave y proporcionada a la debilidad humana, sin grandes trabajos ni agonías; de manera segura y sin miedo de ilusiones, que no tiene parte aquí el demonio, ni tendrá jamás entrada donde esté María; de manera, en fin, santa e inmaculada, sin la menor mancilla de culpa.

 

¡Oh alma querida, cuánto va del alma formada en Jesucristo por los medios ordinarios, que, como los escultores, se fía de su pericia y se apoya en su industria, al alma bien tratable, bien desli  gada, bien fundida, que, sin estribar en sí, se mete dentro de María y se deja manejar allí por la acción del Espíritu Santo! ¡Cuántas tachas, cuántos defectos, cuántas tinieblas, cuántas ilusiones, cuánto de natural y humano hay en la primera! Y la segunda, ¡cuán pura es y divina y semejante a Jesucristo! Feliz y mil veces feliz es en la tierra el alma a quien el Espíritu Santo revela el secreto de María para que lo conozca; a quien abre este huerto cerrado para que en él entre, y esta fuente sellada para que de ella saque el agua viva de la gracia y beba en larga vena de su corriente.

Hemos de vivir este camino nuevo y definitivo:

1.° Con buena y recta intención de agradar a Dios solo; de unirse a Jesucristo, como a su fin último, y de edificar al prójimo.

2.° Con atención, sin disipaciones necias.

3.º Con devoción, sin apresuramiento ni indiferencias.

4.º Con modestia, compostura pudorosa, respetuoso, compasivo y edificante» (n.i 15-17).

 La finalidad de la perfecta consagración a María coincide con la finalidad misma de la vida cristiana: nuestra per  fecta configuración con Jesucristo. No podía ser de otra ma  nera, ya que María no solamente no constituye un obstáculo, sino que, por el contrario, es el camino más corto y expeditivo para llegar a Jesús y por El al Padre. Lo ha dispuesto Dios así, y yerran profundamente los que tratan de prescindir de María para ir directamente -como dicen- a Cristo Redentor, apar tándose con ello de la voluntad del mismo Dios, «pues ésta es la voluntad del que quiso que todas las cosas las tuviésemos por María» 

Por eso el Consagrado cambia totalmente su vida:

Le impulsa la Gloria de Dios y la salvación de su alma y la de los demás.

Por eso ya no son sus interés personales, negocios y preocupaciones su prioridad. Todo lo que le preocupa es solo en vista al Reino de María. En ella encuentra todo lo que necesita.

Le mueve la acción del Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas. Por eso no improvisa por que busca ser diligente con sus horas, días y semanas. Hay mucho que hacer por el Reino de María. Hay mucho que rezar, aprender y trabajar por María.

 

Pero por eso no abandona sus deberes de estado, como soltero, casada o religioso. Al contrario es diligente con ello.

 

Su jornada tiene como fuente y Fin la Eucaristía o Comunión, la oración y el Rosario. El horario establecido le ayuda para que busque con ellos ser diligente en procurar el sustento del alma. Pero este mismo principio sustenta, que en la administración de su hacienda, todo lo hace con prontitud y diligencia. Así es como procura orden, manutención y cuidado de su casa o su Convento, manifestando su gratitud y cuidado con aquello que Dios le ha regalado. (Hace de su morada, de sus pucheros, del huerto, de las finanzas y sus remiendos, una cuidadosa ofrenda y primicia); así también ordena su  interior, donde ya no es la vanidad, comodidad y bienestar temporal su afán, sino la búsqueda de que en toda responsabilidad, oficio y condición ante la que se encuentra, en todo y para todo, busca agradar al Señor e imitar a María. No por vivir la Madre del Redentor con el Verbo encarnado, dejo de resplandecer su ofrenda de amor en la habitación de los pucheros, el campo de la cosecha y el oratorio de la morada. Ni ninguna de estas necesarias responsabilidades, le privo de la meditación de las Escrituras, de la oración insistente, de la contemplación de su Hijo y de la fracción  cotidiana del Pan, que es ahora la Eucaristía.

 

Abandona el consagrado, toda dobleza, todo juicio temerario, toda pregunta capciosa, toda acción interesada. Ya no hay mentiras, ociosidad, vaguedad, confusión y arrogancia. Toda inmodestia, jactancia y complicidad con el pecado o la vida liviana es destruida.

 

Todo es por y para María.

 

El Consagrado ordena su vida, su espacio, su corazón. Tiempo para orar, meditar y comulgar, con mayor gravedad que si fuera la comida de cada día.

 

Tiempo para trabajar, entre la carpintería y los pucheros de Nazaret, José y María hicieron del oficio el templo para Jesús, la Cruz ofrecida para la Redención. Tiempo para la caridad, la lectura y la vida fraterna, el cuidado de los pobres y los enfermos. Tiempo para la recreación, en la lectura, el arte, la formación constante. Tiempo para el apostolado, que puede ser su compromiso con el Reino así como su sabio y cotidiano ejemplo de ser y vivir como Esclavo de María.


Orar, trabajar y sufrir, siempre por Ti, Contigo Madre mía, en Ti y para Ti, a la mayor gloria del Sagrado Corazón de Jesús, Tu Divino Hijo.

Digamos como San Juan Pablo II: ¡Totus Tuus María!