
Solemnidad de la Santísima Trinidad Ciclo C
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo comunicará a ustedes.
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
+SANTO EVANGELIO
Jn 16, 12-15: “El Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— «Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y les comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo comunicará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará a ustedes».
+PADRES DE LA IGLESIA
San Agustín, in Ioannem, tract., 99
Esta palabra es semejante a la que dijo de sí mismo: «No puedo hacer nada por mí mismo, sino que como oigo juzgo» ( Jn 5,30); pero decimos que esto puede entenderse respecto a su naturaleza humana. Pero, como el Espíritu Santo no ha venido a ser creatura asumiendo la naturaleza humana 1, ¿de qué modo hemos de entender esto? Debemos entender que El no existe por sí mismo. Pues, el Hijo es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo procede 2. Pero la diferencia entre engendrar y proceder, en este asunto, sería demasiado larga de explicar, y de dar ahora alguna definición ésta podría ser juzgada de precipitada. «Hablará todo lo que oyere». Pues, para el Espíritu Santo oir es saber; y saber es ser. Puesto que no es por sí mismo, sino que es por quien procede y le viene la esencia. De ese mismo modo tiene la ciencia, y la capacidad de oír, que es nada menos que la ciencia que posee. El Espíritu Santo, pues, siempre oye porque la ciencia que posee es eterna. Así, pues, de quien El procede, oyó, oye y oirá.
San Agustín, in Ioannem, tract., 100
Infundiendo en el corazón de los creyentes la caridad y haciéndolos espirituales, les declaró de qué modo el Hijo es igual al Padre, a quien antes tan sólo habían conocido en carne, y le consideraban hombre como a los demás hombres. En verdad que llenos de confianza y depuesto el temor a impulsos de la caridad anunciaron a Cristo a los hombres, y así se extendió su fama por todo el orbe de la tierra. Pues lo que habían de hacer guiados por el Espíritu Santo, fue lo mismo que el Espíritu Santo dijo que harían.
San Hilario, De Trinit. lib. 8
El Señor no nos dejó en la duda de si el Espíritu Paráclito procedía del Padre o del Hijo. Pues, recibe del Hijo aquel que es por El enviado, y procede del Padre 5. Y preguntó: ¿es lo mismo recibir del Hijo que proceder del Padre? Ciertamente que se considerará una misma cosa recibir del Hijo como si se recibiese del Padre, porque el mismo Señor dijo que todo lo que tenía el Padre era suyo. Al afirmar esto y añadir que ha de recibir de lo suyo, enseñó que las cosas recibidas venían del Padre, y que eran dadas, sin embargo, por El, porque todas las cosas que son de su Padre son suyas. Esta unión no admite diversidad ni diferencia alguna de origen entre lo que ha sido dado por el Padre y lo que ha sido dado por el Hijo.
+CATECISMO
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe». «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos».
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los «misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto». Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
240: Jesús ha revelado que Dios es «Padre» en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es «consubstancial» al Padre, es decir, un solo Dios con El. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó «al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre».
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de «otro Paráclito» (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación y «por los profetas», estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos «hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad.
253 No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: «la Trinidad consubstancial». Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: «El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza». «Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina».
254 «Dios es único pero no solitario». «Padre», «Hijo», «Espíritu Santo» no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: «El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo». Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: «El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede». La Unidad divina es Trina.
255 La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: «En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia». En efecto, «todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación». «A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo».
+SANTO PADRE FRANCISCO
“Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. La luz del tiempo pascual y de Pentecostés renueva cada año en nosotros la alegría y el estupor de la fe: reconocemos que Dios no es una cosa vaga, nuestro Dios no es un Dios «spray», es concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: «Dios es amor». No es un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu que renueva al hombre y el mundo. Pensar en que Dios es amor nos hace mucho bien, porque nos enseña a amar, a darnos a los demás como Jesús se dio a nosotros, y camina con nosotros. Jesús camina con nosotros en el camino de la vida.
La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino caminando con la humanidad. Es justamente Jesús quien nos ha revelado al Padre y quien nos ha prometido el Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la historia del pueblo de Israel y Jesús ha caminado siempre con nosotros y nos ha prometido el Espíritu Santo que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos, que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones.
Hoy alabamos a Dios no por un particular misterio, sino por Él mismo, «por su inmensa gloria», como dice el himno litúrgico. Le alabamos y le damos gracias porque es Amor, y porque nos llama a entrar en el abrazo de su comunión, que es la vida eterna.
Confiemos nuestra alabanza a las manos de la Virgen María. Ella, la más humilde entre las criaturas, gracias a Cristo ya ha llegado a la meta de la peregrinación terrena: está ya en la gloria de la Trinidad. Por esto María nuestra Madre, la Virgen, resplandece para nosotros como signo de esperanza segura. Es la Madre de la esperanza; en nuestro camino, en nuestra vía, Ella es la Madre de la esperanza. Es la madre que también nos consuela, la Madre de la consolación y la Madre que nos acompaña en el camino. Ahora recemos a la Virgen todos juntos, a nuestra Madre que nos acompaña en el camino. (26 de mayo de 2013)
+ S. S. BENEDICTO XVI
“En la primera lectura, tomada del libro de los Proverbios, entra en escena la Sabiduría, que está junto a Dios como asistente, como «arquitecto» (Pr 8, 30). La «panorámica» sobre el cosmos, observado con sus ojos, es estupenda. La Sabiduría misma confiesa: «Jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres» (Pr 8, 31). Le complace habitar en medio de los seres humanos, porque en ellos reconoce la imagen y la semejanza del Creador. Esta relación preferencial de la Sabiduría con los hombres lleva a pensar en un célebre pasaje de otro libro sapiencial, el libro de la Sabiduría: «La Sabiduría —leemos— es una emanación pura de la gloria del Omnipotente (…); sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas» (Sb 7, 25-27). Esta última expresión, sugestiva, invita a considerar la multiforme e inagotable manifestación de la santidad en el pueblo de Dios a lo largo de los siglos. La Sabiduría de Dios se manifiesta en el cosmos, en la variedad y belleza de sus elementos, pero sus obras maestras, en las que realmente se muestra mucho más su belleza y su grandeza, son los santos.
En el pasaje de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos encontramos una imagen semejante: la del amor de Dios «derramado en los corazones» de los santos, es decir, de los bautizados, «por medio del Espíritu Santo», que les ha sido dado (cf. Rm 5, 5). Por Cristo pasa el don del Espíritu, «Persona-amor, Persona- don», como lo definió el siervo de Dios Juan Pablo II (Dominum et vivificantem, 10). Por Cristo el Espíritu de Dios llega a nosotros como principio de vida nueva, «santa». El Espíritu pone el amor de Dios en el corazón de los creyentes, en la forma concreta que tenía en el hombre Jesús de Nazaret. Así se realiza lo que dice san Pablo en la carta a los Colosenses: «Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1, 27). Las «tribulaciones» no están en contraste con esta esperanza; más aún, contribuyen a realizarla, a través de la «paciencia» y la «virtud probada» (Rm 5, 3-4): es el camino de Jesús, el camino de la cruz.
Desde esta misma perspectiva de la Sabiduría de Dios encarnada en Cristo y comunicada por el Espíritu Santo, el Evangelio nos ha sugerido que Dios
Padre sigue manifestando su designio de amor mediante los santos. También aquí sucede lo que ya hemos notado a propósito de la Sabiduría: el Espíritu de verdad revela el designio de Dios en la multiplicidad de los elementos del cosmos — agradezcamos esta visibilidad de la belleza y de la bondad de Dios en los elementos del cosmos—, y lo hace sobre todo mediante las personas humanas, de modo especial mediante los santos y las santas, en los que se refleja con gran fuerza su luz, su verdad y su amor.
En efecto, «la imagen de Dios invisible» (Col 1, 15) es precisamente sólo Jesucristo, «el Santo y el Justo» (Hch 3, 14). Él es la Sabiduría encarnada, el Logos creador que encuentra su alegría en habitar entre los hijos del hombre, en medio de los cuales ha puesto su morada (cf. Jn 1, 14). En él Dios se complació en poner «toda la plenitud» (cf. Col 1, 19); o, como dice él mismo en el pasaje evangélico de hoy: «Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn 16, 15). Cada santo participa de la riqueza de Cristo tomada del Padre y comunicada en el tiempo oportuno. Es siempre la misma santidad de Jesús, es siempre él, el «Santo», a quien el Espíritu plasma en las «almas santas», formando amigos de Jesús y testigos de su santidad. Jesús nos quiere convertir también a nosotros en amigos suyos. Precisamente este día abrimos nuestro corazón para que también en nuestra vida crezca la amistad con Jesús, de forma que podamos testimoniar su santidad, su bondad y su verdad.” (3 de junio de 2007)