Sermón de fin de año

Sermón de fin de año

30 de diciembre de 2016 Desactivado Por Regnumdei

Estamos “en la plenitud” del tiempo.  Con Jesús el tiempo se hace pleno

En el fin del año, nos encontramos esta tarde… para celebrar las primeras vísperas de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios y para elevar un himno de gracias al Señor por las innumerables gracias que nos ha dado, pero además y sobre todo por la Gracia en persona, es decir por el Don viviente y personal del Padre, que es su Hijo predilecto, nuestro Señor Jesucristo. Precisamente esta gratitud por los dones recibidos de Dios en el tiempo que se nos ha concedido vivir, nos ayuda a descubrir un gran valor inscrito en el tiempo: marcado en sus ritmos anuales, mensuales, semanales y diarios, está habitado por el amor de Dios, por sus dones de gracia; es tiempo de salvación. Sí, el Dios eterno entró y permanece en el tiempo del hombre. Entró en él y permanece en él con la persona de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo. Es cuanto nos ha recordado el apóstol Pablo en la lectura breve poco antes proclamada: “Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo … para hacernos hijos adoptivos” (Gal 4,4-5).

Por tanto, el Eterno entra en el tiempo y lo renueva de raíz, liberando al hombre del pecado y haciéndolo hijo de Dios. Ya ‘al principio’, o sea, con la creación del mundo y del hombre en el mundo, la eternidad de Dios hizo surgir el tiempo, en el que transcurre la historia humana, de generación en generación. Ahora, con la venida de Cristo y con su redención, estamos “en la plenitud” del tiempo. Como revela san Pablo, con Jesús el tiempo se hace pleno, llega a su cumplimiento, adquiriendo ese significado de salvación y de gracia por el que fue querido por Dios antes de la creación del mundo. La Navidad nos remite a esta ‘plenitud’ del tiempo, es decir, a la salvación renovadora traída por Jesús a todos los hombres. Nos la recuerda y, misteriosa pero realmente, nos la da siempre de nuevo. Nuestro tiempo humano está lleno de males, de sufrimientos, de dramas de todo tipo – desde los provocados por la maldad de los hombres hasta los derivados de las catástrofes naturales –, pero encierra ya, y de forma definitiva e imborrable la novedad gozosa y liberadora de Cristo salvador. Precisamente en el Niño de Belén podemos contemplar de modo particularmente luminoso y elocuente el encuentro de la eternidad con el tiempo, como le gusta expresar a la liturgia de la Iglesia. La Navidad nos hace volver a encontrar a Dios en la carne humilde y débil de un niño. ¿No hay aquí quizás una invitación a reencontrar la presencia de Dios y de su amor que da la salvación también en las horas breves y agotadoras de nuestra vida cotidiana? ¿No es quizás una invitación a descubrir que en nuestro tiempo humano – también en los momentos difíciles y duros – está enriquecido incesantemente por las gracias del Señor, es más, por la Gracia que es el Señor mismo?

Al final de este año…, antes de entregar los días y las horas a Dios y a su juicio justo y misericordioso, siento muy vivo en el corazón la necesidad de elevar nuestro “gracias” a Él y a su amor por nosotros. 

Benedicto XVI, 1 Enero 2011