“¡Señor, socórreme!” Comentario San Juan Crisóstomo
“¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”
Comentario San Juan Crisóstomo, obispo
Evangelio según San Mateo 15, 21-28
Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero Él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”.
Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.
Pero la mujer fue a postrarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”
Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.
Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”
Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” Y en ese momento su hija quedó sana.
Homilía 52: Insistió con mayor fuerza
- Salió de ahí Jesús y se retiró a los términos de Tiro y de Sidón. Una mujer cananea de aquellos contornos comenzó a gritar diciendo: Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David: Mi hija es malamente atormentada por el demonio. Marcos, por su parte, dice que él no pudo ocultarse cuando fue a una casa. ¿Por qué Cristo fue a aquellas partes? Una vez que liberó a las turbas de la falta de alimentos, siguiendo la misma linea de conducta fue para abrir la puerta del reino a los gentiles. Como lo hizo Pedro cuando se le ordenó derogar esa ley de los alimentos, pues enseguida fue enviado a Cornelio. Y si alguno preguntara: ¿cómo es que habiendo dicho Cristo a los apóstoles: No vayáis a los gentiles, ahora El va a ellos? le responderemos en primer lugar que Cristo no estaba obligado a guardar ese precepto, dado por El a los discípulos. En segundo lugar, que en realidad no fue allá precisamente para predicarles. Dando a entender esto, dice Marcos que no pudo permanecer oculto aun cuando se escondió.
Así como el orden de las cosas pedía que no fuera El el primero en acercárseles, así también no decía con su bondad rechazarlos cuando iban a El. Si era conveniente ir en busca de los que huían, mucho más conveniente era no huir de los que lo buscaban y seguían. Advierte cómo aquella mujer es digna de cualquier beneficio. No se atrevió a ir a Jerusalén por temor y por no creerse digna de ello. Pues si tal temor no la hubiera cohibido, sin duda habría ido allá, como parece claro por la urgencia que al presente demuestra, y porque salió de los términos de su país. Hay algunos que explican esto alegóricamente; y dicen que cuando Jesús salió de Judea, entonces se atrevió a acercárseles la Iglesia, saliendo ella misma de sus confines. Porque dice en un salmo: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre? Salió Cristo de su país y también la mujer salió de su país, y así pudieron dialogar. Pues dice el evangelista: Una mujer cananea, habiendo salido de los términos de su país. Acusa el evangelista a esa mujer para hacer ver el milagro y para más enaltecerla. Porque al oír que es cananea debes recordar que aquella gente malvada había arrancado de raíz hasta los fundamentos mismos de la ley natural. Y al recordarlo, piensa en la virtud y fuerza del advenimiento de Cristo. Pues los que habían sido arrojados de en medio de los judíos para que a éstos no los pervirtieran, ahora se tornan mejores que los judíos, hasta el punto de salir de su país para acercarse a Cristo, mientras los judíos lo rechazaban, siendo así que para ellos había venido.
Se acercó, pues, la mujer y no dijo sino: ¡Compadécete de mí! y con su clamor suscitó un gran espectáculo. Porque gran espectáculo era contemplar a aquella mujer gritando con tan crecido afecto; ver a una madre suplicando por su hija; por su hija, repito, que tan intensamente sufría No se atrevió a llevar a la posesa a la presencia del Maestro, sino que la dejó en su casa y se presentó ella como suplicante, y únicamente representó el caso, sin añadir nada más. Tampoco se atrevió a llevar a su casa al Médico, como el príncipe aquel que decía: Ven e imponle las manos y baja antes de que muera mi hija; sino que, habiendo expuesto su desgracia y lo terrible del padecimiento, con grandes clamores implora la misericordia del Señor.
Y no dice: Compadécete de mi hija, sino: Compadécete de mí. Como si dijera: ella no se da cuenta de su enfermedad, pero yo estoy inmensamente atormentada y siento como propia su enfermedad y al verla enloquezco. Pero él no le contestó ni una palabra. ¡Cosa más nueva e inaudita! A los judíos Cristo los atrae aun siendo ellos ingratos; aun blasfemando ellos, les ruega. En cambio, a esta mujer que lo busca, le ruega, le suplica, y que no ha sido instruida en la Ley ni en los profetas, y que por otra parte demuestra tan gran piedad, ni siquiera se digna responderle. ¿Quién no se habría dado por ofendido al ver un comportamiento tan contrario a la fama de Cristo?
Había ella oído que Jesús recorría las villas curando las enfermedades; pero ahora, cuando ella se le acerca, él la rechaza. Por otra parte, ¿a quién no habría conmovido aquel padecimiento y aquellas súplicas que la mujer hacía en favor de su hija posesa del demonio? Porque no se acercó a Cristo como digna de aquel beneficio y como si exigiera una deuda, sino pidiendo misericordia y declarando su trágico padecer; y sin embargo, no reporta ninguna respuesta. Quizá muchos de los oyentes quedaron mal impresionados, pero ella no. ¿Qué digo muchos de los oyentes? Pienso que los discípulos mismos, impresionados por la desgracia de aquella mujer, se conturbaron. Sin embargo, ni aun así impresionados se atrevieron a decirle a El: Concédele ese beneficio; sino que se le acercaron y le rogaron diciéndole: Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros. Porque sucede que nosotros, cuando queremos persuadir de algo, con frecuencia decimos cosas inoportunas.
- Cristo en cambio dice: Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel.
¿Qué hace entonces la mujer? ¿decayó de ánimo al oír semejante respuesta? ¿se alejó? ¿abandonó su empeño y anhelos? ¡De ninguna manera! Al revés, instó con mayor fuerza. No lo hacemos así nosotros. Por el contrario, si no conseguimos lo que pedimos, desistimos al tiempo en que lo conveniente sería instar con mayor fuerza. ¿A quién no habría derrotado la palabra de Jesús? El silencio mismo del Maestro podía haberla hecho desesperar, pero mucho más semejante respuesta. Al ver que juntamente con ella eran rechazados los que por ella intercedían; y al oír que lo que pedía no era posible, podía esto haberla hecho desesperar. Pero no decayó de ánimo, sino que, viendo que sus abogados nada lograban, perdiendo laudablemente la vergüenza, tomó atrevimiento.
Antes no se había atrevido a presentarse de frente, pues los discípulos dicen: Clama detrás de nosotros. Pero cuando lo verosímil era que ella, dudosa ya en su ánimo, se apartara, entonces se acercó mucho más, y adorándolo le dijo: ¡Señor, ayúdame! ¿Qué es esto, oh mujer? ¿Tienes acaso una confianza mayor que la de los apóstoles? ¿Tienes mayor fortaleza? ¡No! responde: ni mayor confianza, ni mayor fortaleza. Más aún: estoy llena de vergüenza. Pero echo mano de la audacia para suplicar. El se compadecerá de mi atrevimiento. Mas ¿por qué lo haces? ¿no has oído que dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel?
Responde la mujer: ¡Sí, lo he oído! Pero él es el Señor. Porque por este motivo ella no le dijo: ruega, suplica; sino ¡ayúdame! Y ¿qué hace Cristo? No se contentó con la prueba, sino que la aumentó, diciendo: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los canes. Jesús con tal respuesta la colmó de tristeza más aún que con el anterior silencio. Ya no pasa el negocio a otro, ni dice: Yo no he sido enviado. Sino que cuanto más ella insiste pidiendo, tanto mayor repulsa recibe. Ya no llama él ovejas a los judíos, sino hijos, y a ella can.
¿Qué hace la mujer? De las mismas palabras de Cristo saca su argumento Como si dijera: ¡si perro soy, a lo menos ya no soy extranjera! Con razón Cristo decía: Yo he venido al mundo para juicioA Aquella mujer, aun injuriada, muestra virtud, muestra perseverancia y fe grande; mientras que los judíos, cultivados cuidadosa y honorablemente, se portan de modo contrario. Como si ella dijera: bien sé yo que el alimento es necesario para los hijos, por lo cual yo no por eso debo ser rechazada. Si en absoluto está prohibido recibir alguna cosa, será necesario abstenerse aun de las migas; pero si en alguna cosilla se puede participar, aun cuando yo sea un can, no se me prohíbe, sino al revés, por eso mismo se me debe dar alguna partecilla.
Bien sabía Cristo que ella iba a responderle así, y por eso difería el beneficio, para que apareciera públicamente la virtud de aquella mujer Pues si no pensara en concederlo, tampoco luego lo hubiera concedido ni a ella de nuevo la hubiera reprendido. Lo que hizo en el caso del centurión cuando le dijo: Yo iré y lo curaré, con el objeto de que conociéramos la piedad del centurión y lo oyéramos decir: No soy digno de que entres bajo mi techo; y lo que hizo con la mujer que padecía el flujo de sangre, cuando dijo: Yo he conocido que una virtud ha salido de mí, y lo que hizo con la samaritana para dejar ver que ella ni aun refutada desistía, eso mismo hace ahora. Porque no quería que tan gran virtud de aquella mujer permaneciera oculta. En realidad lo que él le decía no era para reprenderla, sino para instarla a más acercarse y para ir descubriendo aquel oculto tesoro.
Por tu parte, considera juntamente la fe y la humildad de aquella mujer. El a los judíos los llamó hijos; ella, no contenta con eso, los llamó señores: ¡tan lejos estuvo de dolerse por las alabanzas ajenas! De modo que respondió: ¡Cierto, Señor! Pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. ¿Observas la prudencia de esta mujer? ¿Cómo no se atreve a contradecir ni envidia las alabanzas ajenas ni se entristece o irrita por la injuria? ¿Ves su perseverancia? El le dice: No esta bien; ella responde: ¡Cierto, Señor! El a los judíos los llama hijos; ella, señores. El a ella la llama can; ella arguye con la costumbre de los canes. ¿Observas su humildad? Compara esto con la jactancia de los judíos. ¡Somos linaje de Abrahán y de nadie hemos sido siervos jamás; y hemos nacido de Dios! (Jn 8,33) No así la mujer, sino que se llama can y a ellos señores; y por esta humildad fue constituida hija. ¿Qué le responde Cristo?: ¡Oh mujer! ¡grande es tu fe! Por esto difería el don, para que brotara semejante expresión de aquellos labios, y por este camino coronar a aquella mujer. Hágase como quieres Como si dijera: tu fe puede hacer aun cosas mayores que ésta. Hágase, pues, como tú quieres. Esta palabra tiene afinidad con aquella otra: Hágase el cielo, y el cielo fue hecho (Gn 1,3). Y su hija desde aquella hora quedó sana.
- Considera cómo esta mujer ayudó no poco a la curación de su hija. Por esto no dice Cristo: Sea sana tu hija, sino: Grande es tu fe: hágase como quieres. Para que veas que no fueron palabras de adulación, sino que hubo ahí una excelentísima virtud de fe. Y dejó Cristo que los sucesos dieran una exacta prueba y demostración de la verdad. Pues dice el evangelista que al punto quedó sana la hija. Advierte cómo, venciendo a los apóstoles y sin que ellos hicieran nada de su parte, fue la mujer la que todo lo hizo. Tan gran cosa es la perseverancia en la oración. Prefiere Dios, cuando se trata de nuestros propios intereses, que seamos nosotros mismos los que le supliquemos, a que otros lo hagan por nosotros.
Pues en el caso, los apóstoles tenían una mayor confianza, pero la mujer tuvo mucho mayor perseverancia. Por lo demás, con el feliz éxito del negocio, Jesús como que se justificó delante de los discípulos de haber retardado el milagro; y que, con razón, cuando ellos le rogaban, El no había accedido. Y partiendo de ahí Jesús vino al mar de Galilea; y habiendo subido a una montaña se asentó ahí. Y se le acercó una gran muchedumbre, en la que había cojos y mancos, ciegos y mudos y muchos otros que se echaron a sus pies y los curó. Y la muchedumbre se admiraba viendo que hablaban los mudos, los mancos sanaban, los cojos andaban y veían los ciegos. Y glorificaban al Dios de Israel. Unas veces va por las aldeas, otras se asienta en espera de los enfermos y lleva a los cojos hasta la montaña. Ahora no tocan sus vestidos; sino que llevados a lo alto, se arrojan a sus pies y demuestran así su doble fe. Porque cojos, suben al monte y no necesitan otra cosa, sino arrojarse a los pies de Jesús. Y era cosa de maravilla ver andar, sin que nadie les ayudara, a quienes antes eran llevados por otros; y que los ciegos veían, sin necesidad de lazarillos.
Llenó así de admiración a todos tanto la gran multitud de los que fueron curados, como la facilidad con que lo fueron. ¿Adviertes cómo a la hija de la mujer cananea la curó tras de larga espera, mientras que acá a estos enfermos los curó al punto? No fue porque éstos fueran mejores, sino porque la fe de aquélla fue más fervorosa. Por eso en el caso de la mujer, dio largas para hacer ver su perseverancia; mientras que a estos enfermos los cura al punto, para cerrar la boca al judaísmo incrédulo, y quitarle toda justificación y excusa. Pues cuanto son mayores los beneficios que alguno ha recibido, a tanto mayor castigo se le condena, en el caso de que se muestre ingrato, y ni por el honor que se le ha concedido se torne mejor. Por esto los ricos son con mayor rigor castigados que los pobres, si son malvados; puesto que ni por la mayor abundancia de bienes se tornaron más mansos.