Súplica que conmueve el corazón de Dios
«¡Queridos hermanos y hermanas!
Sigo con mucha preocupación los dramáticos y crecientes episodios de violencia en Siria. En los últimos días han causado numerosas víctimas mortales. Recuerdo en la oración a los fallecidos – entre ellos algunos niños, a los heridos y a cuantos sufren las consecuencias de un conflicto cada vez más preocupante. Además, renuevo un apremiante llamamiento para que se ponga fin a la violencia y al derramamiento de sangre. Así como invito a todos – y ante todo a las autoridades políticas de Siria – a privilegiar la senda del diálogo, de la reconciliación y del compromiso por la paz. Es urgente responder a las legítimas aspiraciones de los diversos componentes de la Nación, así como a los auspicios de la comunidad internacional, preocupada por el bien común de toda la sociedad y de la Región».
Introduciendo el rezo a la Madre de Dios, el Papa reflexionó sobre el Evangelio de este domingo, en el diálogo de Cristo con un leproso, que manifiesta la delicadeza con la cual Dios se inclina hacia el hombre, tan a menudo impotente ante el sufrimiento, el dolor y la agresión del mal.
A pesar del frío, numerosos peregrinos acudieron a la plaza de San Pedro a rezar con Benedicto XVI. También en sus palabras en español, el Santo Padre recordó que la súplica confiada conmueve el corazón del Señor, exhortando a buscar a Jesús con la oración y a testimoniar su amor con nuestra vida:
Texto completo de las palabras del Papa, en italiano, antes del rezo del Ángelus:
¡Queridos hermanos y hermanas!
El Domingo pasado hemos visto que Jesús, en su vida pública, alivió a muchos enfermos, revelando que Dios quiere para el hombre la vida, la vida en plenitud. El Evangelio de este domingo (Mc 1,40-45) nos muestra a Jesús en contacto con la forma de enfermedad considerada en aquellos tiempos la más grave, tanto de hacer a la persona “impura” y de excluirla de las relaciones sociales: hablamos de la lepra. Una especial legislación (cfr Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa, es decir impura; e igualmente correspondía al sacerdote constatar su alivio y readmitir al enfermo resanado en la vida normal.
Mientras Jesús iba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le aproximó y le dijo: "Si quieres, puedes purificarme”. Jesús no escapa del contacto con aquel hombre, es más, impulsado por una íntima participación de su condición, extiende la mano y lo toca – superando la prohibición legal – y le dice: “Lo quiero, queda purificado”. En aquel gesto y en aquellas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de aliviarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y que deteriora nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso es derrumbada cada barrera entre Dios y la impuridad humana, entre lo Sagrado y lo que se le opone, ciertamente no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que todo mal, también de aquel más contagioso y horrible. Jesús ha tomado sobre sí nuestras enfermedades, se ha hecho “leproso” para que nosotros fuésemos purificados.
Un espléndido comentario existencial a este Evangelio es la célebre experiencia de san Francisco de Asís, que él reasume al inicio de su Testamento: “El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo (mundo)”. En aquellos leprosos, que Francisco encontró cuando estaba todavía “en pecados”, estaba presente Jesús; y cuando Francisco se aproximó a uno de ellos y, venciendo el propio asco, lo abrazó, Jesús lo alivió de su lepra, es decir de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a la vida nueva!
Querido amigos, dirijámonos en oración a la Virgen María, que ayer hemos celebrado haciendo memoria de sus apariciones en Lourdes. A Santa Bernardita la Santísima Virgen entregó un mensaje siempre actual: la invitación a la oración y a la penitencia. Mediante su Madre está siempre Jesús que sale a nuestro encuentro, para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. Dejémonos tocar y purificar por Él, y tengamos misericordia hacia nuestros hermanos.