Santa Teresa del Niño Jesús y las necesidades de nuestro tiempo.

Santa Teresa del Niño Jesús y las necesidades de nuestro tiempo.

3 de septiembre de 2012 Desactivado Por Regnumdei

El Papa Pablo VI, en carta dirigida al obispo de Bayeux – Lisieux, conmotivo del Centenario del nacimiento de santa Teresa, quiso que el mensaje de la Santa de Lisieux, fuera expuesto de acuerdo con las necesidades espirituales de nuestro tiempo. «Formulando estos votos con un corazón ardiente, os alentamos, querido hermano en el Episcopado, a emplear todos los medios para que el mensaje de la Santa de Lisieux sea expuesto nuevamente, meditado, profundizado, de acuerdo con las necesidades de nuestro tiempo…

 

(Ecclesia, 20 enero 1973, pág. 11)

Las necesidades de nuestro tiempo…unos se secularizan porque noencuentran aún bastante clara la identidad del sacerdocio… Otros apenas si tienen tiempo para las pequeñas tareas sin brillo, pensando que son ellos los que forjan la historia de la Iglesia… Otros, en busca de novedades, resucitan errores ya viejos en la historia multisecular de la Iglesia… Las necesidades de nuestro tiempo… Lo que está necesitando la Iglesia de hoy es el programa que Teresa del Niño Jesús nos propone: su caminito de infancia espiritual. A lo que menos nos resignamos es a ser niños. Ya somos muy mayores. Y se proclamará con voz ahuecada llena de soberbia que hemos llegado a la mayoría de edad. Con tanto como hoy se sabe… Con las cumbres tan altas que ha alcanzado a estas horas la inteligencia del hombre… hacernos niños… Y sin embargo Jesús nos dice: «Si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3). Pero hacernos niños supone dar un golpe mortal a la soberbia en que se está destruyendo la vida humana. Dar valor a las cosas pequeñas. Porque no son las cosas las que tienen valor sino el amor con que están vivificadas. Dios no necesita nuestras deslumbrantes obras, nuestras retóricas huecas… Lo que Dios busca es nuestro amor. Y el amor puro puede vivificarlo todo: desde las recepciones de un Jefe de Estado hasta la acción tan trivial de pelar patatas en la cocina. He ahí las necesidades de nuestro tiempo. Esta es la llaga que con dedo certero señaló el Papa Pablo VI cuando pidió «que el mensaje de santa Teresa fuera propuesto de acuerdo con las necesidades de nuestro tiempo». Es el amor por lo pequeño, el cuidado de lo más opaco, la atención a las cosas más insignificantes, que son las que constituyen en mayor número la vida humana, lo que hay que hacer y además, hacerlo por amor de Dios.

 

En eso es maestra Santa Teresa. Su vida se desliza uniforme casi monótona, por claustros, celdas y oficinas. Por la mañana trabaja en la ropería; barre la escalera y el dormitorio. Por la tarde sale a arrancar hierbas en la huerta. Otra temporada se encarga del comedor: prepara el pan, sirve el agua, distribuye la cerveza entre las hermanas. La nombraron sacristana y con gozo manejaba los vasos sagrados. A veces pinta o escribe poesías. Nada extraordinario. Dada su debilidad de enferma no puede seguir todos los actos de comunidad ni practicar las penitencias de la Orden; y, sin embargo, avanza velozmente hacia la santidad. ¿Cómo?

 

Haciendo actos extraordinariamente pequeños pero vivificados por un amor purísimo. Ese es el secreto de su vida espiritual. Ese amor, que es, a la vez, confianza filial y desprendimiento de sí misma, es el ascensor divino, que la eleva, sin esfuerzo aparente, hasta los brazos de Dios. Este es el caminito suyo, el de su infancia espiritual; programa de vida para las almas pequeñitas a los ojos de los hombres; nuevo sistema espiritual, en el que han desaparecido los métodos complicados; santidad ingenua, sin matemáticas y sin alardes. Es la pura doctrina evangélica, despojada de todo aquello con que la habían ido recubriendo los hombres.

 

Una noche al salir del coro para ir a la celda se encuentra sor Teresa con que su linterna no está en el anaquel. Alguien se la llevó equivocadamente. ¿Irá a reclamarla? Si no lo hace tendrá que estar en la celda a oscuras una hora. Y sin poder trabajar, hoy precisamente que tenía mucho trabajo. Teresa calla. Se va a oscuras a la celda, y a oscuras se pasa una hora, ofreciendo gustosa aquella privación que ocasiona la pobreza. ¿Veis por qué he dicho antes que el Papa señaló con dedo certero las necesidades de nuestro tiempo? Cualquier joven de hoy creerá que así no se realiza, que es hora de protestar y de contestar. La contestación tan en moda, no entra en el camino sencillo, pero arduo, de la infancia espiritual.

 

Durante la oración de comunidad en el coro, al lado de Teresa una hermana hace ruido molesto y persistente moviendo su rosario grande. Teresa, que tiene un oído finísimo, afinado aún más por su misma enfermedad, se siente muy molesta. Ha sentido muchas veces el impulso de volver la cabeza para llamar la atención a la hermana del ruido, pero se ha dominado pensando que sufrir aquello por amor de Dios y del prójimo, es mejor que gozar de un místico recogimiento y se vence, aunque la violencia que tiene que hacerse le hace sudar copiosamente. Y en vez de taparse los oídos, los aplica al ruido desagradable con el mismo interés que si escucharía un concierto delicioso.

 

Otro día está en el lavadero. Frente a sor Teresa, que lava ropa, una hermana le salpica la cara con agua sucia de pañuelos. Siente un primer impulso de alejarse limpiándose la cara, como una manera de advertir a la hermanita su faena. Pero, no; aquellas gotas que son de agua sucia para el cuerpo, pueden convertirse en perlas para el alma, Teresa aguanta la aspersión con rostro sereno, y hasta con espíritu gozoso, mientras el natural siente la repulsa de aquella rociada desagradable.

 

Algunos se resignan con pasividad; otros se encierran en su egoísmo o en el goce inmediato; otros se endurecen o se rebelan; otros, se desesperan. A unos y a otros Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz enseña a no contar con solas sus fuerzas, ya se trate de la virtud o de la limitación, sino con el amor misterioso de Cristo, el cual es mayor que nuestro corazón, y nos asocia a la ofrenda de su Pasión y al dinamismo de su vida. ¡Ojalá pueda ella enseñar a todos el «pequeño camino real» del espíritu de infancia, que es justamente todo lo contrario de la puerilidad, de la tristeza!

 

Crueles pruebas de familia, escrúpulos, temores y otras dificultades, incluso parecía que iban a ser capaces de impedir su perfección; la enfermedad no perdonó su juventud; y lo más duro: tuvo que experimentar profundamente la noche de la fe. Y Dios le hizo encontrar en el fondo mismo de esa noche, el abandono y el valor, la paciencia y la alegría, en una palabra, la verdadera libertad (Pablo VI). Santa Teresa del Niño Jesús sembró amor y cosechó amor. Amor hace falta ya, ahora mismo.

 

Cuando Pablo VI en la apertura de la cuarta y última sesión del Concilio dijo: «éste ha sido un grande y triple acto de caridad hacia Dios, la Iglesia, la Humanidad», (10 septiembre 1965) estaba dando la pauta de todo el supremo quehacer del hombre y nos compendiaba que la oríentación básica de toda renovación posconciliar es el Amor, que por su propia naturaleza va dirigido hacia Dios y hacia los hermanos.

 

El teólogo converso del ateísmo Olivier Clément, moldeado por la teología patriótica y muy conocedor de la literatura rusa, nos ofrece una de sus más bellas páginas sobre el Amor de Dios «más fuerte que todo el mal del mundo». «Hoy, quizás por primera vez en la historia, los cristianos se van volviendo pobres y libres». El papel del cristianismo no es luchar contra la secularización, que es un hecho, sino hacer que esta secularización llegue a ser positiva, es decir que permita a la Iglesia ser un fermento y no un poder. Hoy existe una apertura a lo pequeño, a lo sencillo, hay una vuelta a las cosas es
enciales».

 

JESUS MARTI BALLESTER