San Pío X ante la herejía modernista

San Pío X ante la herejía modernista

19 de agosto de 2024 Desactivado Por Regnumdei

El Pontificado de San Pío X se desarrolló desde 1903 a 1914, un período marcado por muchas y arduas luchas.


Entre ellas se destaca su condenación del movimiento denominado “modernismo”, estigmatizado por el Pontífice como la “síntesis de todas las herejías”.

El modernismo, precursor del actual progresismo
Ese movimiento, precursor del progresismo católico de nuestros días, trataba de adaptar la Iglesia al espíritu y a los errores del mundo moderno, infectando los Ambientes católicos con esos errores.

Aquel extraordinario Pontífice, en su famosa y magnífica encíclica Pascendi Dominici Gregis (8/09/1907) denunció a los enemigos internos, que conspiraban para desfigurar y, finalmente, destruir la Santa Iglesia por dentro:

“Los fautores del error se ocultan en el propio seno de la Iglesia, por así decir, en las propias venas y entrañas de ella”.

Si repasamos los errores modernistas que condenó San Pío X, veremos que, desgraciadamente, siguen muy presentes entre nosotros. Los modernistas despreciaban la Tradición, considerando que el progreso teológico o científico era lo que llevaba gradual y necesariamente hacia la verdad, mediante la evolución del significado de los dogmas. Asimismo, exigían la democratización de la Iglesia, la abolición del celibato sacerdotal y la separación entre la vida cívica de las personas y su cristianismo, que correspondía al ámbito privado y no público. Es decir, exactamente lo que vemos hoy en día en multitud de autores, clérigos, grupos y portales que no se llaman a sí mismos modernistas, pero sí progresistas.

En lo referente a la Escritura, los modernistas popularizaron la idea de que gran parte de los Evangelios eran invenciones, relatos no históricos o simple reflejo de la experiencia de la primera comunidad, especialmente el cuarto evangelio, que según ellos no relataba hechos históricos, sino que era una meditación teológica. Y, por supuesto, las extendidísimas ideas de que Cristo no tenía muy claro que él era Dios y ni siquiera el Mesías, o que la Resurrección fue algo meramente espiritual y no histórico, de manera que Cristo, más que resucitar, “sigue vivo” en Dios o en el recuerdo de sus discípulos. Es inmediatamente evidente que todas estas cosas y otras similares se encuentran en las páginas de autores como Pagola, Queiruga o Pikaza y, desgraciadamente, en la mente de la mayoría de sus lectores, tanto sacerdotes como monjas o seglares. El otro día, hablábamos precisamente de estos temas en el blog.

También en tiempos de San Pío X comenzaban ya los modernistas a negar doctrinas que les parecían “demasiado católicas” como la muerte expiatoria de Cristo. A la vez, defendían que el sacerdocio era un invento de la Iglesia y no una institución de Cristo o incluso que Jesús no había querido fundar una Iglesia. De nuevo, podemos encontrar las mismas afirmaciones en cualquier libro de los citados, en cualquier blog de curas casados,

En moral, el Papa condenó la idea de los modernistas de que la Iglesia tenía que abandonar la moral tradicional, porque esa moral no podía “conciliarse con el progreso moderno”, y de que, para que el catolicismo se conciliara con la ciencia, debía transformarse en un “cristianismo no dogmático, es decir, en protestantismo amplio y liberal”. Es difícil no reconocer la misma tendencia en tantos que piden que reforme la moral católica para adaptarla a los gustos y “necesidades” de los hombres de hoy, que buscan introducir de alguna forma el divorcio, que hacen la vista gorda ante la anticoncepción, que manifiestan que el aborto es una cuestión personal o que defienden sin rubor que lo verdaderamente importante es el dinero y que las empresas deben regirse únicamente por criterios económicos y no morales (así es, modernistas los hay de todos los pelajes políticos).

Por supuesto, uno de los principales dogmas modernistas era que los católicos no tenían por qué aceptar internamente la doctrina de la Iglesia. Con una frase especialmente acertada, el Papa describía la actitud de los modernistas (de ayer y de hoy) ante la corrección por parte de la Iglesia: “Finalmente, ¡cosa que pone horror a todos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad”. Son líneas que podrían haberse escrito ayer. Sobrino, Queiruga, Boff, Pikaza, Pagola, Küng y tantos otros siguen dando conferencias, cursos y charlas en parroquias, colegios y universidades católicas, sus libros se venden en librerías católicas y son leídos por infinidad de sacerdotes y religiosos.

Con esa intuición teológica que mencionaba al principio, el Papa dio exactamente en el clavo al señalar que todas estas desviaciones se debían a una mentalidad que tenía “por maestra y guía a una filosofía que reconoce su origen en la negación de Dios” y a que los modernistas se habían puesto “a sí mismos como norma de criterio”. El relativismo subjetivista moderno y la asunción acrítica de los maestros de la sospecha, como Freud, Marx, Nietzsche y sus epígonos, han dado a luz un falso cristianismo modernista, muy débil en cuanto a fundamentos pero con un fuerte odio contra todo lo que huela al auténtico cristianismo.

Al igual que sucedió con la crisis arriana en el siglo IV, la condena por parte de la Iglesia contuvo un tiempo la herejía, pero luego ésta resurgió con nuevas fuerzas y, aparentemente, se extendió victoriosa por el orbe cristiano. Es muy posible que, una vez más, para erradicarla hagan falta siglos. No debemos engañarnos. Seguimos en plena crisis modernista y cuanto antes nos convenzamos de ello, mejor. Como el arrianismo, el modernismo ataca a la raíz misma de la fe católica y no puede coexistir con ésta, pues son absolutamente opuestos.