SAN JUAN DE AVILA: OTROS PELIGROS PARA LA CASTIDAD

SAN JUAN DE AVILA: OTROS PELIGROS PARA LA CASTIDAD

26 de junio de 2023 Desactivado Por Regnumdei
No os engañéis que, si a vuestro deseo de ser castos no acompañan obras con que defendáis vuestra castidad

Entre las miserables caídas de castidad que en el mundo ha habido, no es razón que se ponga en olvido la del rey y profeta David; porque, por ser ella tan miserable, y la persona tan calificada, pone un escarmiento tan grande a quien lo oyere, que no hay quien deje de temer su propia flaqueza. La causa de aquesta caída dice san Basilio que fue un liviano complacimiento [24], que David tomó en sí mismo, una vez que fue visitado de la mano de Dios con abundancia de mucha consolación, y se atrevió a decir: Yo dije en mi abundancia: No seré ya mudado de este estado para siempre (cf. Sal 30,7). Mas, ¡oh cuán al revés le salió! ¡Y cómo después entendió lo que primero no entendía, que en el día de los bienes que tenemos, nos hemos de acordar de los males en que podemos caer! (cf. Eclo 7,14).

Y que se debe tomar la consolación divinal con peso de humildad, acompañada del santo temor de Dios, para que no pruebe lo que el mismo David luego dijo: Quitaste tu faz de mí, y fui hecho conturbado (Sal 30,8).
Otra causa de su caída nos da a entender la Escritura divina, diciendo que, al tiempo que los reyes de Israel solían ir a las guerras contra los infieles, se quedó el rey David en su casa; y andándose paseando en un corredor, miró (cf. 2 Sam 11,1-2) lo que le fue causa de adulterio y homicidio, y no de uno, mas de muchos hombres; todo lo cual se evitara si él fuera a pelear las peleas de Dios, según otros reyes lo acostumbraban, y él mismo lo había hecho otros años.
Si vos os estáis paseando cuando están recogidos los siervos de Dios, y si estáis ocioso cuando ellos trabajan en buenas obras, y si derramáis vuestros ojos con soltura cuando ellos con los suyos lloran por sí y por los otros amargamente, y si, al tiempo que ellos se levantan de noche a orar, vos os estáis durmiendo y roncando, y perdéis, por lo que se os antoja, los buenos ejercicios que solíades tener, que con su fuerza y calor os tenían en pie, ¿cómo pensáis guardar la castidad estando descuidado y sin armas para la defender, y teniendo tantos enemigos que pelean contra ella, fuertes, cuidadosos y armados? No os engañéis que, si a vuestro deseo de ser casta no acompañan obras con que defendáis vuestra castidad, vuestro deseo saldrá en vano, y acaeceros ha a vos lo que a David, pues ni sois más privilegiada que él ni más fuerte ni santa.
Y, para dar conclusión a esta materia de las causas por que se suele perder aquesta preciosa joya de la castidad, debéis saber que la causa por que Dios permitió que la carne se levantase contra la razón en nuestros primeros padres -que de allí lo heredamos nosotros- fue porque ellos se levantaron contra Dios, desobedeciendo su mandamiento. Castigóles en lo que pecaron; y fue que, pues ellos no obedecieron a su superior, no les obedeciese a ellos su inferior. Y así el desenfrenamiento de la carne, esclava y súbdita, contra su superior, que es la razón, castigo es de inobediencia de la razón contra Dios, su superior. Y, por tanto, guardaos mucho de desobedecer a vuestros superiores, por que no permita Dios que vuestro inferior, que es la carne, se levante contra vos, como permitió que Adad se levantase contra el rey Salomón, su señor, y os azote y persiga, y por vuestra flaqueza os derribe en lo profundo del pecado mortal (cf. 1 Re 11,14ss).
Y si estas cosas ya dichas, que con los ojos del cuerpo habéis leído, las habéis bien sentido con lo interior del corazón, veréis cuánta razón hay para que miréis por vos y qué hay en vos. Y porque vos no bastáis a conoceros, debéis pedir lumbre a nuestro Señor para escudriñar los más secretos rincones de vuestro corazón, porque no haya en vos algo que sepáis o que no sepáis, por lo cual se ponga a riesgo de perder, por algún secreto juicio de Dios, la joya de la castidad, que tanto importa que esté bien guardada con el amparó divino.