«San Isidro labrador, pon la lluvia y quita el sol…»

«San Isidro labrador, pon la lluvia y quita el sol…»

15 de mayo de 2025 Desactivado Por Regnumdei

«Hacía bien lo que tenía que hacer en su día a día y se puede decir que su fe le daba una mayor productividad, porque la ayuda del Señor te ayuda a trabajar mejor»


La historia de San Isidro Labrador, el santo patrono de los agricultores, tiene su origen en España, donde cuentan que el humilde campesino fue capaz de hacer brotar el agua con tan sólo golpear una roca con una vara.

Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa y rezar.


Algo debía de tener san Isidro para que mucho antes de su canonización las gentes de Madrid le tuviesen como santo de altar. «Ya en vida era considerado así y despertaba, igual que en nuestros días, la admiración del pueblo en general», afirma Luis Manuel Velasco, presidente de la Congregación de San Isidro de Madrid.

El santo patrono de la capital de España —y también de los agricultores de todo el mundo— nació en torno al 1082 en un momento de la historia en el que Madrid formaba parte de la taifa de Toledo, dentro del amplio territorio que los musulmanes denominaban Al-Ándalus. La Reconquista estaba avanzada y así, en 1085, aquella pequeña villa fue conquistada por las tropas de Alfonso VI, quien, además de descubrir de manera milagrosa la imagen de la Virgen de la Almudena, otorgó a estas tierras la estabilidad necesaria para que sus gentes pudieran vivir y trabajar en paz.

Eso fue precisamente —vivir y trabajar en paz— lo que básicamente hizo Isidro toda su vida. Durante años labró y cultivó los campos que le arrendaba Juan de Vargas, el señor que dominaba buena parte de lo que hoy conocemos como Madrid, pero en el año 1110 los árabes recuperaron parte de lo que perdieron años antes y los cristianos tuvieron que escapar más al norte para hallar refugio. Así, Isidro se marchó a Torrelaguna, al norte de la capital, donde conoció a una joven llamada María de la Cabeza, con la que se casó años más tarde y tuvo a su hijo Illán.

Pasado el peligro volvió a Madrid, y en lo que entonces era un villorrio destacó como zahorí al excavar algunos pozos de agua que salvaron las cosechas durante las sequías. En Madrid su vida discurría entre la iglesia de San Andrés y el campo, y sus coetáneos lo recordaron siempre anteponiendo la devoción a la obligación, aunque sin descuidar nunca esta. «Isidro se santificaba a través del trabajo», explica Luis Manuel Velasco. «Hacía bien lo que tenía que hacer en su día a día y se puede decir que su fe le daba una mayor productividad, porque la ayuda del Señor te ayuda a trabajar mejor».

Por ello, «no iba a trabajar sin haber orado antes», añade el presidente de la Congregación de San Isidro, quien subraya que los grandes pilares de su vida de fe fueron «el amor a la Virgen de la Almudena y a la Virgen de Atocha, y también a la Eucaristía, hasta el punto de que era cofrade de una hermandad que muy probablemente fue la del Santísimo Sacramento».


Desde tiempos inmemoriales, el hombre del campo se ha visto en la obligación de buscar métodos para lidiar con el capricho del clima, recurriendo a todo tipo de soluciones, desde científicas, hasta el poder omnipotente y misericordioso de Dios que responde a las suplicas inundadas de fe.

San Isidro nació en Madrid, España, durante el periodo de la Reconquista. Está muy ligado al trabajo agrícola, ya que durante su vida realizó esta labor. Se cuenta que labraba duramente la tierra todos los días, pero también acudía todos los días a recibir la Eucaristía y dedicada muchas horas a la oración. Su devoción fastidiaba a algunos de sus compañeros, quienes un día lo acusaron de ausentismo ante uno de sus patrones.

Los testimonios cuentan que mientras estuvo ausente, ocupado en sus oraciones en una iglesia, un par de ángeles bajaron del cielo, tomaron el arado y dirigieron los bueyes para cumplir con la labor encomendada al piadoso campesino. Fue así que cuando el patrón llegó, encontró todo en orden y los acusadores quedaron en ridículo.

Se casó con una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover).

Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa y rezar. Varios de sus compañeros muy envidiosos lo acusaron ante el patrón por «ausentismo» y abandono del trabajo. El señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía misa, un personaje invisible (quizá un ángel) le guaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.

Los mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores y los buenos católicos tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los inmigrantes y sufrió por un buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo conoce a uno y donde es muy difícil conseguir empleo y confianza de las gentes. Pero sabía aquello que Dios ha prometido varias veces en la Biblia: «Yo nunca te abandonaré», y confió en Dios y fue ayudado por Dios.

Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él, su esposa y su hijito). Y hasta para las avecillas tenía sus apartados. En pleno invierno cuando el suelo se cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo. Él se llevó a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró.

Los domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín, la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a Dios por tan admirable prodigio.

Volvió después a Madrid y se alquiló como obrero en una finca, pero los otros peones, llenos de envidia lo acusaron ante el dueño de que trabajaba menos que los demás por dedicarse a rezar y a ir al templo. El dueño le puso entonces como tarea a cada obrero cultivar una parcela de tierra. Y la de Isidro produjo el doble que las de los demás, porque Nuestro Señor le recompensaba su piedad y su generosidad.

En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro. Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intercedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.

Su piadosa vida culminó cuando el Santo tenía aproximadamente 90 años de edad. De inmediato comenzó a ser venerado y empezaron a atribuírsele milagros. A San Isidro se le invoca para obtener buenas cosechas y regular las lluvias. Fue canonizado por el papa Gregorio XV en 1622


Glorioso San Isidro Labrador:

Tú, sabes bien lo duro
es cultivar la tierra
pues fuiste agricultorque
durante la mayor parte de tu vida.
Dios te envió sus Ángeles,
para que araran mientras tu orabas,
mostrándote así Su complacencia
por las oraciones que le dirigías…

Es por eso que los agricultores
nos dirigimos a ti,
para solicitar tu ayuda y favores,
tanto espirituales como materiales,
para ver crecer las maravillas
que a través de Dios
hemos sembrado en esta tierra.

Te rogamos protejas a los agricultores
en sus labores facilitando su trabajo,
con las condiciones meteorológicas necesarias,
y lluvias calmadas y abundantes
para que recojan los frutos tan necesarios
para toda la humanidad.
También que les ayudes a conseguir
su propio sustento diario,
obteniendo una buena venta
de los productos recolectados
y de esta manera puedan dar
la atención necesaria a sus familias.
Protege su salud y sus fuerzas,
en esta dura labor,
que tu mejor que nadie conoces,
y de la que eres aclamado
como santo patrono.
San Isidro Labrador,
ruega por los agricultores. Amén

Dios nuestro en quien vivimos, nos movemos y existimos; te pedimos que nos concedas la lluvia necesaria para que, ayudados por los bienes de la tierra, anhelemos con más confianza los bienes eternos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

«San Isidro labrador, pon la lluvia y quita el sol…»  (Tres veces)