San Gregorio Nacianceno, el cantor de la Trinidad
Dios es amor: por lo tanto, concluye Agustín, ¡Él es Trinidad! “El amor supone a uno que ama, uno que es amado, y el amor mismo con el cual se aman”
En años pasados, ha habido propuestas teológicas que, a pesar de las profundas diferencias entre ellas, tenían un esquema de fondo común, a veces claro, a veces implícito. Este esquema es simplísimo, siendo reductivo. Los dos misterios más grandes de nuestra fe son la Trinidad y la Encarnación: Dios es uno y trino; Jesucristo es Dios y hombre. En las propuestas a las que me refiero, la idea es: Dios es uno, y Jesucristo es hombre. Consiste en dejar caer la divinidad de Cristo y, con ello, la Trinidad.
El resultado de este proceso es que uno termina aceptando tácita e hipócritamente la existencia de dos tipos de fe y de dos cristianismos diferentes, que no tienen en común entre ellos más que el nombre: el cristianismo de la fe de la Iglesia y de las declaraciones ecuménicas conjuntas, donde, con las palabras del símbolo niceno-constantinopolitano, se sigue profesando la fe en la Trinidad y en la plena divinidad de Cristo, y el cristianismo de amplios estratos de la cultura, incluso exegética y teológica, en el que estas mismas verdades son ignoradas o interpretadas de manera muy diferente.
En este clima es particularmente oportuno volver a examinar a los padres de la Iglesia, no sólo para conocer el contenido del dogma en su estado naciente, sino más aún para encontrar la unidad vital de la fe profesada y la fe vivida, entre el “qué” y su “enunciado”. Para los padres la Trinidad y la unidad de Dios, la dualidad de la naturaleza y la unidad de la persona de Cristo no eran una verdad para decidir sobre la mesa o discutir en los libros en diálogo con otros libros; eran realidades vitales. Parafraseando un dicho que circula en los círculos deportivos, podríamos decir que estas verdades no eran para ellos una cuestión de vida o muerte, ¡eran mucho más!
1. Gregorio Nacianceno, el cantor de la Trinidad
El gigante sobre cuyas espaldas queremos subirnos hoy es san Gregorio Nacianceno, y el horizonte que queremos examinar con él es la Trinidad. Suya es la grandiosa imagen que muestra el desplegarse de la revelación de la Trinidad en la historia y la pedagogía de Dios que se revela en ella. El antiguo testamento, escribe, proclama abiertamente la existencia del Padre, y comienza a anunciar veladamente la del Hijo; el nuevo testamento proclama abiertamente al Hijo, y comienza a revelar la divinidad del Espíritu Santo; ahora, en la Iglesia, el Espíritu se nos manifiesta claramente y ella confiesa la gloria de la Santísima Trinidad. Dios ha establecido su manifestación, adaptándose a los tiempos y a la capacidad receptiva de los hombres 1.
Esta triple división no tiene nada que ver con la tesis de Gioacchino da Fiore, sobre los tres períodos distintos: el del Padre, en el antiguo testamento, la del Hijo en el nuevo y el del Espíritu Santo en la iglesia. La distinción de san Gregorio se refiere a el orden de la manifestación, no a él del ser o de la acción de las Tres personas, las cuales están presentes y obran juntas a través del tiempo.
San Gregorio Nacianceno ha recibido en la tradición el nombre de “el Teólogo” (ho Theologos), debido a su contribución a la comprensión del dogma trinitario. Su mérito es haber dado a la ortodoxia trinitaria una formulación perfecta, con frases destinadas a convertirse en patrimonio común de la teología. El símbolo pseudo-atanasio Quicumque, compuesto casi un siglo después, le debe no poco a Gregorio Nacianceno.
Éstas son algunas de sus fórmulas cristalinas:
“Fue, era y estaba: pero era uno solo. Luz y luz y luz, pero una sola luz. Esto es lo que imaginó David cuando dijo: “En tu luz vemos la luz” (Sal. 35,10). Y ahora la hemos contemplado y la anunciamos, de la luz que es el Padre comprendemos la luz que es el Hijo a la luz del Espíritu: he aquí la breve y concisa teología de la Trinidad […] Dios, si podemos hablar de manera sucinta, está indiviso en seres divididos el uno del otro” 2.
La principal contribución de los capadocios en la formulación del dogma trinitario es el haber llevado a término la distinción entre los dos conceptos de ousia e hipóstasis, sustancia y persona, creando la base conceptual permanente con la cual se expresa la fe en la Trinidad. Se trata de una de las innovaciones más impresionantes que la teología cristiana ha introducido en el pensamiento humano. De esta ha podido desarrollarse el concepto moderno de persona como relación.
El lado débil de su teología trinitaria, por ellos mismos advertido, era el peligro de concebir la relación entre la única sustancia divina y las tres hipóstasis del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo del mismo modo que existe en la naturaleza entre las especies y los individuos (por ejemplo, entre la especie humana y los hombres individuales), ofreciendo así el flanco a la acusación de triteísmo 3.
Gregorio Nacianceno se esfuerza por responder a esta dificultad, diciendo que cada una de las tres personas divinas no está menos unida a las otras dos, de lo que está unida a sí misma 4. Niega, por la misma razón, las similitudes tradicionales de “fuente, arroyo, río” o “sol, rayo, luz” 5. Con el tiempo admitió con franqueza, de preferir este riesgo a aquel opuesto del modalismo: “Es mejor, dice, tener una idea, tal vez insuficiente, de la unión de los Tres, en lugar de osar una impiedad absoluta” 6.
¿Por qué elegir a san Gregorio Nacianceno, como maestro de la fe en la Trinidad? La razón es la misma por la que hemos elegido a Atanasio como maestro de la fe en la divinidad de Cristo. Es que para Gregorio, la Trinidad no es una verdad abstracta, o simplemente un dogma; es su pasión, su ambiente vital, algo que sacude su corazón sólo con nombrarla.
Los ortodoxos le llaman “el cantor de la Trinidad.” Esto concuerda perfectamente con lo que sabemos de su personalidad humana. El Nacianceno es un hombre con un corazón aún más grande que la mente, un temperamento sensible en exceso, hasta provocarle no pocas decepciones y sufrimientos en sus relaciones con los demás, empezando por su amigo san Basilio.
En su poesía revela todo su entusiasmo por la Trinidad. Utiliza frases como “mi Trinidad”, “amada Trinidad” 7. Gregorio es un enamorado de la Trinidad. Escribe así de sí mismo:
“Desde el día que renuncié a las cosas de este mundo para consagrar mi alma a la contemplación brillante y celestial, cuando la inteligencia suprema me secuestró de aquí para hacerme reposar lejos de todo lo que es carnal, desde ese día mis ojos han estado deslumbrados por la luz de la Trinidad… Desde su sublime trono ella extiende su resplandor inefable sobre cada cosa… Desde ese día estoy muerto para el mundo y el mundo ha muerto para mí” 8.
Basta con comparar estas palabras con expresiones técnicamente perfectas, pero frías en el símbolo Quicumque, que se recitaba antes en el Oficio divino del domingo, para darse cuenta de la distancia que separa la fe vivida de los Padres, de aquella formal y repetitiva que se presenta después de ellos, aunque también esta última cumple una tarea importante.
2. No podemos vivir sin la Trinidad
Ahora, como siempre, haremos una reflexión sobre lo que los padres pueden ofrecernos en este campo, para una renovación de nuestra fe. Es bien sabido que la teología occidental siempre ha tenido que protegerse contra el riesgo opuesto a él del triteísmo del cual, hemos visto, debe defenderse el Nacianceno; es decir, el riesgo de hacer hincapié en la unidad de la natur
aleza divina, en detrimento de la distinción de las personas.
aleza divina, en detrimento de la distinción de las personas.
En este terreno ha sido capaz de desarrollarse la visión deísta de Descartes y de los iluministas que prescinden del todo de la Trinidad para concentrarse sólo en Dios, concebido como un ser supremo o como “la divinidad”. Kant sacó la famosa conclusión de que “de la doctrina trinitaria, tomada literalmente, no se puede conseguir nada práctico” 9. Esa, en otras palabras, que es irrelevante para la vida del hombre y de la Iglesia.
Este ha sido sin duda uno de los factores que han allanado el camino para el ateísmo moderno. Si se hubiera mantenido viva la idea en la teología del Dios Uno y Trino, en lugar de hablar de un vago “Ser supremo”, no hubiera sido tan fácil para Feuerbach el triunfo de su tesis de que Dios es una proyección que el hombre hace de sí mismo y de su esencia. ¿Qué necesidad tendría el hombre de dividirse en tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo? Y ¿en qué sentido la Trinidad puede ser la proyección y la sublimación que el espíritu humano hace de sí mismo? Es el vago deísmo el que fue demolido por Feuerbach, no la fe en el Dios uno y trino.
Pero si la visión latina de la Trinidad, por un lado, abre la puerta a esta desviación deística, por el otro contiene el remedio más eficaz contra ella. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos con Agustín por haber basado su discurso sobre la Trinidad en la palabra de Juan: “Dios es amor” (1 Jn. 4,10). Dios es amor: por lo tanto, concluye Agustín, ¡Él es Trinidad! “El amor supone a uno que ama, uno que es amado, y el amor mismo con el cual se aman” 10. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todas las cosas; el Hijo es el que es amado; el Espíritu Santo es el amor con que se aman.
Todo amor es el amor de alguien o de algo, como todo conocimiento, dice Husserl, es el conocimiento de algo. No se da un amor “al vacío”, sin un objeto. ¿Ahora, quién ama a Dios para ser definido amor? ¿El hombre? Pero entonces es amor sólo desde algún centenar de millones de años. ¿El universo? Pero entonces es amor sólo desde alguna decena de millardos de años. ¿Y antes, a quién amaba Dios por ser el amor? Los pensadores griegos y, en general, las filosofías religiosas de todos los tiempos, concibiendo a Dios ante todo como un “pensamiento” podían responder: Dios se pensaba a sí mismo; era el “pensamiento puro”, ” pensamiento de pensamiento”. Pero esto ya no es posible, desde el momento en que se dice que Dios es ante todo amor, porque el “amor puro a sí mismo” sería puro egoísmo, que no es la exaltación máxima del amor, sino su negación total.
Y aquí está la respuesta de la revelación, hecha explícita por la Iglesia con su doctrina de la Trinidad. Dios es amor desde siempre, ab aeterno, porque antes aún de que hubiera un objeto fuera de sí para amar, tenía en sí mismo el Verbo, el Hijo al que amaba con un amor infinito, es decir, “en el Espíritu Santo”. Esto no explica cómo la unidad puede ser al mismo tiempo trinidad (esto es un misterio imposible de conocer por nosotros porque está solamente en Dios), pero nos basta al menos para intuir por qué, en Dios, la unidad debe ser también pluralidad y asimismo trinidad.
Un Dios que fuese puro conocimiento o pura ley, o pura potencia, no tendría necesidad de ser trino (esto de hecho complicaría mucho las cosas); pero un Dios que es, sobre todo amor, sí porque “menos que entre dos, no puede haber amor”. “Necesitamos –ha escrito de Lubac–, que el mundo lo sepa: la revelación del Dios amor altera todo lo que se había concebido de la divinidad” 11.
Ciertamente que lo del amor es una analogía humana, pero es sin duda la que mejor nos permite echar un vistazo a la misteriosa profundidad de Dios. En esto se ve cómo la teología latina integra a la griega, y las dos no pueden prescindir la una de la otra. El tema del amor está casi ausente en la teología trinitaria de los orientales, que usan de preferencia la analogía de la luz. Tenemos que esperar a Gregorio Palamas para leer, en griego, algo similar a lo que dice Agustín sobre el amor en la Trinidad. 12.
Alguno quiere poner hoy entre paréntesis el dogma de la Trinidad, para facilitar el diálogo con las otras grandes religiones monoteístas. Se trata de una operación suicida. ¡Sería como quitarle la espina dorsal a una persona para hacerla caminar con más facilidad! La Trinidad ha marcado de tal modo la teología, la liturgia, la espiritualidad y la vida cristiana, que renunciar a ella significaría empezar otra religión por completo.
Lo que debe hacerse es más bien, como nos enseñan los Padres, acercar este misterio de los libros de teología a la vida, de modo que la Trinidad no sea solo un misterio estudiado y correctamente formulado, sino vivido, adorado, disfrutado. La vida cristiana se desarrolla, de principio a fin, en el signo y en la presencia de la Trinidad. Al inicio de la vida, fuimos bautizados “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” y, por último, si tenemos la gracia de morir cristianamente, a nuestra cabecera se recitarán las palabras: “Parte, alma cristiana, de este mundo: en el nombre del Padre, que te creó, del Hijo que te ha redimido y del Espíritu Santo que te ha santificado”.
Entre estos dos momentos extremos, están otros momentos llamados “de transición” que para un cristiano, están todos marcados por la invocación a la Trinidad. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, los esposos son unidos en matrimonio y se intercambian el anillo, así como los sacerdotes y los obispos que son consagrados. En el nombre de la Trinidad, se empezaban alguna vez los contratos, los juicios, y cada acto importante de la vida civil y religiosa. La Trinidad es el seno en el que fuimos concebidos (cf. Ef. 1,4) y es también el puerto al que todos navegamos. Es “el océano de paz” del que todo fluye y en el cual todo refluye.
3. “O beata Trinitas!”
San Gregorio Nacianceno debería haber suscitado en nosotros un deseo ardiente hacia la Trinidad: hacer de ella “nuestra” Trinidad, la “querida” Trinidad, la “amada” Trinidad. Algunos de estos acentos de conmovida adoración y asombro, resuenan en los textos de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Debemos hacerla pasar de la liturgia a la vida. Hay algo más dichoso que podemos hacer en relación a la Trinidad que tratar de entenderla, ¡y es entrar en ella! No podemos abrazar el océano, pero podemos entrar en él; no podemos abrazar el misterio de la Trinidad con nuestras mentes, ¡pero podemos entrar en ella!
La “puerta” para entrar en la Trinidad es una sola, Jesucristo. Con su muerte y resurrección, él nos ha abierto un camino nuevo para entrar en el santo de los santos que es la Trinidad (cf. Hb. 10,19-20) y nos dejó los medios para seguirlo en este camino de retorno. El primero y más universal es la iglesia. Cuando se quiere cruzar un estrecho, dijo Agustín, lo más importante no consiste en sentarse en la orilla y agudizar la vista para ver lo que hay en la orilla opuesta, sino subirse sobre la barca que lleva a aquella orilla. Y para nosotros lo más importante no es especular sobre la Trinidad, sino permanecer en la fe de la Iglesia que se dirige hacia ella 13.
En la Iglesia, la Eucaristía es el medio por excelencia. La misa es una acción trinitaria de principio a fin; comienza en el nombre del Padre, del Hijo y del E
spíritu Santo y termina con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esa es la oferta que Jesús, cabeza y cuerpo místico, hace de sí mismo al Padre en el Espíritu Santo. A través de ella entramos verdaderamente en el corazón mismo de la Trinidad.
spíritu Santo y termina con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esa es la oferta que Jesús, cabeza y cuerpo místico, hace de sí mismo al Padre en el Espíritu Santo. A través de ella entramos verdaderamente en el corazón mismo de la Trinidad.
Para los hermanos ortodoxos, un medio importante para entrar en el misterio es el icono. La Trinidad de Rublev es un resumen visual de la doctrina trinitaria de los capadocios, y en particular de Gregorio Nacianceno. En él percibimos, en la misma medida, el movimiento incesante y la quietud sobrehumana, trascendencia y condescendencia. El dogma de la unidad y trinidad de Dios se expresa por el hecho de que estas figuras son tres y muy distintas, pero muy semejantes entre sí. Ellas están contenidas idealmente dentro de un círculo que pone de manifiesto su unidad, pero con su movimiento diferente y disposición proclaman también su carácter distintivo.
El santo, en cuyo monasterio se pintó el icono, san Sergio de Radonezh, se había distinguido en la historia de Rusia por haber traído la unidad entre los líderes que estaban en desacuerdo unos con otros y de haber hecho posible la liberación de Rusia de los tártaros, que la habían invadido. Su lema –que Rublev ha tratado de interpretar en el icono–, fue: “Contemplando la Santísima Trinidad, se vence la odiosa discordia de este mundo”. San Gregorio Nacianceno había expresado un pensamiento similar en estos versos, los cuales parecen ser su testamento espiritual:
Busco la soledad, un lugar inaccesible al mal, donde con una mente indivisa buscar a mi Dios,
y aliviar mi vejez con la dulce esperanza del cielo.
¿Qué dejaré a la Iglesia? ¡Dejaré mis lágrimas!…
Dirijo mis pensamientos a la casa que no conoce ocaso, a mi querida Trinidad, única luz,
de la cual la sola sombra oscura me conmueve” 14.
La espiritualidad latina no es menos rica en ayudas para hacer de la Trinidad un misterio cercano, querido. También insiste en el movimiento contrario: no somos nosotros los que entramos en la Trinidad, sino es la Trinidad la que entra en nosotros. En la tradición ortodoxa, la doctrina de la inhabitación está referida de preferencia a la persona del Espíritu Santo. Es la teología latina la que ha desarrollado, en todo su potencial, la doctrina bíblica de la inhabitación de toda la Trinidad en el alma: “Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23)15. Pío XII se ha reservado un lugar en su Mystici Corporis, diciendo que gracias a esta inhabitación, nosotros “participamos desde ahora en la alegría y la felicidad de la Trinidad” 16.
San Juan de la Cruz dice que “el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo” (Rm 5,5), no es otro que el amor con que el Padre, desde siempre, ha amado a su Hijo. Se trata de un desbordamiento del amor divino de la Trinidad hacia nosotros. Dios comunica al alma “el mismo amor que comunica al Hijo, aún cuando esto no ocurre de forma natural, sino por unión … El alma participa de Dios, cumpliendo con él, la obra de la Santísima Trinidad” 17. La beata Isabel de la Trinidad nos sugiere una manera simple de traducir esto en un programa de vida: “Todo mi ejercicio consiste en volver a entrar en mí misma y perderme en los tres que están allí” 18.
Yo veo en esto una razón más, y entre las más profundas, para evangelizar. Hace unos días leía en la liturgia de las horas, las palabras de Dios en Isaías: “Pues en esto he de fijarme: en el mísero y en el abatido, y en el que respeta mi palabra” (Is. 66,2). Me llamó la atención un pensamiento. Me dije a mí mismo, ¿cuál es la gran diferencia entre quien es bautizado y quien no lo es: sobre quien no ha sido bautizado, Dios “vuelve la mirada”, está presente intencionalmente, con su amor y su providencia; en quien está bautizado, él no vuelve solamente la mirada, sino que viene a morar en él en persona, y más aún, con las tres Personas divinas. Es cierto que una presencia intencional correspondida puede ser más aceptable a Dios que una presencia bautismal desatendida o rechazada (y esto debería llenarnos de responsabilidad y humildad), pero sería una ingratitud no reconocer la diferencia que hace el ser, o no, cristianos.
Terminemos recitando juntos la doxología que concluye el canon de la Misa y que es la más corta y la más densa oración trinitaria de la Iglesia: “Por Cristo, con Cristo, en Cristo, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
P. Raniero Cantalamessa, O.F.M.Cap.
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1 Cf. Gregorio Nazianzeno, Oratio 31, 26. Trad. ital di C. Moreschini, I cinque discorsi teologici, Roma, Città Nuova, 1986.
2 Oratio 31, 3.14.
3 Cf. Basilio, Epistola 236,6.
4 Gregorio Naz., Oratio. 31,16.
5 Ib. 31, 31-33.
6i Ib. 31, 12.
7 Gregorio Naz., Poemata de seipso, I,15; I, 87 (PG 37, 1251 s.; 1434).
8 Ib., I,1 (PG 37, 984-985).
9 E. Kant, Il conflitto delle facoltà, A 50 (WW, ed. W. Weischedel, VI, p.303).
10 Agostino, De Trinitate,VIII, 10, 14.
11 H. de Lubac, Histoire et Esprit, Aubier, Parigi 1950, cap.5.
12 Gregorio Palamas, Capita physica, 36 (PG 150, 1144s.).
13 Agostino, De Trinitate, IV,15,30; Confessioni, VII, 21.
14 Gregorio Nazianzeno, Poemata de seipso, I,11 (PG 37, 1165 s.).
15 Cf. R. Moretti – G.-M. Bertrand, Inhabitation, in “Dict. Spir.”, 7, 1735.1767.
16 Pio XII, Mystici corporis, AAS, 35, 1943, pp.231 s.
17 S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual A, estrofa 38.
18 Isabel de la Trinidad, Cartas, 151, (Scritti, Roma 1967, p. 274).