Sacerdotes: pasión por la misión, no por el éxito

Sacerdotes: pasión por la misión, no por el éxito

29 de junio de 2020 Desactivado Por Regnumdei
«Antes que nada, en el llamado al ministerio sacerdotal existe el encuentro con Jesús, el ser fascinados, despertados por sus palabras, sus gestos y su persona»

Lo dijo el Papa Emérito Benedicto XVI durante las vísperas en la Basílica vaticana el 10 de Noviembre del año 2011, en el inicio del Año Académico y el 70° aniversario de la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales.
El aniversario fue una ocasión para recordar los tres elementos esenciales en la vida sacerdotal: «la aspiración a colaborar con Jesús en la difusión del Reino de Dios, la gratuidad del empeño pastoral y la actitud del servicio».
Según el Papa el sacerdote deber tener un «cuidado atento del rebaño, y de la celebración fiel de la liturgia»
Al hablar sobre la vocación sacerdotal a la numerosa presencia de sacerdotes estudiantes, el Papa reafirmó que la propia raíz está en la acción redentora y salvífica del Padre realizada por Cristo. Por eso en segundo lugar, los sacerdotes deben ser «administradores de los Misterios de Dios «no por vergonzoso interés, sino con ánimo generoso».
Lo esencial del sacerdocio es la naturaleza sacramental del mismo, esto es, «abrirse a la acción de Dios escogiendo cotidianamente donarse a sí mismos a Él y a los hermanos» porque «el llamado del Señor al ministerio no es fruto de méritos particulares, sino es el don de acoger», aunque aquello no corresponda a nuestros deseos de autorrealización, la Cruz es el centro de la vida sacerdotal, no éxitos.
El Santo Padre continuó diciendo que el ser sacerdote también precisa de la ejemplaridad de vida. Son dispensadores de los medios de salvación a través de un servicio «del cuidado atento del rebaño, de la celebración fiel de la liturgia y la preocupación por todos los hermanos, especialmente aquellos más pobres y necesitados».
A los sacerdotes estudiantes y seminaristas presentes el Papa recordó la importancia de la preparación «también a través de un estudio serio y empeñado, para servir al Pueblo de Dios en los trabajos que serán confiados». Estudiar en Roma, además, continuó, es también «un don precioso» por la oportunidad de respirar la catolicidad de la Iglesia.
La Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales fue instituida por el Papa Pío XII con el Motu proprio «Cum nobis» exactamente hace 70 años, junto a la entonces Congregación de los Seminarios y las Universidades de los Estudios, hoy Congregación para la Educación católica. La propia misión se expresa en la promoción del mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones; de la oración de los fieles de todo el mundo para obtener nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; también en el servicio de difundir los documentos del magisterio eclesial en relación a la promoción de la vocación al sacerdocio ministerial, las informaciones y las experiencias significativas provenientes de diversas partes del mundo.
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HOMILÍA COMPLETA

¡Venerados Hermanos,
queridos hermanos y hermanas!

Es un gozo para mi celebrar estas Vísperas con ustedes que forman la gran comunidad de las Universidades Pontificias romanas. Saludo al Cardenal Zenon Grocholewski agradeciéndole por las corteses palabras que me ha dirigido y sobre todo por el servicio que desarrolla como Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, coadyuvado por el Secretario y por los otros colaboradores. A ellos, y a todos los Rectores, los Profesores y los estudiantes dirijo mi más cordial saludo.

Hace más o menos setenta años el Venerable Pio XII, con el Motu proprio «Cum Nobis» instituía la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales, con los fines de promover las vocaciones presbiterales, de difundir el conocimiento de la dignidad y de la necesidad del ministerio ordenado y de estimular la oración de los fieles para obtener del Señor numerosos y dignos sacerdotes. Con ocasión de tal aniversario, esta tarde quisiera proponerles algunas reflexiones justamente sobre el ministerio sacerdotal. El Motu proprio «Cum Nobis» representó el inicio de un vasto movimiento de iniciativas de oración y de actividades pastorales. Fue una respuesta clara y generosa al llamado del Señor: Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. » (Mt 9,37). Luego de la puesta en marcha de la Pontificia Obra, otras comenzaron a desarrollarse por todas partes. Entre estas quisiera recordar el «Serra International», fundado por algunos empresarios de los Estados Unidos e intitulado a Padre Junípero Serra, Fraile franciscano español, con la finalidad de estimular y apoyar las vocaciones al sacerdocio y asistir económicamente a los seminaristas. A los miembros del Serra, que recuerdan el 60° aniversario del reconocimiento de la Santa Sede, dirijo un cordial pensamiento. La Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales fue instituida en la memoria litúrgica de San Carlos Borromeo, venerado protector de los Seminarios. A El pedimos también en esta celebración de interceder para el despertar, la buena formación y el crecimiento de las vocaciones al presbiterado.
También la Palabra de Dios, que hemos escuchado en el pasaje de la Primera Carta de Pedro, invita a meditar sobre la misión de los Pastores en la comunidad cristiana. Desde los albores de la Iglesia ha sido evidente el relieve conferido a las guías de las primeras comunidades, establecidas por los Apóstoles para el anuncio de la Palabra de Dios a través la predicación y para celebrar el sacrificio de Cristo, la Eucaristía. Pedro dirige un apasionado llamamiento: « Exhorto a los presbíteros que están entre ustedes, siendo yo presbítero como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que va a ser revelada. » (1 Pedro 5,1). El dirige tal llamada en fuerza de su personal relación con Cristo, culminada en las dramáticas circunstancias de la pasión y en la experiencia del encuentro con El resucitado de entre los muertos. Pedro, además, habla acerca la reciproca solidaridad de los Pastores en el ministerio, subrayando su pertenencia y la de ellos al único orden apostólico: dice de hecho de ser «anciano como ellos», el término griego es sumpresbyteros. Apacentar la grey de Cristo es vocación y tarea a ellos común y los hace particularmente ligados entre ellos, porque están unidos a Cristo con un vínculo especial. De hecho, el Señor Jesús ha paragonado varias veces a si mismo a un pastor premuroso, atento a cada una de sus ovejas. Dijo de si: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). Y San Tomás de Aquino comenta: «Si bien los jefes de la Iglesia sean todos pastores, él dice de serlo de manera singular: “Yo soy el buen pastor”, con la finalidad de introducir con dulzura la virtud de la caridad. De hecho no se puede ser buen pastor si no convirtiéndose en una sola cosa con Cristo y sus miembros mediante la caridad. La caridad es el primer deber del buen pastor» (Esposizione su Giovanni, cap. 10, lect. 3).

Es grande la visión que el apóstol Pedro tiene de la llamada al ministerio de guía de la comunidad, concebida en continuidad con la singular elección recibida por los Doce. La vocación apostólica vive gracias a la relación personal con Cristo, alimentada por la asidua oración y animada por la pasión de comunicar el mensaje recibido y la misma experiencia de fe de los Apóstoles. Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar (cfr Mc 3,14). Existen algunas condiciones para que haya una creciente consonancia con Cristo en la vida del sacerdote. Quisiera subrayar tres, que emergen de la lectura que hemos escuchado: la aspiración a colaborar con Jesús en la difusión del Reino de Dios, la gratuidad del compromiso pastoral y la actitud de servicio.
Ante todo, en la llamada al ministerio sacerdotal se encuentra el encuentro con Jesús y el ser fascinados, impresionados por sus palabras, por sus gestos, por su misma persona. Y el haber distinguido, en medio a tantas voces, su voz, respondiendo como Pedro «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Es como haber sido alcanzados por la irradiación de Bien y de Amor que emana de Él, sentirse envueltos y participes hasta el punto de desear permanecer con El como los dos discípulos de Emaús – «Quédate con nosotros porque se hace tarde» (Jn 24,29) y de llevar al mundo el anuncio del Evangelio. Dios Padre ha enviado al Hijo eterno al mundo para realizar su plan de salvación. Cristo Jesús ha constituido la Iglesia para que se extendiese en el tiempo los efectos benéficos de la redención. La vocación de los sacerdotes tiene su raíz en esta acción del Padre realizada en Cristo, a través del Espíritu Santo. El ministro del Evangelio entonces es aquel que se deja aferrar por Cristo, que sabe «permanecer» con El, que entra en sintonía, en intima amistad, con El, para que todo se cumpla “como lo quiere Dios” (1 Pedro 5,2), según su voluntad de amor, con gran libertad interior y con profundo gozo del corazón.

En segundo lugar, se está llamados a ser administradores de los Misterios de Dios «no por vergonzoso interés, sino con ánimo generoso» (ibidem). No hay que olvidar jamas, que se entra en el sacerdocio a través del Sacramento, de la Ordenación, y esto significa justamente abrirse a la acción de Dios eligiendo cotidianamente donare así mismos por El y por los hermanos, según el dicho evangélico: « Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente » (Mt 10,8). La llamada del Señor al ministerio no es fruto de méritos particulares, sino que es un don de acoger y al que corresponder dedicándose no a un propio proyecto, sino a aquel de Dios, de manera generosa y desinteresado, para que El disponga de nosotros según su voluntad, también si esta pudiese no corresponder a nuestros deseos de autorrealización. Amar junto a Aquel que nos ha amado primero y que se ha entregado completamente. Y el estar disponibles a dejarse envolver en su acto de amor pleno y total al Padre y a todo hombre consumado sobre el Calvario. Pero – como sacerdotes- jamás debemos olvidar que la única subida legitima hacia el ministerio de Pastor no es aquella del éxito, sino aquella de la Cruz.

En esta lógica ser sacerdotes quiere decir ser siervos también con lo ejemplaridad de la vida. (Háganse modelos de la grey) es el envío del apóstol Pedro (1 Pedro 5,3). Los presbíteros son dispensadores de los medios de salvación, de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Penitencia, no disponen de estos al propio arbitrio, sino que son humildes servidores por el bien del Pueblo de Dios. Es entonces una vida marcada profundamente por este servicio: por la cura atenta de la grey, por la celebración fiel de la liturgia, y por la pronta solicitud hacia todos los hermanos, especialmente los más pobres y necesitados. En el vivir esta «caridad pastoral» sobre el modelo de Cristo y con Cristo, en cualquier lugar el Señor nos llama, cada sacerdote se podrá realizar plenamente a sí mismo y a la propia vocación.
Queridos hermanos y hermanas, he ofrecido algunas reflexiones sobre el ministerio sacerdotal. Pero también las personas consagradas y los laicos, pienso de manera particular a las numerosas religiosas y laicas que estudian en las Universidades Eclesiásticas de Roma, como también aquellos que prestan su servicio como docentes o como personal en dichos Ateneos, podrán encontrar elementos útiles para vivir con mayor intensidad el periodo que transcurren en la Ciudad Eterna. Es importante para todos, de hecho, aprender siempre cada vez más a «permanecer» con el Señor, cotidianamente, en el encuentro personal con El para dejarse fascinar y aferrar por su amor y ser anunciadores de su Evangelio; es importante buscar de seguir en la vida, con generosidad, no un proyecto propio, sino aquel que Dios tiene para cada uno, conformando la propia voluntad a aquella del Señor; es importante prepararse, también a través de un estudio serio y comprometido, a servir al Pueblo de Dios en las tareas que vendrán confiadas.

Queridos amigos, vivan bien, en intima comunión con el Señor, este tiempo de formación: es un don precioso que Dios les ofrece, especialmente aquí a Roma donde se respira, de manera del todo singular, la catolicidad de la Iglesia. Que San Carlos Borromeo obtenga la gracia de la fidelidad a todos aquellos que frecuentan las Facultades eclesiásticas romanas. A todos ustedes, por intercesión de la Virgen María, Sedes Sapientiae, el Señor conceda un provechoso año académico. Amen.