Nuncio Apostólico

Nuncio Apostólico

7 de septiembre de 2012 Desactivado Por Regnumdei

El nuncio apostólico el embajador de la Santa Sede ante un gobierno.  Como tal, representa al Papa ante un gobierno y maneja los asuntos entre la Sede Apostólica y el gobierno civil del país al cual ha sido asignado. El nuncio debe «esforzarse para que se promuevan iniciativas en favor de la paz, del progreso y de la cooperación entre los pueblos».

 

 

Los Nuncios Apostólicos, son considerados los decanos del cuerpo diplomático del país en el que están acreditados. Esto es según la Convención Diplomática de Viena, 18 de abril de 1961.

 

El servicio diplomático de la Santa Sede es el más antiguo del mundo. Sus orígenes se remonta a los legados enviados por los Papas para representarlos en concilios importantes. Ej: El Papa envió un legado pontificio al Concilio de Nicea en el año 325.

 

El Nuncio vigila por el bienestar de la Iglesia en el país al que es enviado. (Etim. Latín nuntius, mensajero, enviado.)

Según el Código de Derecho Canónico1,«la función principal del legado pontificio consiste en procurar que sean cada vez más firmes y eficaces los vínculos de unidad que existen entre la Sede Apostólica y las Iglesias particulares». Su misión incluye «prestar ayuda y consejo a los obispos, sin menoscabo del ejercicio de la potestad legítima de éstos».

 

«En lo que atañe al nombramiento de obispos, transmitir o proponer a la Sede Apostólica los nombres de los candidatos»1.

 

El nuncio es asignado por el Papa y generalmente es un obispo. ( Derecho Canónico, #362 a 367)

 

Un nuncio Apostólico o como también es conocido un nuncio Papal, es un representante diplomático con jerarquía de embajador de la Santa Sede, que suele tener un rango eclesiástico de arzobispo y que representa la Santa Sede ante los Estados, las organizaciones internacionales y la iglesia local.

Entre los derechos que obtiene un nuncio Apostólico, son los de tener los mismos privilegios e inmunidades que en una embajada, por lo que debe velar por el bienestar de la iglesia en el país al que es enviado, teniendo como principal función procurar que sean cada vez más eficaces y firmes los vínculos que existen entre la Sede Apostólica y las Iglesias particulares.

Por lo tanto, el Nuncio Apostólico representa al papa ante un gobierno y maneja los asuntos entre la Sede Apostólica y el Gobierno civil del país al que haya sido asignado, por lo que tiene como finalidad prestar ayuda a los obispos  y esforzarse por  promover iniciativas a favor de la paz, el progreso y la cooperación entre los pueblos.

Nuncio Apostólico en los altares: Beato Juan XXIII, Papa

 

Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881, en Sotto il Monte, pueblito que dista 12 kilómetros de Bérgamo, al norte de Italia. Ésta es una tierra que vio florecer numerosos y modélicos cristianos gracias a la labor evangelizadora realizada por San Alejandro, mártir, XVII siglos atrás: su sangre derramada por la fe sería allí semilla de innumerables cristianos.

 

Angelo era «hijo del viñador Roncalli» . En efecto, él era descendiente de una familia campesina, profundamente católica, humilde y a la vez muy numerosa: eran trece hermanos, de los cuales él era el tercero. Fue este el ambiente en el que se iría forjando una personalidad con la que cautivaría a sus feligreses y al mundo entero: en la familia llegó a ser como un padre para todos sus hermanos, sencillo y manso, a la vez vital y exigente, siempre generoso.

 

En su infancia, conjugando sus primeros estudios con los trabajos agrícolas, Angelo asistió a la escuela de su pueblo. Por aquél tiempo integró el grupo de monaguillos. Ya desde que tuvo conciencia experimentó la llamada del Señor al sacerdocio pues nunca, como confesó él mismo poco antes de su tránsito, hubo momento alguno en que hubiese deseado otra cosa. Sin duda este deseo se reflejó ya desde niño en sus actitudes y opciones: sus amigos de infancia no tardaron en llamarle «Angelito, el cura».

 

Muy firme decisión por la santidad a toda costa

A los once años, lejos aún de alcanzar los catorce requeridos por entonces como mínimo, fue tempranamente admitido en el seminario de Bérgamo. Por su precoz madurez y su evidente vocación, recibió ya a esa edad, la tonsura, que implicaba al mismo tiempo el uso diario de la sotana.

 

Esta inclinación tan temprana de ningún modo significó que para él la lucha hubiese sido fácil y sencilla. Consta en su Diario del Alma, publicación posterior a su muerte que reúne sus escritos personales desde los 14 años de edad, que su vida íntegra estaba hecha de batallas cotidianas en las que había victorias así como también derrotas. La lucha no era fácil, pero a él lo sostenía un firme propósito que jamás abandonó: «estoy obligado, como mi tarea principal y única, hacerme santo cueste lo que cueste» , escribió poco antes de ser ordenado sacerdote. Este era el horizonte al que, en medio de las tensiones de la lucha cotidiana, tendía siempre más que como una «inclinación de nacimiento», un propósito decidido e inconmovible de su voluntad, en obediencia a un singular sentido del deber de responder a los que había descubierto era su vocación particular.

 

De sargento de infantería a secretario de su obispo

A Giuseppe, alumno inteligente y aprovechado, le fue concedida en 1901 una beca para ampliar sus estudios teológicos en el Ateneo Pontificio de San Apolinar, en Roma. El año siguiente tuvo que interrumpir sus estudios para realizar el servicio militar, obligatorio por entonces aún para clérigos, siendo incorporado al regimiento de infantería militar de Bérgamo. A finales de 1902 era conocido como el sargento Roncalli. En 1903 vuelve a sus estudios en Roma, culminándolos con un doctorado en teología.

 

El 10 de agosto de 1904 es ordenado sacerdote, y su primera Misa la ofició al día siguiente en la Basílica de San Pedro.

 

A principios de 1905 el Padre Roncalli vuelve a Bérgamo para trabajar al lado de su Obispo, Mons. Giacomo Tedeschi (1857-1914), quien lo nombró su secretario personal. El Padre Roncalli aprendió mucho de la vida ejemplar de su Obispo, con quien trabajó hasta el día en que éste fue llamado a la casa del Padre, el año 1914. De él escribió una intensa biografía, cuya primera edición apareció en Bérgamo el año 1916. En su época de secretario (1905-1914) enseñaba también en el seminario de Bérgamo, dictando clases de Historia de la Iglesia y de Apologética.

 

Vuelve al ejército y después a la Curia Romana

Cuando lo permitían las circunstancias el secretario del Obispo visitaba la Biblioteca Ambrosiana. Por aquél entonces era prefecto de la misma el Padre Achille Ratti -futuro Pío XI-, con quien compartía un interés común por la figura del Santo Cardenal Carlos Borromeo. Sus pesquisas históricas tuvieron como objeto conocer la vida y pensamiento de este gran Santo, cuyo aporte -especialmente en lo que se refiere al Concilio de Trento (1545-1563)- sería decisivo en un tiempo tan difícil para la Iglesia. Con el tiempo el Padre Roncalli publicaría el fruto de alguna de sus investigaciones: una edición crítica de las actas de la visita apostólica de San Carlos Borromeo a Bérgamo.

 

Con el estallido de la primera guerra mundial, en 1914, se incorpora en Bérgamo al ejército, ofreciendo su servicio primero en la pastoral sanitaria, y a partir de 1916 como capellán militar.

 

Al ir acercándose el final de la guerra, hacia fines de 1918, el Padre Roncalli es nombrado direct
or espiritual del Seminario de Bérgamo. Un año después, en enero de 1921 es llamado a Roma para trabajar en la Congregación para la Propagación de la Fe. Es nombrado por Benedicto XV «Prelado Doméstico de Su Santidad». Su misión era visitar a los Obispos italianos e informarles sobre las reformas que el Papa se proponía realizar con el fin de financiar las misiones. Su servicio a la Iglesia le llevó también a visitar a diversos Obispos de Alemania, Francia, Bélgica y de los Países Bajos.

 

Diversos encargos pastorales de delicada diplomacia

En marzo de 1925 el Sucesor de Benedicto XV, Pío XI, lo nombra Visitador Apostólico en Bulgaria, una nación mayoritariamente ortodoxa y con un Estado confesional ortodoxo, donde los católicos apenas bordeaban las 40.000 personas. Después de siete siglos Bulgaria contaría nuevamente con un representante oficial de la Santa Sede en su territorio. Mons. Roncalli era enviado prácticamente a «tierra de misión». El 19 de marzo de 1921, dos semanas después de este nombramiento, Guiseppe Roncalli era consagrado Obispo, y un mes después se encontraba ya en Sofía, capital búlgara. Visitó las diversas comunidades católicas diseminadas por toda la nación y además de establecer buenas relaciones con sus gobernantes logró con los años y con un trabajo muy delicado de acercamiento a los diversos miembros de la jerarquía de la Iglesia oriental. Posteriormente Mons. Roncalli es nombrado Delegado Apostólico de Bulgaria.

 

En 1934 es nombrado Delegado Apostólico para Turquía y Grecia, por lo que se traslada a Estambul primero, y en 1937 a Atenas. En esta última ciudad pasaría la mayor parte de la segunda guerra mundial, donde con ayuda de la Santa Sede y en contacto estrecho con la Iglesia Ortodoxa, prestó una significativa y caritativa ayuda a la población. Más su contacto no era solamente con la Iglesia Ortodoxa: en los difíciles años de la guerra el gran rabino de Palestina, cuando se encontraba en Turquía, se comunicaba «casi diariamente con el Vaticano… gracias a Roncalli, amigo sincero de Israel, que salvó a miles de hebreos» .

 

También aquellos años vividos en el cercano Oriente le permitieron establecer firmes lazos con miembros de las Iglesias orientales, lo que sin duda influía positivamente para el acercamiento de la Sede de Pedro con la Iglesia oriental.

 

Nuncio en París y Cardenal de Venecia

El 6 de diciembre de 1944 -en un momento muy delicado que exigía de gran tacto y habilidad diplomática- el Papa Pío XII lo nombra Nuncio en París, a donde llega el 1 de enero de 1945. En los ocho años que duraría su labor como Nuncio Mons. Roncalli supo ganarse la estima de los franceses. Su prudencia, tacto e inteligencia, le permitieron manejar situaciones que a veces se presentaban realmente complicadas y desfavorables. Con su presencia paternal y bondadosa lograba ablandar el corazón de muchos, así por ejemplo, logró que a los prisioneros de guerra alemanes se les diese un trato digno y respetuoso. Su capacidad de hacer amigos y su bondad fuera de toda sospecha le ayudaron a prestar un verdadero servicio reconciliador y sanante en un período en el que entre los franceses muchas heridas habían quedado abiertas.

 

En enero de 1953 el Nuncio de París, cuando contaba ya con 71 años, es nombrado por el Papa Pío XII Cardenal y Patriarca de Venecia, una Diócesis pequeña pero muy importante. Una nueva etapa se abría entonces para él en su vida: el servicio pastoral directo. En su diario escribía: «En los pocos años que me quedan de vida, quiero ser un pastor en la plenitud del término» . Sin duda ni se imaginaba la «plenitud» que alcanzaría el término. Lo cierto es que en Venecia, libre ya de las innumerables exigencias de su antiguo e importante servicio diplomático, pudo darle más tiempo a los encuentros cotidianos con la gente sencilla y humilde: «Se le veía rezando con frecuencia en la catedral, se paraba por las calles para hablar con la gente sencilla, como los gondoleros, visitaba las parroquias, administraba las primeras comuniones en colegios e institutos, iba a ver a los enfermos pobres de los hospitales y especialmente a los sacerdotes enfermos o ancianos, acudía a la cárcel para estar con los prisioneros y recibía a los personajes famosos en la política, las ciencias o las artes que visitaban Venecia y acababa por hacerse amigo suyo, dado su espíritu paternal y bondadoso» .

 

Siempre espontáneo y cercano en el trato con la población y con el clero, desplegó también en Venecia su notable celo pastoral. Paternal y bondadosamente supo conducir por el camino de la virtud cristiana a la grey encomendada a su cuidado.

 

Romano Pontífice párroco del mundo

II. Su pontificado

 

El cardenal Angelo Giuseppe Roncalli contaba con 76 años cuando el 28 de octubre de 1958 era elegido para suceder en la sede petrina a S.S. Pío XII. El nuevo Papa quiso asumir el nombre del Apóstol Juan, el discípulo amado.

 

A pesar de su edad -por la que muchos quisieron considerar su pontificado como uno «de transición»- el Pontífice Juan XXIII se preparaba para asumir un gran reto: convocar un nuevo Concilio Ecuménico, lo que tomó por sorpresa a más de uno. Ya en tiempos de su predecesor el Papa Pio XII se había venido preprando un concilio universal, pero por diversas razones el proyecto quedó interrumpido.

 

S.S. Juan XXIII supo acoger la inspiración del Espíritu Santo, y, mostrando una vez más su paternal bondad y su gran energía y vitalidad llevó adelante la convocatoria del Concilio Vaticano II. Por su humilde deseo de ser un buen «párroco del mundo» supo ver la necesidad de que la Iglesia reflexionara sobre sí misma para poder responder adecuadamente a las necesidades de todos los hombres y mujeres pertenecientes a un mundo en cambio que se alejaba cada vez más de Dios.

 

Convoca el Concilio Ecuménico Vaticano II ante la sorpresa de muchos

El espíritu de su pontificado fue definido por él mismo en junio de 1959, con el término: aggiornamento, que se esclarecerá mejor en el radiomensaje Ecclesia Christi lumen gentium, del 11 de setiembre de 1962, en vísperas de la apertura Concilio. Era el deseo del nuevo Papa y de la Iglesia toda prepararse para responder con fidelidad a los nuevos desafíos apostólicos del mundo de nuestros días.

 

Así, pues, el «Papa bueno», un 25 de enero de 1959 (poco más de dos meses de iniciado su pontificado), tomaba por sorpresa a propios y extraños convocando a todos los obispos del mundo a la celebración del Concilio Vaticano II. La tarea primordial era la de prepararse a responder a los signos de los tiempos buscando, según la inspiración divina, un aggiornamiento de la Iglesia que en todo respondiese a las verdades evangélicas. «¿Qué otra cosa es, en efecto, un Concilio Ecuménico -decía el Papa Bueno-sino la renovación de este encuentro de la faz de Cristo resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante sobre la Iglesia toda, para salud, para alegría y para resplandor de las humans gentes?» Para esto planteaba el famoso aggiornamento hacia adentro, presentando a los hijos de la Iglesia la fe que ilumina y la gracia que santifica, y hacia afuera presentando ante el mundo el tesoro de la fe a través de sus enseñanzas. Estas dos dimensiones se manifestarían constantemente en su pontificado.

 

Conservar el sentido y significado de la fe actualizando su anunciado

La apertura eclesial al mundo se muestra con claridad en sus encíclicas, siempre dejando en claro que ello no significaba en absoluto ceder en las verdades de fe. «Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigenciasd
e nuestro tiempo. Una cosa, en efecto, es el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado».

 

Dentro de este espíritu de apertura en fidelidad a la doctrina de siempre, el Papa Juan XXIII se esforzó también en buscar un mayor acercamiento y unión entre los cristianos. Su encíclica Ad Petri cathedram (1959) y la institución de un Secretariado para la Promoción de la Unión de los Cristianos fueron hitos muy importantes en este propósito.