Necesidad de un Redentor (LIGORIO)
REFLEXIONES SOBRE LA PASIÓN- SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Peca Adán, rebelase contra Dios, y, por ser el primer hombre y padre de toda la humanidad, queda él perdido con todo el género humano. La injuria fue hecha a Dios, por lo que ni Adán ni el resto de los hombres podían con todos sus sacrificios, ni aun con el sacrificio de sus vidas, ofrecer digna satisfacción a la divina Majestad ofendida, para aplacarla cumplidamente era preciso que una persona divina satisficiese a la divina justicia. Y he aquí al Hijo de Dios, que, movido de compasión a los hombres e impelido por las entrañas de su misericordia, se brindó a revestirse de carne humana y a morir por ellos, para de este modo tributar a Dios cumplida satisfacción por todos sus pecados y ¡alcanzarles la gracia divina perdida.
Vino, pues, al mundo el amoroso Redentor y quiso, al hacerse hombre, remediar todos los daños que el pecado había ocasionado. Y, a la vez, no sólo con enseñanzas, sino que también quiso con los ejemplos de su santa vida inducir a los hombres a observar los divinos preceptos, conquistando así la vida eterna. A tal fin renunció Jesucristo a todos los honores, delicias y riquezas de que hubiera podido disfrutar en esta vida, eligiéndose otra humilde, pobre y atribulada, hasta morir de dolor en una cruz. Engañáronse los judíos al fantasear que el Mesías había de venir a la tierra triunfador de todos los enemigos con el poderío de sus armas, y después de haberlos aniquilado y conquistado el dominio de toda la tierra, había de enriquecer y ennoblecer a sus seguidores. Si el Mesías hubiera sido tal como los judíos lo imaginaban, príncipe triunfador y honrado por todos los hombres como soberano de toda la tierra, no habría sido el Redentor prometido por Dios y predicho por los profetas. El mismo lo declaró al contestar a Pilatos: Mi reino no es de este mundo. Por eso San Fulgencio reprochó a Herodes tanto temor de perder el reino por parte del Salvador, que había venido no a vencer a los reyes con las armas, sino a conquistados con su muerte.
Dos fueron los engaños de los judíos acerca del Redentor: el primero, pensar que los bienes predichos por los profetas (bienes espirituales y eternos), con los que el Mesías enriquecería a su pueblo, serían bienes terrenos y temporales. Los bienes prometidos por el Redentor son: la fe, la ciencia de la virtud, el santo temor de Dios; éstas fueron las riquezas de salvación prometidas. El Señor prometió también a los penitentes la curación de sus males, el perdón a los pecadores y la libertad a los esclavos de Satanás.
El segundo engaño en que cayeron los judíos fue el predicho por los profetas acerca de la segunda venida del Salvador, al fin de los siglos, a juzgar al mundo, tomándolo los judíos como dicho de la primera venida. Cierto que David había predicho del futuro Mesías que vencería a los príncipes de la tierra, abatiría la soberbia de muchos y con la fuerza de la espada destruiría toda la tierra. Pero esto ha de entenderse de la segunda venida, cuando venga como juez a condenar a los malvados.