NECESIDAD DE UN DIRECTOR ESPIRITUAL

18 de marzo de 2012 Desactivado Por Regnumdei
Cuando el joven Tobías recibió el encargo de ir a Rages, dijo: «Yo no sé el camino». «Ve, pues -replicó su padre-, y busca algún hombre que te guíe». Lo mismo te digo yo, mi Filotea:¿Quieres emprender con seguridad el camino de la devoción? Busca un hombre que te guíe y acompañe. Esta es la advertencia de las advertencias. «Por más que busques -dice el devoto Juan de Avila-, jamás encontrarás tan seguramente la voluntad de Dios como por el camino de esta humilde obediencia, tan recomendada y practicada por todos los antiguos devotos».
La bienaventurada madre Teresa, al ver que doña Catalina de Cardona hacía grandes penitencias, deseó mucho imitarla en esto, contra el parecer de su confesor, que se lo prohibía y al cual estaba tentada de desobedecer en este punto, y Dios le dijo: «Hija mía, tienes un camino recto y seguro. ¿Ves la penitencia que ella hace? Pues bien, yo hago más caso de tu obediencia». Por su parte, gustaba tanto de esta virtud, que, además de la obediencia que debía a sus superiores, hizo un voto especial de obedecer a un excelente varón, y se obligó a seguir su dirección y guía, de lo que quedó infinitamente consolada; cosa que, después de ella, han hecho muchas almas buenas, las cuales, para mejorar sujetarse a Dios, han sometido su voluntad a la de sus siervos, lo que Santa Catalina de Sena alaba en gran manera en sus Diálogos. La devota princesa Santa Isabel se sujetó, con extremada obediencia, al doctor maestro Conrado, y uno de los avisos que el gran San Luis dio a su hijo, antes de morir, fue éste: «Confiésate con frecuencia, elige un confesor idóneo, que pueda enseñarte con seguridad las cosas que te son necesarias».
«El amigo fiel, dice la Sagrada Escritura, es una excelente protección; el que lo ha encontrado, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel es una medicina de vida y de inmortalidad; los que temen a Dios la encuentran». Estas divinas palabras se refieren, principalmente, a la inmortalidad, para alcanzar la cual es menester, ante todo poseer este amigo fiel que guíe nuestras acciones con sus avisos y consejos, y nos guarde, por este medio, de las asechanzas y engaños del maligno. Este amigo será, para nosotros, como un tesoro de sabiduría en nuestras aflicciones, tristezas y caídas; medicamento, que aliviará y consolará nuestros corazones, en las dolencias del espíritu; nos librará del mal y procurará nuestro mayor bien, y, si alguna vez caemos en enfermedad, impedirá que sea mortal y nos sacará de ella.
Mas, ¿quién encontrará este amigo? Responde el Sabio: «Los que temen a Dios»; es decir, los humildes, que sienten grandes deseos de avanzar en la vida espiritual. Pues, si es para ti cosa de tanta monta, ¡oh Filotea!, caminar junto a un buen guía, durante este santo viaje hacia la devoción, pide a Dios, con gran insistencia, que te procure uno según su corazón, y no dudes; porque, aunque fuere menester enviarte un ángel del cielo, como lo hizo con el joven Tobías, te dará uno bueno y fiel.
Ahora bien, este amigo ha de ser siempre para ti un ángel, es decir, cuando lo hayas encontrado, no lo consideres como un simple hombre, y no confíes en él ni en su saber humano sino en Dios, el cual te favorecerá y te hablará por medio de este hombre, en cuyo corazón y en cuyos labios pondrá lo que fuere necesario para tu bien. Debes, pues, escucharle como a un ángel, que desciende del cielo para conducirte a él.
Háblale con el corazón abierto, con toda sinceridad y fidelidad, y manifiéstale claramente lo bueno y lo malo, sin fingimiento ni disimulación, y, por este medio, el bien será examinado, y quedará más asegurado, y el mal será remediado y corregido; te sentirás aliviada y regulada en los consuelos. Ten, pues, en él una gran confianza y, a la vez, una santa reverencia, de suerte que la reverencia no disminuya la confianza, y la confianza no impida la reverencia. Confía en él, con el respeto de una hija para con su padre, y respétalo con la confianza de un hijo para con su madre: en una palabra, esta amistad ha de ser fuerte y dulce, toda ella santa, toda sagrada, toda divina, toda espiritual.
Y, para esto, escoge uno entre mil, dice Ávila, y añado yo: entre diez mil, porque son muchos menos de lo que parece los capaces de desempeñar bien este oficio. Ha de estar lleno de caridad, de ciencia, de prudencia: si le falta una sola de estas tres cualidades, es muy grande el peligro. Pero, te lo repito de nuevo, pídelo a Dios, y, una vez lo hayas alcanzado, sé constante, no busques otros, sino camina con sencillez, humildad y confianza, y tendrás un viaje feliz.