«Mi fin es amar y servir a Dios» San Alberto Hurtado
Es la razón de ser del mundo y de los inmensos mundos que nos rodean.
El sentido de mi vida: La mayor gloria de Dios, sacrificando a este ideal todos los otros: honra, aplauso, corona humana, formación de un círculo en torno mío… Mi tiempo, mis iniciativas, todas empleadas hacia allá: mayor gloria de Dios. ¿En qué consiste la gloria de Dios? En la realización de su voluntad. La voluntad de Dios se manifestó por Cristo Nuestro Señor. Él predicó una doctrina en la que expuso sus quereres. Los quereres divinos respecto al hombre, lo que Cristo desea que el hombre realice. En la realización de este querer de Cristo está, pues, la gloria de Dios; en su realización la más íntegra y cabal, está la mayor gloria de Dios. Mi trabajo consistirá por tanto en ahondar este querer divino: en investigar el plan de Jesucristo respecto al mundo, a las almas, para ir con toda lealtad a realizar lo que Cristo quiere; a instaurar el ideal de Cristo.- Mi felicidad no consiste en otra cosa que en hacer la voluntad de Dios, con alegría o sin ella, sea cual fuere el juicio de los hombres.- Nuestro fin es la mayor gloria de Dios por la acción, hacer aquellas obras que sean de mayor gloria de Dios. Fin plenamente sobrenatural: nuestras obras deben proceder del amor de Dios y deben tender a unir más estrechamente las almas con Dios. Las obras que no realicen directa o indirectamente este fin no son jesuitas.- Salvar el alma es conocer el tesoro que oculto llevábamos en nosotros: la vida de la Trinidad, «vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Salvar el alma es por consiguientes la felicidad. El deseo de ser felices es en nosotros tan connatural como la respiración. Aquí no encontramos sino granitos de felicidad; allá, en el cielo, la felicidad sin sombras ni atenuaciones ¡La bienaventuranza eterna! ¡La vida eterna! ¡El cielo! Tres bellísimas expresiones del pueblo cristiano con las cuales hace profesión de su destino eterno: «Creo en la vida eterna».
San Alberto Hurtado S.J.