Marruecos, católicos en libertad (vigilada)
Para entender Marruecos, hay que verlo desde fuera. El padre Jean Marie Lassausse vive a pocos kilómetros de la frontera, en Argelia. Es el jardinero de un monasterio con una historia muy singular: Tibhirine. Aquí, la noche del 26 de marzo de 1996, siete monjes trapenses fueron secuestrados y asesinados por terroristas de un grupo islámico armado.
Precisamente desde ese monasterio, el padre Jean Marie observa Marruecos y dice: “Allí la atmósfera es alegre y festiva, porque hay libertad”. Si, la libertad: por ejemplo en Marruecos las iglesias pueden incluso permanecer siempre abiertas. Los marroquíes no pueden entrar (un musulmán no puede convertirse a otra religión) pero quien profesa una fe diversa puede rezar libremente, incluso fuera de los lugares de culto. Que no es poco. Bien lo sabe el padre Pierre Vallessey, un misionero francés que en las montañas del Alto Atlas cometió la imprudencia de rezar una oración junto a un grupo de emigrantes de África Central, tras haber distribuido mantas para la noche. Fue inmediatamente arrestado por la policía y expulsado. Se encontraba en Argelia, cerca de la frontera con Marruecos. “Nuestra comunidad, es una comunidad de presencia –subraya el padre Jean Marie- no podemos hacer proselitismo”.
Esto es válido también para Marruecos, pero solo con los marroquíes. Los extranjeros gozan de libertad de culto, y pueden también cambiar de credo. Son solo treinta mil los no musulmanes y casi veinticinco mil los católicos (el 0,06 por ciento de los 34 millones de habitantes del país). “No nos sentimos extranjeros: lo somos”, el obispo de la capital, Rabat, no usa medias tintas. Monseñor Vincent Landel sabe bien que la Iglesia católica en Marruecos puede dirigirse solo a los occidentales, que a menudo viven en el país temporalmente, por trabajo, o bien a los africanos que transitan con la esperanza de emigrar algún día a Europa. Pero siempre recuerda las palabras del papa Juan Pablo II: “Vuestra iglesia es un signo y a un signo no se le pide que se haga grande, sino que tenga un significado”.
Las revoluciones árabes no han llegado, o casi, a Marruecos. El rey, Mohamed VI, cambió con prontitud la Constitución concediendo más democracia (mayores poderes al Primer Ministro) el pasado año, cuando el viento de las revueltas inició a soplar también en esta extrema franja del Magreb. Pero Su Majestad sigue recubriendo una doble función, es “Jefe del Estado y Jefe de los creyentes”.
El movimiento 20 de febrero, nacido en esos días impulsado por las revoluciones árabes, hoy está perdiendo combatividad. Las últimas elecciones políticas del pasado mes de noviembre fueron vencidas por el partido islamista Justicia y Desarrollo, pero Marruecos no corre el riesgo de caer en manos de los fundamentalistas. Por ejemplo, la Mudawana no se pone en discusión. Se trata de la reforma del derecho de familia. Gracias a esta importante conquista social, ha tenido lugar una importante reducción de la poligamia. De hecho, la mujer puede impedir que su marido tenga otras mujeres.