Los hijos… alrededor de tu mesa
Sermón San Antonio de Padua
“Los hijos son como retoños de olivo, alrededor de tu mesa” (Salm 127, 3).
También Lucas dice algo semejante: “Mis niños están conmigo en la cama” (11, 7). De ellos se dice en el Deuteronomio: “Aser es bendecido en los hijos” (33, 24). Aser se interpreta “delicia”, y es figura de Cristo, que es la delicia de todos los bienaventurados.
Cristo es bendecido y alabado en los hijos Inocentes, que por él y en su lugar hoy fueron matados por Herodes. “Un niño es buscado, otros niños son matados, en los que nace la imagen del martirio y en los cuales se consagra a Dios la infancia de la Iglesia” (Glosa). Y la Iglesia, por boca de Isaías, dice: “¿Quién me engendró a éstos? Yo era estéril y privada de hijos, expatriada y cautiva: ¿a éstos quién los crió? Yo estaba sola y abandonada; ¿y éstos dónde estaban?” (49, 21). Tus hijos, pues, son retoños de olivo”.
Observa que en el retoño está indicada la delicadeza de la primera infancia; y en la aceituna, de la que se exprime el aceite, el derramamiento de sangre. ¡Oh crueldad de Herodes! Deja antes que la aceituna madure, para poder extraer más plenamente el aceite. Antes derramas la leche que la sangre, porque la plantita que desarraigas es todavía retoño y es muy tierna la criatura a la que degüellas.
¡Oh, qué inmenso dolor! ¡Oh, qué entrañable piedad! El niño sonreía a la espada del verdugo y jugaba con ella. Los tiernos corderos, como colgados de los pies, son llevados a la carnicería, para ser matados por Cristo. Las nuevas aceitunas son llevadas al trapiche, para extraer el aceite. ¡He ahí la cruel pasión de los niños!
¿Y qué premio tienen? Helo aquí: están alrededor de tu mesa, donde cantan un cántico nuevo. Dice el Apocalipsis: “Y nadie podía cantar el cántico nuevo sino los ciento cuarenta y cuatro mil, que fueron redimidos de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes y siguen al Cordero, adonde vaya. Ellos fueron redimidos entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. Y en sus bocas no se halló mentira, pues están sin mancha ante el trono de Dios” (14, 3‑5).
Observa que en esta cita se destacan cinco grandes glorias de los santos Inocentes. Primero: la gracia de la virginidad, como se dice: “Ellos son vírgenes”. Segundo: la gloria de la eternidad: “Siguen al Cordero”. Tercero: la precoz ofrenda de su sangre, donde se dice: “Primicias para Dios Padre y para el Cordero”, o sea, para el Hijo. Cuarto: la inocencia de la infancia, con las palabras: “En su boca no se halló mentira”. Quinto: la contemplación de la majestad divina: “Están delante del trono de Dios”.
Observa que hemos usado tres palabras: el trono, la mesa y el lecho; y las tres indican la vida eterna, Están delante del trono, alabando a Dios y contemplando su rostro. Dice Isaías: “¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz y juntos cantarán alabanzas de Dios, porque lo verán ojo con ojo” (52, 8). Se sentarán a tu mesa comiendo y bebiendo, como dice Lucas: “Yo les preparo para ustedes un reino, como el Padre lo preparó para mí, para que coman y beban a mi mesa en el reino de los cielos” (22, 29‑30). Se dice también que esta mesa es redonda (“alrededor de tu mesa”), porque la eterna saciedad no tendrá ni principio ni fin.
Símilmente, descansando duermen en el lecho. Dice Isaías: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra la puerta detrás de ti” ; y de nuevo: “Un mes seguirá a otro mes, y un sábado seguirá a otro sábado” (26, 20; y 66, 23); o sea, a la perfección de la vida seguirá la perfección de la gloria, y al reposo del cuerpo seguirá el reposo de la eternidad.
Por las plegarias de los santos Inocentes se digne concedernos ese reposo también a nosotros aquel, que es el Dios bendito por los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!
Sermón moral
“Tus hijos”, oh buen Jesús, son estos cristianos , que engendraste con los sufrimientos de tu pasión. Dice Isaías: “¿Acaso no daré a luz yo, que hago dar a luz a los demás? ‑dice el Señor‑. Yo que hago engendrar, ¿seré estéril? ‑dice el Señor Dios” (66, 9).
¿Quién nos dio a luz en los dolores de la pasión? “La mujer”, o sea, la Sabiduría del Padre, “cuando da a luz, sufre tristeza” (Jn 16, 21). Y Jesús dice: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Mt 26, 38). El mismo, con la gracia, hace que otros den a la luz el espíritu de la salvación.
Observa que filius, hijo, deriva del verbo griego phileo, que significa “amar”. Dice Oseas: “Los amaré con todo el corazón” (14, 5). El amor es llamado en latín dilectio, como duos lígans, o sea, que liga a dos personas.
El amor hacia nosotros lo ligó de tal manera a nosotros, que lo atrajo hasta nuestra miseria, como si no pudiera vivir en el cielo sin nosotros. Fue como un águila, que vuela para la presa, de la que dice Job: “Donde hay
cadáveres, ahí está ella” (39, 30). Cadáver deriva del verbo caer o del verbo carecer, porque o cae de la vida o carece de vida,
El cadáver es figura de la humana naturaleza que, al caer de la gracia divina, fue privada de vida. ¡Oh amor incomparable! ¡Oh compasión incomprensible! ¡Desde arriba de los serafines, voló a un cadáver podrido, asumió cuerpo humano, soportó el patíbulo de la cruz, derramó su propia sangre, para resucitar al hijo muerto! Por esto se compara al pelícano, diciendo: “Me hice semejante al pelícano del desierto” (Salm 101, 7).
Considera que el pelícano es un ave pequeña, que goza de la soledad. Se cuenta que mate a picotazos a sus polluelos y los llore, pero que después de tres días ella se hiera y que los pequeños, bañados en su sangre, retornen a la vida (Glosa).
Así Cristo, vuelto pequeño por la humildad y amante de la soledad para orar ‑dicen los evangelistas que pasaba las noches en oración y que moraba en lugares solitarios‑, mató, por decirlo así, con golpes a sus hijos, Adán y Eva y su descendencia, cuando dijo: “¡Maldita es la tierra por lo que hiciste!”; y “Eres polvo y al polvo regresarás” (Gen 3, 17 y 19). Pero, después, los lloró, como dice el Salmo: “Casi triste y en lágrimas, así me humillaba” (34, 14).
En el segundo libro de los Reyes se relata que David, aplastado por el dolor, subió a la habitación superior llorando y clamando: “¡Hijo mío Absalón, Absalón hijo mío! ¿Quién me diera que muriera en tu lugar?”. Así Cristo, afligido por la muerte del género humano, subió a la habitación superior (patíbulo) de la cruz y allí lloró, como señala el Apóstol. “Se ofreció a sí mismo con fuertes clamores y lágrimas” (Heb 5, 7); y pudo decir: “¡Hijo mío Adán, Adán hijo mío! ¿Quién me diera que muriera por ti? ¿Quién hará que mi muerte te sirva de provecho?”.
Y Cristo, después de tres días, o sea, después de los tres tiempos: de la naturaleza, de la ley y de la gracia (o sea, de Adán a moisés, de Moisés a Jesús y de Jesús para adelante), se hirió a sí mismo, o sea, permitió que otros lo hirieran, y con su sangre roció a sus hijos muertos y los hizo revivir. Y todo esto procedió del inmenso amor con que nos amó. Dice Juan: “Después de haber amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (13, 1), hasta la muerte.
¡Tus hijos!”, pues. Y son verdaderamente tuyos, porque redimidos con tu sangre. Y ¡ojalá sean “tuyos”, y no “suyos”, o sea, esclavos de su carne, porque “los suyos no lo recibieron!” (Jn 1, 11). Y para que sean tuyos, es necesario que sean “como retoños de olivo”.
Observa que el olivo tiene la raíz amarga, la madera dura y casi incorruptible, las hojas verdes y los frutos sabrosos. Así cada cristiano debe ser amargo por la contrición, constante en el propósito, fiel en la palabra, sabroso en las obras de misericordia. El aceite, efectivamente, simboliza las obras de misericordia.
Considera atentamente que retoño se dice en latín novella, para indicar que los hijos de Cristo “deben caminar en la novedad del espíritu” (Rom 6, 4); o sea, día a día, por medio de la confesión, deben renovar su espíritu, porque, de otro modo, se corrompe detrás de las pasiones engañosas.
“Deben renovarse en el espíritu de su mente” (Ef 4, 23). Y Jeremías: “Esto dice el Señor
a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén”, o sea, a los laicos y a los clérigos: “Aren para ustedes el campo en barbecho y no siembren entre espinos” (4, 3).
El campo arado por la primera vez es figura del corazón del hombre, que debe ser surcado con el arado de la contrición y limpiado de las malas hierbas con el escardillo de la confesión; y esto significa arar un campo en barbecho. En cambio, siembra entre los espinos aquel que, estando en pecado mortal, cumple alguna obra buena. “Tus hijos, pues, sean como retoños de olivo”.
¿Y dónde está su morada? ¿Y cómo debe ser su conducta? Por cierto, “alrededor de tu mesa”.
Observa que hay tres tipos de mesa, y cada una con su alimento apropiado. La primera es la “mesa de la doctrina”: “Delante de mí tú preparas una mesa, frente a mis perseguidores” (Salm 22, 5), o sea, contra los herejes. La segunda es la “mesa de la penitencia”: “Tu mesa goza de tranquilidad y rebosa de sabrosos manjares” (Job 36, 16). ¡Dichosa aquella penitencia que produce tranquilidad de conciencia y abundancia de bienes, o sea, de obras de caridad fraterna! La tercera es la “mesa de la Eucaristía”, de la que habla el Apóstol: “No pueden participar en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios” (1Cor 10, 21).
En la primera mesa, la comida es la Palabra de vida; en la segunda, los gemidos y las lágrimas; y en la tercera, el cuerpo y la sangre de Cristo.
Y presta atención que no se dice “a la mesa”, sino “alrededor de la mesa”. Alrededor de estas mesas debe estar todo cristiano, a semejanza de los que dan vuelta curiosamente alrededor de los que desean mirar, pero adonde no logran entrar. Así éstos deben dar vuelta alrededor de la mesa de la doctrina, para aprender a distinguir el bien del mal y entre bien y bien; deben dar vuelta alrededor de la mesa de la penitencia, para dolerse de los pecados cometidos y de los pecados de omisión, para confesar sus culpas determinando con exactitud las circunstancias, para reparar los daños causados, para restituir lo hurtado y para dar limosna de los propios bienes al necesitado; en fin, deben dar vuelta alrededor de la mesa de la Eucaristía, para que crean con firmeza, se acerquen con devoción y reciban el cuerpo de Cristo después de madura reflexión, juzgándose indignos de una gracia tan grande.
Roguemos al Hijo de Dios que nos otorgue la gracia de alimentarnos a esta triple mesa, para merecer un día saciarnos a la mesa celeste con los bienaventurados inocentes.
Nos lo conceda aquel, que es el Dios bendito por los siglos de los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!