Los anhelos del Corazón por San Bernardo Abad

Los anhelos del Corazón por San Bernardo Abad

20 de agosto de 2021 Desactivado Por Regnumdei

Todos los seres dotados de razón, por tendencia natural, aspiran siempre a lo que les parece mejor, y no están satisfechos si les falta algo que consideran mejor.

Poseas lo que poseas, codiciarás lo que no tienes, y siempre estarás inquieto por lo que te falta. El corazón se extravía y vuela inútilmente tras los añosos halagos del mundo.

Por ejemplo quien tiene una esposa ve y, se le van los ojos y el corazón tras otras más hermosas; quien viste buenas ropas, quiere otras mejores; el rico envidia a otro más rico; el que posee grandes fincas y herencias, sigue adquiriendo campos y más campos, aumentando su hacienda con increíble avidez; los que viven en mansiones regias y grandes palacios, no cesan de ampliar los edificios, y llevados de su capricho, derriban, construyen y los cambian de forma. ¿Qué diremos de los hombres encumbrados en el honor? ¿No los vemos insaciables de ambición y ávidos de los más altos puestos?

Resulta que nunca consiguen lo que desean, porque en estas cosas nunca existe lo absolutamente bueno y perfecto. Lo cual no es nada extraño. Es imposible que encuentre felicidad en las realidades imperfectas y vanas quien no la halla en lo más perfecto y absoluto. Por eso es una gran necedad y locura anhelar continuamente lo que no puede saciar ni aquietar el apetito.

Poseas lo que poseas, codiciarás lo que no tienes, y siempre estarás inquieto por lo que te falta. El corazón se extravía y vuela inútilmente tras los  añosos halagos del mundo. Se cansa y no se sacia, porque todo lo devora con ansiedad, y le parece nada en comparación con lo que quiere conseguir. Se atormenta sin cesar por lo que  no tiene y no disfruta en paz de lo que posee.

¿Hay alguien capaz de conseguirlo todo? Lo poco que se puede alcanzar, y a fuerza de trabajo, se posee con temor; se desconoce cuándo se perderá con gran dolor;y es seguro que un día se tendrá que dejar. Ved qué camino tan recto toma la voluntad extraviada para conseguir lo mejor y cómo corre a lo único que puede saciarla. En estos rodeos, la vanidad juega consigo misma, y la maldad se engaña a sí misma. Si quieres alcanzar así tus deseos, esto es, si pretendes lograr lo que te sacie plenamente, ¿qué necesidad tienes de intentar otras cosas? Corres a ciegas y encontrarás la muerte perdido en ese laberinto, y totalmente defraudado.

EL AMOR VERDADERO EL AMOR DE DIOS

Quien ama a Dios no queda sin recompensa, aunque debamos amarle sin tener en cuenta ese premio. El amor verdadero no es indiferente al premio, pero tampoco debe ser mercenario, pues no es interesado. Es un afecto del corazón, no un contrato. No es fruto de un pacto, ni busca nada análogo. Brota espontáneo y se manifiesta libremente. Encuentra en sí mismo su satisfacción. Su premio es el mismo objeto amado. Si quieres una cosa por amor de otra, amas sin duda aquello que busca tu amor, pero no amas los medios que utilizas para conseguirlo. Pablo no predica para comer: come para predicar; porque el objeto de su amor no es comer, sino anunciar el Evangelio. El auténtico amor no busca recompensa, pero la merece. Al que todavía no ama, se le estimula con un premio; al que ya ama, se le debe; y al que persevera en el amor, se le da.

En la vida ordinaria atraemos con promesas y premios a los que se resisten, no a los que se deciden espontáneamente. ¿Se nos ocurre ofrecer una recompensa a los que están deseando realizar una cosa? Nadie, por ejemplo, da dinero al hambriento para que coma, ni al sediento para que beba, ni menos aún a una madre para que dé de mamar al hijo de sus entrañas. ¿Estimulamos con ruegos o salarios a una persona para que cerque su viña, cave la tierra de sus árboles  o construya su propia casa? Con mayor razón, quien ame a Dios no buscará otra recompensa para su amor qué no sea el mismo Dios. Si espera otra cosa, no ama a Dios, sino aquello que espera conseguir.

Quien considere todo esto, creo que comprenderá por qué se debe amar a Dios, es decir, por qué merece ser amado. El incrédulo que rechaza al Hijo, tampoco posee al Padre ni al Espíritu Santo. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le envió  ni al Espíritu Santo su enviado. No es extraño que quien menos conoce menos ame. De todos modos, no ignora que se debe por entero a quien conoce como creador suyo.

¿Y qué puedo hacer yo, si acepto a mi Dios como gracioso dueño de mi vida, generoso administrador, consolador compasivo, guía solícito y redentor incomparable, salvador eterno que me enriquece y glorifica? Escuchemos las Escrituras: De Él viene la redención copiosa. Entró una vez en el santuario, realizada la redención eterna. Hablando de su protección, dice el salmista:

No desampara a sus santos, los guardará por toda la eternidad. Y con relación a su generosidad: Una medida buena, apretada, colmada, rebosante, será derramada en vuestro seno. En otro lugar: lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado, Dios lo ha preparado para los que le aman. Respecto a la gloria: esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Los padecimientos del tiempo presente no son nada comparados con la gloria que va a revelarse, reflejada en nosotros. Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente; y nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve.

El verdadero banquete

Este triple banquete lo brinda la sabiduría con el plato único de la caridad: alimenta a los que trabajan, da de beber a los que descansan y embriaga a los que reinan. Y así como en el banquete corporal se sirve antes  la comida que la bebida, porque así lo pide el instinto, lo mismo sucede aquí. Antes de morir comemos del trabajo de nuestras manos, con esta carne mortal, teniendo que masticar lo que tomamos.

Después de la muerte gozamos e la vida espiritual y comenzamos ya a beber, asimilando fácil y gustosamente lo que recibimos. Finalmente, resucitado ya el cuerpo, nos embriagamos de la vida inmortal y rebosamos de incalculable plenitud . Esto quiere decir el esposo en los Cantares: Comed amigos míos, y bebed; embriagaos, carísimos. Comed antes de la muerte, bebed cuando ha llegado la muerte y embriagaos después de la resurrección.

Con razón llama carísimos a los ebrios de caridad, y ebrios a los que merecen ser introducidos en las bodas del Cordero, para que coman y beban en la mesa de su reino cuando presente a su Iglesia gloriosa, limpia de mancha y arruga y demás imperfecciones. Entonces embriaga a sus amigos y les da a beber en el torrente de sus delicias. Es aquel abrazo tan apretado y tan casto del esposo y de la esposa, cuyas aguas caudalosas alegran la ciudad de Dios. Lo cual, a mi parecer, no es otra cosa que el Hijo de Dios que pasa y sirve, como él mismo prometió, para que los justos se alegren, gocen y salten de júbilo ante Dios. Es saciedad que no cansa, curiosidad insaciable y  tranquila, deseo eterno que nunca se calma ni conoce limitación, sobria embriaguez que no se anega en vino ni destila alcohol, sino que arde en Dios. Ahora es cuando posee para siempre el cuarto grado del amor, en el que se ama solamente a Dios de modo sumo. Ya no nos amamos a nosotros mismos sino por él, y él será el premio de los que le aman, el premio eterno de los que le aman eternamente.