Las inteligencias elevadas: según Santo Tomás de Aquino
El número de ideas se va reduciendo siempre en las inteligencias creadas, a medida que ellas se aproximan al Creador. Y Él, la Idea por excelencia, el Ser infinito, quiere todo en una misma idea, simple, única, que no es otra que su esencia.
¿Por qué ciertas verdades simples no se presentan a todas las inteligencias? ¿Cómo el género humano acaba admirando un hombre tenido por extraordinario, si supo ver ciertas cosas que el mundo entero (al menos así parece) podría haber visto como él? Esto es preguntar la razón de un secreto de la Providencia, es cuestionar por qué el Creador concede a algunos espíritus de élite una gran fuerza de intuición, o, por así decir, una visión intelectual inmediata, negada al mayor número (de personas).
Santo Tomás expone sobre ese hecho particular una admirable doctrina. Según el santo doctor, el raciocinio es una marca de la debilidad de nuestro espíritu. La facultad de desarrollar las ideas nos fue dada para superar esa debilidad.
Los ángeles comprenden, pero no raciocinan. Cuanto más una inteligencia es elevada, más el número de sus ideas disminuye, porque ella encierra, en un pequeño número de ese tipo de cosas, aquello que las inteligencias de un grado inferior reparten en número mayor. Así, los ángeles del más alto grado abrazan, con la ayuda de algunas ideas apenas, un círculo inmenso de conocimientos. El número de ideas se va reduciendo siempre en las inteligencias creadas, a medida que ellas se aproximan al Creador. Y Él, la Idea por excelencia, el Ser infinito, la Inteligencia infinita, quiere todo en una misma idea, simple, única, inmensa, idea que no es otra que su esencia. Qué sublime teoría. Ella revela un conocimiento admirable de los secretos del espíritu y nos sugiere innumerables aplicaciones relativamente a las facultades del hombre.
De hecho, los espíritus de élite no se distinguen por la cantidad de sus ideas. Ellos no poseen sino un pequeño número, en el cual ellos envuelven el mundo. El ave de las planicies se fatiga de rasar la tierra; ella pasa y repasa por los mismos lugares, no saliendo jamás de las sinuosidades y los límites del valle donde nació. El águila, en su vuelo majestuoso, sube, sube siempre, no se detiene ante las más altas cumbres, y desde allá su mirada precisa contempla las montañas, los cursos de los ríos, las vastas planicies cubiertas de ciudades pobladas, las verdes praderas y los ricos pastos.
Hay en todas esas cuestiones un punto de vista culminante, donde se posiciona el genio. Esta vez, su mirada domina y envuelve las cosas. Si él no es dado al común de los hombres de elevarse hasta allá en una primera vez, al menos él debe tender a eso sin cesar. Los resultados pagan el esfuerzo al céntuplo. Como se puede observar, toda la cuestión, o incluso toda la ciencia, se resume en un pequeño número de principios esenciales, de los cuales todos los otros despegan. Se deben comprender esos principios y el resto se tornará simple y fácil, y no nos detendremos más en detalles.
Presente al espíritu el objeto simplificado lo más posible y desenredado por así decir, de todo el follaje inútil. Su sencillez exige. Para obtener que él multiplique su atención, evite exigir mucho de él. Trate de circunscribirlo. Ese método le facilita la comprensión de las cosas, da a sus percepciones la exactitud y la lucidez, y ayuda poderosamente a la memoria.
Traducido del Francés. BALMES, Jaime BALMES. Art d’arriver au vrai: Philosophie pratique. Paris: Auguste Vaton, 1850.