La Virgen de Fátima por Mons. Jaume Pujol
La coincidencia de fechas me lleva a hablar este domingo sobre la Virgen de Fátima, esta devoción tan arraigada desde las apariciones ocurridas en 1917, la primera de las cuales fue el 13 de mayo.
Es una devoción que lleva cada año a millones de personas a peregrinar al Santuario Mariano de esta población portuguesa en la que la Virgen se presentó a tres sencillos pastorcillos, dos de los cuales murieron pronto, sin romper su compromiso de silencio, mientras que sor Lucía vivió largos años y puso por escrito los llamados “tres secretos de Fátima”.
Los dos primeros hacían referencia al pecado y a la necesidad de la paz en el mundo, en aquellos días convulsionado por la Primera Guerra Mundial, y también a la futura conversión de Rusia, después de promover persecuciones a la Iglesia.
Como es sabido, el atentado contra Juan Pablo II ocurrió también un 13 de mayo, de 1981. Esta coincidencia con la fiesta de la Virgen de Fátima hizo que el Papa, que ya tenía una profunda devoción mariana, señalara esta advocación de un modo particular. Cuando estaba recuperándose aún en el Hospital Gemelli, se hizo traer el “tercer secreto”, que se custodiaba en el archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con carácter secreto por decisión de Pío XII y sus sucesores.
Juan Pablo II lo leyó por primera vez y observó su contenido impresionante. Anunciaba la muerte de un Papa tras recibir unos disparos. En la realidad no murió el Papa, aunque estuvo entre la vida y la muerte, gracias a una intervención rápida y eficaz y al hecho de que las balas no afectaran a órganos vitales (“una mano disparó la bala y otra desvió el tiro”, reflexionaría después).
Todos recordamos aquellos acontecimientos, y el posterior envío por el Papa de la bala del atentado para que fuera incrustada en la corona de la imagen. También debemos recordar la petición que hizo la Virgen a los pastores: rezar el Rosario para la conversión de los pecadores y la paz en el mundo.
Las advocaciones marianas nos remiten siempre al amor maternal de María. Este sábado, día 12, participo en un acto en Montserrat con motivo de los 40 años de la Hospitalidad de Lourdes. El Santuario del sur de Francia ha sido motivo de muchas de mis visitas, varias veces acompañado por enfermos que buscan la curación del cuerpo y a veces también la del alma. Es una experiencia muy emotiva en la que se conjugan la fe y la caridad.
El pasado día 9 estuve, como cada año, en el Aplec de Siurana. En este caso, sin multitudes de todo el mundo; eso sí, acompañando a la fe ancestral de un pueblo y una comarca en medio de las montañas del Priorat.
Sea donde sea, y más en este mes de mayo, todos los caminos conducen a María. Ella es nuestra Madre y nuestra esperanza.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado