La sexualidad en el Matrimonio
Es lo propio del amor conyugal, por el cual un hombre y una mujer deciden mutuamente amarse.
Por José María Iraburu
Las consideraciones hechas sobre algunos aspectos del ser humano -emociones y sensualidad, afectividad y voluntad- os han facilitado algunas herramientas mentales que pueden serviros de ayuda ahora, en una primera exploración del mundo complejo de la sexualidad.
Instinto y voluntad
Entendemos por instinto una manera espontánea de actuar, no sometida a reflexión. Y en este sentido el instinto sexual es una orientación natural de las tendencias del hombre y de la mujer.
En la acción instintiva se eligen los medios, se impulsa la acción concreta, sin una reflexión consciente y libre sobre su relación con el fin pretendido. Por eso esta manera de proceder, que es propia de los animales, no es el modo propio de obrar del hombre. En efecto, la acción humana, al ser el hombre un ser racional y libre, se produce cuando la persona reflexiona y elige conscientemente los medios en orden al fin que pretende. Por eso cuando un hombre se deja arrastrar por sus instintos -al comer, al huir, al seguir bebiendo, al apropiarse de un bien ajeno y atractivo, etc.-, renuncia a actuar humanamente, es decir, libremente. Y en este sentido, el hombre, como tiene una viva conciencia de su propia libertad, mira con recelo cuanto pueda amenazar su libre autodeterminación. Y por eso entre el instinto sexual y la voluntad libre del hombre hay, sin duda, un cierto conflicto, alguna tensión.
Ahora bien, el hombre, por su misma naturaleza, es capaz de actuaciones supra-instintivas, también en el campo de lo sexual. Y con esto quiero decir que la persona es capaz de actuar de modo que el instinto no sea destruído, sino más bien es integrado en el querer libre de la voluntad. Por lo demás, si así no fuera, si fuera natural al hombre dejarse llevar por la mera inclinación del instinto, la moral en general, y concretamente la moral de la vida sexual, no existiría, como no existe en el mundo de los animales.
¡Pero el hombre no es un animal! Es una persona, consciente y libre.
La tendencia sexual de la persona
Toda persona es por naturaleza un ser sexuado, y ello determina en el hombre y en la mujer una orientación peculiar de todo su ser psíquico y somático. ¿Hacia dónde se dirige esta orientación?
1.-Hacia el otro sexo. Otra cosa sería la perversión del homosexualismo. Un análisis cuidadoso de la estructura psico-fisiológica del hombre y de la mujer nos lleva al convencimiento de que uno y otra se corresponden mutuamente de un modo perfecto y evidente. Por eso ha de decirse -dejáos de tópicos retroprogresistas- que quienes afirman que la homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad, sin duda alguna -y ellos lo saben-, mienten.
2.-Hacia «una persona» del otro sexo. Las peculiaridades sexuales, tanto anímicas como corporales, no existen en abstracto, sino en una persona concreta. La tendencia sexual, por tanto, se dirige a una persona concreta del sexo contrario. Si así no fuera, y se dirigiera crónicamente sólo hacia el otro sexo, sin más, ello indicaría una sexualidad inmadura, más aún, desviada. Por eso Gregorio Marañón considera a Don Juan un hombre tremendamente inmaduro, capaz de enamorarse de cualquier mujer.
Pues bien, si os fijáis bien, podréis observar en lo dicho que la inclinación sexual humana tiende naturalmente a transformarse en amor interpersonal. Y aquí apreciamos un fenómeno típicamente humano, pues el mundo animal se rige sólo por el instinto sexual; no conoce el amor. Los animales están sujetos al instinto, es decir, en ellos el impulso sexual determina ciertos comportamientos instintivos, regidos sólo por la naturaleza.
Los hombres, en cambio, por su misma naturaleza, tienen el instinto sujeto a la voluntad. Quizá el instinto actúa en el nacimiento del amor, pero éste no se afirma decididamente si no interviene libre y reiteradamente la voluntad de la persona. Habremos, pues de afirmar, en este sentido -con el permiso de los autores de novelas rosa y de culebrones televisivos-, que el ser humano no puede enamorarse sin querer, inevitablemente, contra su propia voluntad. Es la persona humana la que voluntariamente sella el proceso del enamoramiento, pues éste, aunque quizá iniciado por el instinto, no puede cristalizarse establemente sin una sucesión de actos libres, por los que una persona va afirmando la elección amorosa de otra persona.
Sexualidad humana: amor y transmisión de vida
Puede darse amor entre dos personas, sin atracción sexual mutua. Y puede darse atracción sexual, sin que haya amor. Pues bien, sólo la sexualidad realmente amorosa es digna de la persona humana; es decir, sólo es noble y digna aquella sexualidad en la que firme y establemente una persona elige a otra con voluntad libre y enamorada. Y esto es lo propio del amor conyugal, por el cual un hombre y una mujer deciden mutuamente amarse.
Por otra parte, recordemos que hay en el hombre dos tendencias fundamentales: el instinto de conservación y la inclinación sexual.
-El instinto de conservación, buscando alimentos, evitando peligros, etc., procura conservar el ser humano, y es así, en el mejor sentido del término, una tendencia egocéntrica.
-La tendencia sexual, por el contrario, procura comunicar el ser humano, en primer lugar hacia el cónyuge, y en seguida hacia el hijo posible; y es, pues, así una tendencia en sí misma alterocéntrica.
Por eso una interpretación meramente libidinosa de la sexualidad, asociada históricamente a la anticoncepción, que disocia radicalmente amor y posible transmisión de vida, pervierte la tendencia sexual, dándole aquella significación puramente egocéntrica, propia del instinto de conservación. Es el amor verdaderamente conyugal, abierto a la vida nueva, el que da al amor sexual su grandiosa significación objetiva. Es el amor que transforma a los esposos en padres, en padres de unos hijos que son a un tiempo confirmación y prolongación de su propio amor conyugal.
Religiosidad del amor sexual
Si no estáis ciegos, es decir, si reconocéis que todo ser del mundo visible es un ser contingente, que no tiene en sí mismo la razón de su existencia, sino que necesita continuamente ser sostenido en ella por Otro, tendréis que concluir que Dios crea continuamente, manteniendo cada día en la existencia las criaturas que él ha creado.
Y demos otros paso más, acercándonos al misterio de la criatura humana. El nacimiento en el mundo de un nuevo ser humano constituye algo absolutamente nuevo, que no sería posible sin la intervención personal de Dios. Ese nuevo espíritu del hombre nacido no puede proceder meramente de la unión sexual física entre el hombre y la mujer. Es Dios quien crea directamente el alma humana, espiritual e inmortal, y es Él quien la une sustancialmente al cuerpo embrional en el momento mismo de su concepción en el seno materno.
Esta inefable religiosidad, esta misteriosa sacralidad del acto sexual ha sido intuida desde siempre, aunque oscuramente, en todos los pueblos y culturas, y es conocida aún más claramente -como lo veremos más adelante- a la luz de la Revelación cristiana.