La Pureza de Corazón, naturaleza
La pureza de corazón consiste en no tener en él nada que sea contrario, ni tan siquiera un poco, a Dios y a las operaciones de la gracia.
SU NATURALEZA Y SUS PROPIEDADES
La pureza de corazón consiste en no tener en él nada que sea contrario, ni tan siquiera un poco, a Dios y a las operaciones de la gracia.
Todo cuanto hay de creado en el mundo, todo el orden de la naturaleza y también el de la gracia,, todo el orden de la Providencia, todo ello tiende a quitar de nuestras almas lo que es opuesto a Dios. Porque jamás llegaremos a Dios mientras no hayamos corregido, cercenado y destruido, en esta vida o en la otra, lo que sea contrario a Dios.
El primer medio para llegar a la perfección, es la pureza de corazón. Por este solo medio un San Pablo el Ermitaño, una Santa María Egipciana y tantos otros santos solitarios, llegaron a poseerla. Después de la pureza de corazón, vienen los preconceptos y la doctrina espiritual de los libros, luego la dirección y la fiel cooperación a las gracias. Ese es el gran camino de la perfección. Debemos poner todo nuestro interés en purificar nuestro corazón, porque ahí está la raíz de todos nuestros males. Para imaginar lo necesaria que nos el la pureza de corazón, es preciso comprender la corrupción natural del corazón humano. Hay en nosotros una malicia infinita que no vemos, porque no entramos nunca seriamente entra e nosotros mismos. Si lo hiciéramos, encontraríamos un número incontable de deseos y de apetitos desarreglados de honor, de placer, de comodidades, que le agitan sin celar en nuestro corazón. Estamos tan llenos de ideas falsas y de juicios erróneos, de afectos desordenados, de pasiones y de malicia, que sentiríamos vergüenza de nosotros mismos si nos viésemos tal como somos. Imaginémonos un pozo cenagoso del cual le saca agua incesantemente: al principio todo lo que se saca casi no es sino barro ; pero a fuerza de sacar, se purifica el pozo y el agua irá saliendo cada vez más limpia ; de manera que al final saldrá ya completamente pura y cristalina. No de otra manera : trabajando sin cesar en purificar nuestra alma, el fondo se va descubriendo poco a poco y Dios manifiesta su presencia en ella por los poderosos y maravillosos efectos que opera en el alma, y por medio de ella para bien de los demás. Cuando el corazón está bien purificado, Dios llena de su santa presencia y de su amor el alma y todas sus potencias, la memoria, el entendimiento y la voluntad. De ese modo la pureza de corazón lleva a la unión divina y no se llega a ella de ordinario por otros caminos.
El camino más corto y seguro para llegar a la perfección, es dedicarnos a la pureza de corazón con más empeño que a cualquier otro ejercicio de las virtudes; porque Dios está dispuesto a concedemos toda clase de gracias con tal de que no le pongamos obstáculos. Ahora bien : únicamente purificando nuestro corazón, es como destruiremos todo lo que impide la acción de Dios. De forma que, quitados los impedimentos, casi no podemos ni imaginar los admirables efectos que Dios obra en el alma. San Ignacio decía que hasta los mismos santos podían grandes estor os a las gracias de Dios.
A ninguna de las prácticas de la vida espiritual se opone tanto el demonio como al trabajo para conseguí la pureza de corazón. Nos deja hacer algunos actos exteriores de virtud, como ir a los hospitales y a las prisiones, porque a veces con esto nos quedamos satisfechos, y do sirve más que para engreídos, y para acallar el remordimiento interior de la conciencia ; pero do puede soportar que fijemos los ojos en nuestro corazón, que examinemos sus desórdenes y que dos apliquemos a corregirlos.
Incluso nuestro mismo corazón de nada huye tanto como de esta búsqueda y de esta cura que le obliga a ver y a sentir sus miserias. Todas nuestras potencias están infinitamente desordenadas; mas do nos gusta conocer su desorden, porque este conocimiento nos humilla.
El orden que hay que seguir para purificar el corazón, es, primeramente, darnos cuenta de los pecado veniales y corregirlos. Segundo, observar los movimientos desordenados de nuestro corazón y ordenarlos. Tercero, vigilar los pensamientos y regularlos. Cuarto, conocer las inspiraciones de Dios, sus designios, su voluntad y animarse para cumplirlos. Todo esto debe hacerse suavemente y uniendo a ello el amor a Nuestro Señor, que comprende un alto conocimiento de sus grandezas, un profundo respeto hacia su persona y a todo lo que con Él se relacione; su amor y su imitación.
Hay cuatro grados de pureza, que podemos conseguir como un don generoso de la gracia.
El primero es purificarnos de los pecados actuales y de la pena que les es debida.
El segundo es hacernos de nuestros malos hábitos y afectos desordenados.
El tercero, libertarnos de esta corrupción original, que se llama «forres peccatin, alimento del pecado, que está en todas nuestras potencias y en todos nuestros miembros, como aparece en los niños, que tienen inclinación al mal sin que puedan todavía hacer actos pecaminosos.
El cuarto, desprendernos de esta debilidad que nos es connatural, como a criaturas sacadas de la nada, y que se llama «defectibilidad».
El primer grado se adquiere principalmente por la penitencia.
El segundo, por la mortificación y por el ejercicio de las demás virtudes.
El tercero, por los Sacramentos, que operan en nosotros la gracia de nuestra reparación.
El cuarto, por nuestra unión con Dios; porque únicamente Él, por ser nuestro principio y la fuente de nuestro ser, puede fortalecernos contra las debilidades a las que nuestra nada por sí misma nos lleva.
Un alma puede llegar a un grado de pureza, en el que tenga tal dominio sobre su imaginación y sobre sus potencias, que ya no tengan otro ejercicio más que el servicio de Dios. No podrá querer nada, ni acordarse de nada, ni pensar en nada, ni oír nada, sino en relación con Dios; de modo que si en la conversación ocurre que se habla de cosas vanas o inútiles, no podrá comprender lo que se dice ni acordarse de ello, a falta de especies sobre la materia, sino haciendo un esfuerzo por concentrarse y entender.