LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA
De los Hechos de los apóstoles 4, 32–5, 16
LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA. ANANÌAS Y SAFIRA
En aquellos días, la multitud de los creyentes no era sino un solo corazón y una sola alma. Nadie tenìa como propio lo que poseía, sino que todo lo tenìan en comùn. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús, el Señor, con mucho valor, y todos eran muy bien vistos por el pueblo. No había entre ellos menesterosos, pues todos los que poseían campos o casas los vendían, y traían el producto de la venta para depositarlo en manos de los apóstoles. Luego, se repartía a cada uno según su necesidad.
Tal fue el caso de José. llamado por los apóstoles Bernabé (que euiere decir: «hijo de la consolación»). Era éste un levita, natural de Chipre, que vendió un campo que poseía para poner el dinero a disposición de los apóstoles. Pero otro, llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una posesión y, reservándose para sí una parte del precia con la complicidad de su mujer, puso lo restante a disposición de los apóstoles. Díjole Pedro:
«Ananías, ¿Cómo has dejado que Satanás se apodere de tu corazón, engañando al Espíritu Santo, y quedándote con una parte del precio del campo? ¿No era tuyo antes de venderlo? Y, una vez vendido, ¿no quedaba su precio en tu poder? ¿Cómo se te ha ocurrido hacer esto? No has mentido a los hombres, sino a Dios.»
Al oír Ananías estas palabras, cayó muerto. Con esto se apoderó un gran temor de todos cuantos lo oyeron contar. Luego, los más jóvenes, envolviéndolo en un lienzo, lo sacaron para darle sepultura. Unas tres horas más tarde entró la mujer, que no sabía lo que había ocurrido. Y Pedro le preguntó:
«Dime, ¿es verdad que habèis vendido el campo a tal precio?»
Ella respondió:
«Sí, a ese precio.»
Y exclamó Pedro:
«¿Cómo os habèis puesto de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? Mira: los pies de los que han sepultado a tu marido están a la puerta y te llevarán a ti también.»
En el mismo instante, se desplomó a sus pies y expiró. Entraron los jóivenes y, encontrándola ya cadáver, la sacaron y la enterraron junto a su marido. Con esto se apoderó un gran temor de toda la comunidad y de todos cuanto lo oían contar.
Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo; y todos se curaban.