La libertad religiosa ante las formas políticas totalitarias

La libertad religiosa ante las formas políticas totalitarias

27 de junio de 2023 Desactivado Por Regnumdei

Porque el poder político ha sido constituido para utilidad de los gobernados

 


Los necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión…


 

 En cuanto a la función del Estado respecto a la religión, León XIII afirma que el Estado tiene una obligación general de tutelar la religión, concretamente, «entre sus principales obligaciones debe colocar la obligación de favorecer la religión, defenderla con eficacia, ponerla bajo el amparo de las leyes, no legislar nada que sea contrario a la incolumidad de aquélla. Obligación debida por los gobernantes también a sus ciudadanos. Porque todos los hombres hemos nacido y hemos sido criados para alcanzar un fin último y supremo, al que debemos referir todos nuestros propósitos, y que colocado en el cielo, más allá de la frágil brevedad de esta vida.

 La primera y principal de todas ellas consiste en procurar una inviolable y santa observancia de la religión, cuyos deberes unen al hombre con Dios» (Inmortale Dei (1 de noviembre de 1885).

Porque el poder político ha sido constituido para utilidad de los gobernados. Y aunque el fin próximo de su actuación es proporcionar a los ciudadanos la prosperidad de esta vida terrena, sin embargo, no debe disminuir, sino aumentar, al ciudadano las facilidades para conseguir el sumo y último bien, en que está la sempiterna bienaventuranza del hombre, y al cual no puede éste llegar si se descuida la religión»(Libertas praestantissimum, 20 de junio de 1885).

Ahora bien, en la primera mitad del siglo XX, el magisterio de la Iglesia va aceptando la doctrina filosófico-jurídica acerca de los derechos fundamentales de la persona humana, lo cual hace posible la aparición en la doctrina oficial de un concepto central de la Doctrina Social de a Iglesia: la persona humana como sujeto de derechos inalienables, hasta llegar a la afirmación de San Juan Pablo II según la cual «el hombre viviente, constituye el camino primero y fundamental de la Iglesia»(Evangelium vitae N.20). Esta comprensión personalista se inicia con los Papas Pío XI y Pío XII, contemporáneos de los totalitarismos políticos que van a desembocar en la última guerra mundial.

En efecto, Pío XI en sus enseñanzas defiende la libertad religiosa de las tres formas políticas totalitarias: a los estados del fascismo, el Papa condena la ofensa de la libertad religiosa en toda Italia (Non abbiamo bisogno, 29 de junio de 1931), y defiende que «la libertad y el derecho son herencia de las almas, y especialmente de las almas de los jóvenes» (ídem). Y contra el nazismo, frente a la situación preocupante de Alemania, Pío XI afirma: «la Iglesia conoce que la fe en Dios no se mantendrá por mucho tiempo pura e incontaminada si no se apoya en la fe de Jesucristo. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo ( Lc 10, 22). Esta es la vida eterna, que te reconozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo ( Jn 17, 3). A nadie, por lo tanto, es lícito decir: Yo creo en Dios, y esto es suficiente para mi religión. La palabra del Salvador no deja lugar a tales escapatorias: El que niega al Hijo tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre ( 1Jn 2, 23)»14. El Papa recuerda que no debe olvidarse la libertad de los hijos de Dios (Mit brennender sorge, 14 de marzo de 1937), e igualmente promete que «la Iglesia de Dios va a defender sus derechos y su libertad en nombre de Dios cuyo brazo no fallará» (ídem). Del mismo modo, Pío XI condena el comunismo ateísta, porque esta ideología «ignora el verdadero origen y el propósito del Estado, y ataca los derechos, la dignidad y la libertad de la persona humana» (Divini Redemptoris (19 de marzo de 1937).

Recogemos un texto largo y elocuente en que el Papa proclama que el hombre, en cuanto persona, posee derechos concedidos por Dios y que deben ser tutelados contra cualquier atentado por parte de quien tuviese la intención de negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio. Afirma Pío XI:

“Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios , se encamina a la corrupción moral ( Sal 13 [14], 1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo. Si al que es llamado a las empresas más arduas, al sacrificio de su pequeño yo en bien de la comunidad, se le quita el apoyo moral que le viene de lo eterno y de lo divino, de la fe ennoblecedora y consoladora en Aquel que premia todo bien y castiga todo mal, el resultado final para innumerables hombres no será ya la adhesión al deber, sino más bien la deserción. La observancia concienzuda de los diez mandamientos de la ley de Dios y de los preceptos de la Iglesia, estos últimos, en definitiva, no son sino disposiciones derivadas de las normas del Evangelio, es para todo individuo una incomparable escuela de disciplina orgánica, de vigorización moral y de formación del carácter. Es una escuela que exige mucho, pero no más de lo que podemos. Dios misericordioso, cuando ordena como legislador: ‘´Tú debes’, da con su gracia la posibilidad de ejecutar su mandato. El dejar, por consiguiente, inutilizadas las energías morales de tan poderosa eficacia o el obstruirles a sabiendas el camino en el campo de la instrucción popular, es obra de irresponsables, que tiende a producir una depauperación religiosa en el pueblo. El solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas, subjetivas y mudables en el tiempo, en lugar de cimentarla en la santa voluntad de Dios eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las puertas a las fuerzas disolventes. Por lo tanto, fomentar el abandono de las normas eternas de una doctrina moral objetiva, para la formación de las conciencias y para el ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y ordenamientos, es un atentado criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos tristes frutos serán muy amargos para las generaciones futuras (Divini Redemptoris (19 de marzo de 1937).