La fe y las obras en San Pablo
Él, que había sido un ferviente cumplidor de la Ley mosaica, al encontrarse con el Resucitado en el camino de Damasco comprendió que todo aquello que había considerado una ganancia era, ante Dios, una pérdida.
“El amor al prójimo es la observancia y el cumplimiento de la ley cristiana”, y “no va separado del amor de Dios”. Además, “el hombre no se justifica, es decir, no se convierte en justo, a través de la ley, sino a través de las buenas obras”. Lo ha explicado el Papa, tomando como base las cartas a los Romanos y a los Filipenses.
Benedicto XVI ha hecho referencia a Lutero y a la Reforma protestante, hablando del tema de la “justificación”. »Toda la ley es perfectamente dúplice- ha explicado el Pontífice- en el amor de Dios y del prójimo está presente y cumplida. Toda ley se realiza si somos justos en la comunión con Cristo que es el amor, pero la justicia se decide en la caridad», como explica el Evangelio cuando invita a amar a los presos y a los enfermos. “El amor de Dios y al prójimo transforman nuestra vida y sólo en esto podemos ser verdaderamente justos a los ojos de Dios”.
El Santo Padre a este respecto ha dicho que la »libertad cristiana no es libertinaje, y que la liberación de la que habla san Pablo no es liberación de hacer el bien» al prójimo: el cristianismo “garantiza la identidad de la diversidad de las culturas” haciendo del Dios único, el Dios de todos los pueblos. Ante de convertirse al cristianismo -ha recordado el Papa- Saulo era “un hombre realizado e irreprensible en la justicia, y superaba a muchos de sus coetáneos en justicia”. Pues, bien después de la iluminación, camino de Damasco, consideró “todos los méritos alcanzados en su intachable carrera como desperdicios frente a Cristo”.
En la reflexión que estamos haciendo bajo la guía de San Pablo, recordamos hoy su doctrina sobre la justificación, que está en el centro de su enseñanza. Él, que había sido un ferviente cumplidor de la Ley mosaica, al encontrarse con el Resucitado en el camino de Damasco comprendió que todo aquello que había considerado una ganancia era, ante Dios, una pérdida. En efecto, la justificación en Cristo es una acción gratuita de Dios, sin merecimiento humano. La Ley en sí misma es buena, proviene de Dios, pero no tiene el poder de dar la vida y se convierte en un obstáculo para quienes la consideran necesaria con vistas a la justificación, haciendo así inútil la única vía para alcanzar la salvación, a saber: la fe en Aquel que, clavado en la cruz, ha dado una vida nueva por medio del Espíritu Santo (cf. Ga 3,13-14). La Ley, dice San Pablo, ha culminado en Cristo y tiene su máxima expresión en el mandamiento del amor. Así, pues, uno solo es el Salvador del mundo, que relativiza todo lo demás, incluida la Ley.