Jesús nos cura la cerrazón del corazón
La sanación fue para el sordomudo una «apertura» hacia los otros y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: finalmente podía comunicar y por tanto relacionarse de manera nueva.
Refiriéndose al Evangelio, Benedicto XVI centró su reflexión en la palabra “Ábrete” que Jesús dice al sordomudo cuando le abre los oídos y le desata la lengua. Dijo: “aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicar; la sanación fue para el una «apertura» hacia los otros y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: finalmente podía comunicar y por tanto relacionarse de manera nueva”.
A partir de esta imagen el Papa expresó que todos sabemos que el cerrarse del hombre, su aislamiento, no depende solo de los órganos sensoriales. Para afirmar que “Existe una cerrazón interior, que concierne el núcleo profundo de la persona, aquel que la Biblia llama el «corazón»”. Y que “Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud las relaciones con Dios y con los demás”. Así, el Papa reconoció que Jesús “se ha hecho hombre para que el hombre, vuelto por el pecado interiormente sordo y mudo, se vuelva capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los otros. Por este motivo la palabra y el gesto del «efatá» han sido insertados en el Rito del Bautismo”.
Texto completo:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Al centro del Evangelio de hoy (Mc 7,31-37) hay una pequeña palabra, muy importante. Una palabra que – en su sentido profundo – resume todo el mensaje y toda la obra de Cristo. El evangelista Marcos la menciona en la misma lengua en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos más viva aun. Esta palabra es «efatá», que significa: «ábrete». Vemos el contexto en el que es colocada. Jesús estaba atravesando la región llamada «Decápolis», entre el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una zona por tanto no judaica. Le trajeron un hombre sordo, para que le impusiera las manos – evidentemente su fama se había difundido hasta ahí. Jesús, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y le tocó la lengua, y después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. (cfr Mc 7,35). He aquí el significado histórico, literal de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicar; la sanación fue para él una «apertura» hacia los otros y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: finalmente podía comunicar y por tanto relacionarse de manera nueva.
Pero todos sabemos que el cerrarse del hombre, su aislamiento, no depende solo de los órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne el núcleo profundo de la persona, aquel que la Biblia llama el «corazón». Es esto lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud las relaciones con Dios y con los demás. He aquí por qué decía que esta pequeña palabra, «efatá – ábrete», resume en sí toda la misión de Cristo. Él se ha hecho hombre para que el hombre, vuelto por el pecado interiormente sordo y mudo, se vuelva capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los otros. Por este motivo la palabra y el gesto del «efatá» han sido insertados en el Rito del Bautismo, como uno de los signos que nos explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y las orejas del neo-bautizado dice: «Efatá», orando para que este pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Mediante el Bautismo, la persona humana inicia, por decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con aquel suspiro, para curar al sordomudo.
Nos dirigimos ahora en oración a María Santísima, de quien ayer hemos celebrado la Natividad. Por motivo de su singular relación con el Verbo encarnado, María está plenamente «abierta» al amor del Señor, su corazón está constantemente en escucha de su Palabra. Que su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del «efatá», para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera- RV)