Sobre el pudor, inocencia y desnudez
¿El desarraigo, la soledad y la destrucción de la interioridad?. «El «yo» humano personal, que construye desde dentro su percepción «exterior»» Por San Juan Pablo II
El análisis del pudor indica con claridad lo profundamente que está arraigado en las relaciones mutuas, lo exactamente que expresa las reglas esenciales en la «comunión de las personas» y del mismo modo lo profundamente que toca la dimensión de la «soledad» originaria del hombre.
La aparición de la «vergüenza» en la sucesiva narración bíblica del capítulo 3 del Génesis, tiene un significado pluridimensional, y a su tiempo nos convendrá emprender de nuevo su análisis.
Por San Juan Pablo II (19-XII-79/23-XII-79)
1. ¿Qué es la vergüenza y cómo explicar su ausencia en el estado de inocencia originaria, en la profundidad misma del misterio de la creación del hombre como varón y mujer? De los análisis contemporáneos de la vergüenza -y en particular del pudor sexual- se deduce la complejidad de esta experiencia fundamental, en la que el hombre se expresa como persona según la estructura que le es propia. En la experiencia del pudor, el ser humano experimenta el temor en relación al «segundo yo» (así, por ejemplo, la mujer frente al varón), y esto es sustancialmente temor por el propio «yo». Con el pudor el ser humano manifiesta casi «instintivamente» la necesidad de la afirmación y de la aceptación de este «yo» según su justo valor. Lo experimenta al mismo tiempo dentro de sí, como al exterior, frente al «otro». Se puede decir, pues, que el pudor es una experiencia compleja también en el sentido que, como alejando un ser humano del otro (la mujer del varón), al mismo tiempo busca su cercanía personal, creándoles una base y un nivel idóneos.
Por la misma razón el pudor tiene un significado fundamental en cuanto a la formación del ethos en la convivencia humana, y especialmente en la relación varón-mujer. El análisis del pudor indica con claridad lo profundamente que está arraigado en las relaciones mutuas, lo exactamente que expresa las reglas esenciales en la «comunión de las personas» y del mismo modo lo profundamente que toca la dimensión de la «soledad» originaria del hombre. La aparición de la «vergüenza» en la sucesiva narración bíblica del capítulo 3 del Génesis, tiene un significado pluridimensional, y a su tiempo nos convendrá emprender de nuevo su análisis.
En cambio, ¿qué significa su ausencia originaria en el Génesis 2, 25: «Estaban desnudos sin avergonzarse de ello»?
2. Ante todo, es necesario establecer que se trata de una real no presencia de la vergüenza, y no de una carencia de ella o de un subdesarrollo de la misma. Aquí no podemos sostener de modo alguno una «primitivización» de su significado. Por lo tanto, el texto del Génesis 2, 25 no sólo excluye decididamente la posibilidad de pensar en una «falta de vergüenza», o sea, la impudicia, sino aún más, excluye que se la explique mediante la analogía con algunas experiencias humanas positivas, como por ejemplo, las de la edad infantil o las de la vida de los llamados pueblos primitivos. Estas analogías no sólo son insuficientes, sino que pueden ser además engañosas. Las palabras del Génesis 2, 25 «sin avergonzarse de ello», no expresan carencia, sino al contrario, sirven para indicar una especial plenitud de conciencia y de experiencia, sobre todo la plenitud de comprensión del significado del cuerpo, unida al hecho de que «estaban desnudos».
Que se deba comprender e interpretar así el texto citado, lo testifica la continuación del relato yahvista en el que la aparición de la vergüenza, y especialmente del pudor sexual, está vinculada con la pérdida de esa plenitud originaria. Presuponiendo, pues, la experiencia del pudor como experiencia «de límite», debemos preguntarnos a qué plenitud de conciencia y de experiencia y, en particular, a qué plenitud de comprensión del significado del cuerpo corresponda el significado de la desnudez originaria, de la que habla el Génesis 2, 25.
3. Para contestar a esta pregunta, es necesario tener presente el proceso analítico hecho hasta ahora, que tiene su base en el conjunto del pasaje yahvista. En este contexto, la soledad originaria del hombre se manifiesta como «no-identificación» de la propia humanidad con el mundo de los seres vivientes (animalia) que le rodean.
Esta «no-identificación», después de la creación del hombre como varón y mujer, cede el puesto al descubrimiento feliz de la humanidad propia «con la ayuda» del otro ser humano; así el varón reconoce y vuelve a encontrar la propia humanidad «con la ayuda» de la mujer (Gén 2, 25). Esto realiza, al mismo tiempo, una percepción del mundo, que se efectúa directamente a través del cuerpo («carne de mi carne»). Es la fuente directa y visible de la experiencia que logra establecer su unidad en la humanidad. Por esto, no es difícil entender que la desnudez corresponde a esa plenitud de conciencia del significado del cuerpo, que se deriva de la típica percepción de los sentidos. Se puede pensar en esta plenitud con categorías de verdad del ser o de la realidad, y se puede decir que el varón y la mujer originariamente habían sido dados el uno al otro precisamente según esta verdad, en cuanto «estaban desnudos». En el análisis del significado de la desnudez originaria, no se puede prescindir en absoluto de esta dimensión, Este participar en la percepción del mundo -en su aspecto «exterior»- es un hecho directo y casi espontáneo, anterior a cualquier complicación «crítica» del conocimiento y de la experiencia humana, y aparece estrechamente unido a la experiencia del significado del cuerpo humano. Así ya se podría percibir la inocencia originaria del «conocimiento».
4. Sin embargo, no se puede individuar el significado de la desnudez originaria considerando sólo la participación del hombre en la percepción exterior del mundo; no se puede establecer sin descender a lo íntimo del hombre. El Génesis 2, 25 nos introduce precisamente en este nivel y quiere que nosotros busquemos allí la inocencia originaria del conocer. Efectivamente, es necesario explicar y medir, con la dimensión de la interioridad humana, esa especial plenitud de la comunicación interpersonal, gracias a la cual varón y mujer «estaban desnudos sin avergonzarse de ello».
El concepto de «comunicación», en nuestro lenguaje convencional, ha sido casi alienado de su más profunda, originaria matriz semántica. Sobre todo se vincula a la esfera de los medios, esto es, en su mayor parte a lo que sirve para el entendimiento, el intercambio, el acercamiento. Sin embargo, es lícito suponer que, en su significado originario y más profundo, la «comunicación» estaba y está directamente unida a sujetos, que se «comunican» precisamente a base de la «común unión» existente entre sí, tanto para alcanzar, como para expresar una realidad que es propia y pertinente sólo a la esfera de sujetos-personas. De este modo el cuerpo humano adquiere un significado completamente nuevo, que no puede ser colocado en el plano de la restante percepción «externa» del mundo. Efectivamente, el cuerpo expresa a la persona en su ser concreto ontológico y existencial, que es algo más que el «individuo», y por lo tanto expresa el «yo» humano personal, que construye desde dentro su percepción «exterior».
5. Toda la narración bíblica, y especialmente el texto yahvista, muestra que el cuerpo a través de la propia visibilidad manifiesta al hombre y, manifestándolo, hace de intermediario, es decir, hace que el varón y la mujer, desde el comienzo, «comuniquen» entre sí según esa communio personarum querida por el Creador precisamente para ellos. Sólo esta dimensión, por lo que parece, nos permite comprender de manera apropiada el significado de la desnudez originaria. A este propósito, cualquier criterio «naturalista» está destinado a equivocarse, mientras por el contrario, el criterio «personalista» puede servir de gran ayuda. El Génesis 2, 25 habla ciertamente de algo extraordinario que está fuera de los límites del pudor conocido mediante la experiencia humana, y que al mismo tiempo decide la plenitud particular de la comunicación interpersonal, arraigada en el corazón mismo de esa comunión, que ha sido revelada y desarrollada así. En esta relación, las palabras «sin avergonzarse de ello» pueden significar (in sensu obliquo) solamente una profundidad original al afirmar lo que es inherente a la persona, lo que es «visiblemente» femenino y masculino, a través de lo cual se constituye la «intimidad personal» de la comunicación recíproca en toda su radical sencillez y pureza. A esta plenitud de percepción «exterior», expresada mediante la desnudez física, corresponde la plenitud «interior» de la visión del hombre en Dios, esto es, según la medida de la «imagen de Dios» (cf. Gén 1, 17). Según esta medida, el hombre «está» realmente desnudo («estaban desnudos»; Gén 2, 25) (1) antes aún de darse cuenta de ello (cf. Gén 3, 7-10).
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(1) Dios, según las palabras de la Sagrada Escritura, penetra a la criatura que delante de El está totalmente «desnuda»: «No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia, antes son todas desnudas» (pánta gymná) y manifiestas a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta» (Heb 4, 13). Esta característica pertenece en particular a la Sabiduría Divina: «La sabiduría… por su pureza se difunde y lo penetra todo» (Sab 7, 24).