«Fiat»
Louisa Piccarreta: Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Oh dulce Jesús mío, ya ha transcurrido una hora desde que llegaste a este Huerto.
El Amor tomó la primacía sobre todo, haciéndote sufrir todo junto lo que los verdugos te harán sufrir en el curso de tu amarguísima Pasión; más aun, suplió y llegó a hacerte sufrir todo lo que ellos no podrán, y en las partes más internas de tu Divina Persona. Jesús mío, te veo ya vacilante en tus pasos, pero no obstante, quieres caminar. Dime, oh bien mío, ¿a dónde quieres ir? Ah, ya comprendo, a encontrar a tus amados discípulos… y yo también quiero acompañarte para sostenerte si Tú vacilas. Pero, oh Jesús mío, otras amarguras encuentra tu corazón: Ellos duermen y Tú siempre piadoso, los llamas, los despiertas y con paternal amor los amonestas y les recomiendas la vigilancia y la oración. Vuelves luego al Huerto, pero llevas otra herida en el Corazón, y en esta herida veo, oh amor mío, todas las heridas de las almas consagradas a ti, que, o por tentación o por estado de ánimo o por falta de mortificación, en ves de estrecharse a ti, de velar y orar, se abandonan a sí mismas y, somnolientas, en vez de progresar en el amor y en la unión contigo, retroceden… Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo por todas las ingratitudes de tus más fieles. Estas son las ofensas que mayormente entristecen a tu corazón adorable y es tal y tan grande su amargura que te hacen delirar. Pero, oh amor mío sin límites, tu amor que te hierve en las venas vence todo y olvida todo. Te veo postrado por tierra, y oras, te ofreces, reparas y quieres glorificar al Padre en todo, por las ofensas que le hacen las criaturas. También yo, oh Jesús mío, me postro contigo y unido a ti quiero hacer lo que haces Tú…
Oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que la multitud de todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los más enormes delitos, las más negras ingratitudes, te vienen al encuentro, se arrojan sobre ti y te aplastan, te hieren, te muerden… Y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y en copiosos arroyos brota fuera, te empapa todo y corre hasta la tierra, dando sangre por ofensas, Vida por muerte… ¡Ah, a qué estado te veo reducido, estás expirando ya! Oh bien mío, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has mojado con tu sangre preciosísima, ven a mis brazos y haz que yo muera en vez de ti… Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús, que dice: «¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz, pero hágase no mi voluntad sino la Tuya!»
Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús. ¿Pero que es lo que me quieres hacer comprender con estas palabras: «Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?» Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las criaturas, ves por casi todas rechazado aquel «Hágase tu Voluntad» que debía ser la vida de cada criatura, y éstas, en vez de encontrar la vida, encuentran la muerte; y Tú, queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces repites: «¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz», es decir, «el cáliz amargo de que las almas, separándose de nuestra Voluntad, se pierdan»… «Este cáliz es para Mí muy amargo; sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la Tuya.»
Pero mientras dices esto, es tal y tan grande la amargura, que te reduce al extremo, te hace agonizar y estás a punto de dar el último respiro…
Oh Jesús mío, Bien mío, ya que estás en mis brazos, yo también quiero unirme contigo, quiero repararte y compadecerte por todas las faltas, por todos los pecados que se cometen contra tu Santísimo Querer, y suplicarte que yo siempre haga todo en tu Santísima Voluntad; que tu Voluntad sea mi respiro, mi aire,; que tu Voluntad sea mi latido, sea mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte… Pero, ah, no te mueras. ¿A dónde podré ir sin ti? ¿A quién me volveré, quién me ayudará? Todo acabaría para mí. Ah, no me dejes, tenme como quieras, como a ti más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; que jamás suceda que, ni por un instante, me quede separada de ti. Es más, déjame endulzarte, repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados, de todas las especies, pesan sobre ti.