Novena Navidad Día 7

Novena Navidad Día 7

21 de octubre de 2020 Desactivado Por Regnumdei

La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel

+Santo Evangelio

Evangelio según San Mateo 1,18-24.

Este fue el origen de Jesucristo:

María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».

Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,


+Meditación

San Agustín, in sermone 6 de Nativitate

Jesucristo nace además de una mujer intacta, porque no era adecuado que la virtud naciese por medio del deleite, la castidad por la vía de la lujuria, y la incorrupción por la corrupción. Y el que venía a destruir el antiguo imperio de la muerte habría de bajar del cielo de un modo distinto. Obtuvo, pues, el cetro de Reina de las vírgenes, la que engendró al Rey de la castidad. Por eso Nuestro Señor se procuró un seno virginal donde morar, para darnos a entender que sólo un cuerpo casto puede ser templo de Dios. Aquel que grabó su ley en tablas de piedra sin necesidad de punzón de hierro, ese mismo fecundó el seno de María por virtud del Espíritu Santo. Por eso dice el evangelista: «Se halló haber concebido en el vientre de Espíritu Santo».


MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

Ha nacido un chiquito para nosotros, y un hijo se ha dado a nosotros. Is. 9, 6.

Parvulus natus nobis, et Filius datus est nobos.

Considera como después de tantos siglos, después de tantos ruegos y suspiros, aquel Mesías, que no fueron dignos de ver los santos Patriarcas y Profetas, el suspirado de las gentes, nuestro Salvador vino por fin, ha nacido ya y se ha dado todo a nosotros.

El Hijo de Dios se ha hecho pequeñito, para hacernos grandes: se ha dado todo a nosotros, para que nosotros nos demos todos a Él; y ha venido a manifestarnos su amor, para que nosotros le correspondamos con el nuestro.

Recibámoslo, pues, con afecto, amémosle, y recurramos al mismo en todas nuestras necesidades. Los niños, dice san Bernardo, son fáciles en dar aquello que se les pide.

Jesús ha querido venir tal, por manifestarse propenso y fácil a darnos sus bienes, ya que todos los tesoros están en sus manos, y en ellas puso el Padre todas las cosas, nos dice san Juan 3, 35.

Si queremos luz, Él por esto ha venido para iluminarnos.

Si queremos fuerza para resistir a los enemigos, Jesús ha venido para confortarnos.

Si queremos el perdón y la salvación, Él ha venido para perdonarnos y salvarnos.

Si, finalmente, queremos el sumo don del amor divino, Él ha venido para inflamarnos; y por esto, sobre todo, se ha hecho niño, y ha querido presentarse a nosotros pobre y humilde, para apartar de nosotros todo temor y conquistarse nuestro amor, dice san Pedro Crisólogo: Talier venire debuit, qui voluit timorem pellere, quorere charitatem.

Por otra parte, Jesús ha querido venir de chiquito, para hacerse amar de nosotros, con amor no solo apreciativo, sí también tierno. Todos los niños saben ganarse un especial cariño de quién los guarda.

¿Quién, pues, no amará con toda la ternura a un Dios viéndole hecho niñito, menesteroso de leche, temblando de frío, pobre, envilecido y abandonado, que llora, que da vagidos en un pesebre sobre paja? Esto hacía exclamar al enamorado san Francisco: «Amemos al Niño de Belén, amemos al niño de Belén. Almas venid a amar a un Dios hecho pobre, pequeñito, que es tan amable, y que ha bajado del cielo para darse todo a nosotros”.


Afectos y súplicas.

¡Oh amable Jesús, de mí tan despreciado! Vos habéis bajado del cielo a rescatarnos del infierno y daros todo a nosotros;

¿cómo, pues, hemos podido volveros tantas veces las espaldas, sin hacer caso de vuestros favores?

¡Oh Dios! ¡Los hombres son tan agradecidos con las criaturas, que si cualquiera les hace un regalo, si les envía una visita de lejos, si les muestra una señal de afecto, no se olvidan de ella y se sienten obligados a corresponderles; y al mismo tiempo son tan ingratos con Vos, que sois su Dios tan amable, y que por su amor no habéis reusado dar la sangre y la vida!

Más, ¡Ay de mí! Que he sido para con Vos peor que los demás, porque he sido más amado y más ingrato que los otros.

¡Ah! Si las gracias que me habéis dispensado las hubieseis hecho a un hereje o a un idólatra, aquellos se habrían vuelto santos, y yo os he ofendido.

¡Ah! No os acordéis, Señor, de las injurias que os he hecho. Vos, ya lo habéis dicho, que cuando el pecador se arrepiente os olvidáis de todos los ultrajes recibidos: Omnium iniquitatum ejus non recordabor.

Si por lo pasado no os he amado, para lo sucesivo no quiero hacer otra cosa que amaros. Vos os habéis dado todo a mí, y yo os doy toda mi voluntad. Con esta yo os amo, yo os amo, y quiero repetirlo siempre. Así diciendo, quiero vivir y morir, espirando el último aliento con estas dulces palabras en mi boca:

Mi Dios, os amo, para comenzar desde el momento que entraré en la eternidad un amor continuo hacia Vos, que durará eternamente, sin cesar jamás de amaros. Entre tanto, Señor mío, mi único bien y amor, propongo anteponer vuestra voluntad a todo placer mío. Venga todo el mundo, yo lo rechazo, que no quiero no, no, dejar más de amar a quién tanto me ha amado; no quiero disgustar más a quien merece de mí un amor infinito. Ayudad Vos, Jesús mío, con vuestra gracia este mi deseo.

Reina mía, María, reconozco deber a vuestra intercesión todas las gracias que he recibido de Dios; no dejes de interceder por mí. Alcanzadme la perseverancia, Vos que sois la madre de ella.


+Catecismo

El Verbo se encarnó…

Volviendo a tomar la frase de san Juan («El Verbo se encarnó»: Jn 1, 14), la Iglesia llama «Encarnación» al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:

«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas, Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).

La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:

«Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo […] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).

La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: «Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios» (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta «el gran misterio de la piedad»: «Él ha sido manifestado en la carne» (1 Tm 3, 16).  (CEC 461-463)