Evangelio Diario, Meditación y Novena Navidad

Evangelio Diario, Meditación y Novena Navidad

11 de diciembre de 2016 Desactivado Por Regnumdei

Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. 

 

+Santo Evangelio

Evangelio según San Juan 5,33-36.

Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad.

No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.

Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado.

 

 

+Meditación

San Agustín,  Sermón 293, 4; PL 38, 1329

Agradó a Dios su disposición de dar testimonio de Cristo, a pesar de ser un hombre de gracia tan elevada que podía pasar por ser el Cristo. En efecto, como dijo el mismo Cristo, “entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista.” (Mt 11,11) Si ningún hombre era mayor que éste, quien sea mayor que él es más que hombre. ¡Grandioso testimonio de Cristo acerca de sí mismo! Mas para los ojos legañosos y enfermos no es grande el testimonio que de sí da el día. Los ojos enfermos temen la luz del día, a la vez que soportan la de una lámpara. Por esta razón, el día a punto de llegar mandó delante la lámpara. Envió por delante a los corazones de los fieles la lámpara para confundir los corazones de los infieles.

“He preparado, dijo, una lámpara para mi Cristo.” Dios Padre, hablando por boca del profeta, dijo (Sal 131,17): He preparado una lámpara para mi Cristo: Juan, pregonero del Salvador; precursor del juez que está para llegar; amigo del futuro esposo. “He preparado, dijo, una lámpara a mi Cristo.”

 

MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

Yo te he establecido para que seas luz de las naciones hasta los extremos de la tierra. Is. 42, 6.

Dedi te in lucem Gentium, ut sis salus mea usque ad estremum terrae.

Considera como el Eterno Padre dijo a Jesucristo en el instante de su concepción estas palabras:

Hijo, yo te he dado al mundo por luz y vida de las gentes, a fin de que procures su salvación, que estimo tanto como si fuese la mía.

Es necesario, pues, que te emplees todo en beneficio de los hombres. Es por lo mismo preciso que al nacer padezcas una extremada pobreza, para que el hombre se haga rico. Es menester que seas vendido como esclavo, para que adquieras al hombre la libertad; y que como tal esclavo seas azotado y crucificado, para satisfacer a mí justicia la pena debida por el hombre.

Has de dar la vida por librar al hombre de la muerte eterna. En suma, sabe que no eres más tuyo, sino del hombre. De esta manera, Hijo mío, este se rendirá a mamarme y a ser mío, viendo que le doy sin reserva a Ti mi Unigénito, y que nada más me resta que darle.

Así amó Dios al mundo: que le dio su Unigénito. Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum unigenitum daret.

¡Oh amor infinito, digno solamente de un Dios infinito, quien de tal modo amó al mundo que dio su Unigénito!

A esta propuesta Jesús no se entristece, sí que se complace en ella, la acepta con amor y se regocija. Desde el primer momento de su encarnación Jesús se da también todo al hombre, y abraza con gusto cuentos dolores e ignominias debe sufrir en la tierra por amor del mismo. Estos fueron, dice san Bernardo, los montes y colinas que debía atravesar con tanta presura y fatiga; cual nos le representa la Esposa cuando dice: Ved a mi amado, que viene saltando por montes, atravesando collados. Cant. 2, 8.

Pondera aquí como el Padre Divino enviando el Hijo a ser nuestro Redentor, y poner la paz entre Dios y los hombres, se ha obligado en cierto modo a perdonarnos y amarnos por razón del pacto que hizo de recibirnos en su gracia; puesto que el Hijo ha de satisfacer por nosotros a la Divina Justicia. A su vez el Verbo Divino, habiendo aceptado el encargo del Padre, el que (enviándolo a redimirnos) nos lo daba, se ha obligado a amarnos, no ya por nuestros méritos, sí por cumplir la piadosa voluntad del Padre.

 

Afectos y súplicas.

Amado Jesús mío, si es verdad como dice la ley que con la donación se adquiere el dominio; ya que vuestro Padre os ha donado a mí, Vos sois todo mío; por mí habéis nacido, y bien puedo decir que sois mío, y todas vuestras cosas son también mías.

Mía es vuestra sangre, míos son vuestros méritos, mía es vuestra gracia, mío es vuestro paraíso. Y si Vos sois mío, ¿quién podrá jamás separaros de mí? Nadie puede quitarme a Dios, decía con júbilo san Antonio Abad.

Del mismo modo yo en lo sucesivo quiero ir diciendo: Solamente por mi culpa puedo perderos y separarme de Vos. Pero, Jesús mío, si en lo pasado os he dejado y os he perdido, ahora estoy resuelto a perder la vida y todo antes que perder a Vos, bien infinito y único amor de mi alma.

Os doy gracias, O Padre Eterno, de haberme dado a vuestro Hijo; y ya que Vos le habéis donado todo, yo me entrego sin reserva a Vos. Por amor de este Hijo, aceptadme y estrechadme de manera, que pueda decir con san Pablo: ¿Quién me separará del amor de Jesucristo? ¿Qué bienes del mundo podrán jamás apartarme de mi Salvador? Y Vos, Jesús, si sois todo mío, sabed que yo soy todo vuestro. Disponed de mí y de todas mis cosas como os plazca; porque ¿cómo podré negar cosa alguna a un Dios que no me ha negado la sangre ni la vida? María, madre mía, custodiadme bajo vuestra protección. No quiero ya ser más mío, quiero ser todo de mi Señor. Pensad en hacerme fiel; en Vos Confío.

 

+Catecimo

«¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”

A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3):

«Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (San Agustín, Enarratio in Psalmum, 103,4,1).

Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo”. (CEC 101-103)

 

“Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado «Protoevangelio», por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del «nuevo Adán» (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su «obediencia hasta la muerte en la Cruz» (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el «protoevangelio» la madre de Cristo, María, como «nueva Eva». Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573).

Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: «La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio» (Sermones, 73,4: PL 54, 396). Y santo Tomás de Aquino: «Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de san Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Y en la bendición del Cirio Pascual: «¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!»» (S.Th., 3, q.1, a.3, ad 3: en el Pregón Pascual «Exultet» se recogen textos de santo Tomas de esta cita). (CEC. 410-412)