El Secreto del Rosario
Ministros del Altísimo, predicadores de la verdad, clarines del Evangelio: permítanme presentarles la rosa blanca de este librito para hacer entrar en su corazón y en su boca las verdades expuestas en él sencillamente y sin artificio.
En el corazón, para que Ustedes mismos abracen la práctica del Santo Rosario y saboreen sus frutos.
En la boca, para que prediquen a los demás la excelencia de esta santa práctica y los atraigan a la conversión por medio de ella. No vayan a considerar esta práctica como insignificante y de escasas consecuencias. Así la miran el vulgo y aun muchos sabios orgullosos. Pero, en verdad, es grande, sublime y divina. El Cielo nos la ha dado para convertir a los pecadores más endurecidos y a los herejes más obstinados. Dios vinculó a esta santa práctica del Santo Rosario la gracia en esta vida y la gloria del Cielo. Los santos la han puesto en práctica y los Sumos Pontífices la han autorizado.
¡Qué tal felicidad la del Sacerdote y director de almas a quienes el Espíritu Santo haya revelado este secreto sólo conocido superficialmente por los hombres! Si obtienen su conocimiento práctico, lo recitarán todos los días e impulsarán a otros a recitarlo. Dios y su Madre Santísima derramarán sobre Ustedes gracias abundantes a fin de que sean instrumentos de su gloria. Y Ustedes lograrán más éxito con sus palabras, aunque sencillas, en un solo mes, que los demás predicadores en muchos años.
No nos contentemos, pues, queridos compañeros, con recomendar a otros el rezo del Rosario.
Tenemos que rezarlo nosotros. Podremos estar intelectualmente convencidos de su excelencia, pero, si no lo practicamos, poco empeño pondrán los oyentes en aceptar nuestro consejo, porque nadie da lo que no tiene: «Comenzó Jesús a hacer y enseñar» [Hech 1,1]. Imitemos a Jesucristo que empezó por hacer lo que enseñaba. Imitemos al Apóstol, que no conocía ni predicaba sino a Jesús crucificado.
Es lo que debemos hacer al predicar el Santo Rosario. Que –lo veremos más adelante– no es sólo una repetición de Padrenuestros y Avemarías, sino un compendio maravilloso de los misterios de la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús y de María.
Si creyera que la experiencia que Dios me ha dado sobre la eficacia de la predicación del Santo Rosario para convertir a las almas, les impulsará a Uds. a predicarlo, no obstante la costumbre contraria de los predicadores, les contaría las maravillosas conversiones que he logrado predicándolo. Me contentaré, sin embargo, con relatar en este compendio algunas historias antiguas y comprobadas. Para servicio suyo, he incluido también muchos pasajes latinos tomados de buenos autores, que prueban lo que explico al pueblo en lengua corriente.