El Papa y la Cátedra de Pedro
«En el ministerio de Pedro se revela, por una parte, la debilidad de lo que es propio del hombre, pero al mismo tiempo también la fuerza de Dios»
Artículo de Radio Vaticano
(RV) La Iglesia celebra el 22 de febrero la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Una fiesta antigua, que ha permitido desarrollar una larga doctrina sobre el papel y la autoridad del Pontífice. También el magisterio de Benedicto XVI ha contribuido en estos años a enriquecer esta reflexión, amplificada ulteriormente amplificada ahora por su elección de renunciar al ministerio petrino.
Conciencia. Lúcida, profunda. Adquirida en una confrontación diaria con las Escrituras, leídas, estudiadas y meditadas. Desde muchacho, seminarista, sacerdote, obispo y Papa. Una confrontación constante con las páginas de la verdad divina, afrontada con la humildad de los Padres de la Iglesia y con una análoga capacidad de penetración. ¿Quién es Pedro? Cuántas veces se lo habrá preguntado Joseph Ratzinger Benedicto XVI. E imaginamos la respuesta buscada, con humildad y tenacidad, allí donde Dios ha hablado a los hombres, y su Hijo a su nuevo pueblo. Allí donde, como cristiano y después como pastor, Joseph Ratzinger ha querido siempre cultivar el alma y la inteligencia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
Decía el Papa el 29 de junio de 2006, en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo:
“En el ministerio de Pedro se revela, por una parte, la debilidad de lo que es propio del hombre, pero al mismo tiempo también la fuerza de Dios: precisamente en la debilidad de los hombres el Señor manifiesta su fuerza; demuestra que es Él mismo quien construye, a través de hombres débiles, su Iglesia”.
Joseph Ratzinger Benedicto XVI lo había dicho siempre públicamente. Mientras el mundo trata de explicarse lo jamás visto tironeando las categorías a disposición, las de la razón – acto político, fuga del complot, impedimento sanitario, propensión del carácter, dando cada vez la impresión de rozar apenas el borde de una verdad que sigue escapando, si se la interpreta con esos criterios, en su alcance general – y mientras las comunidades cristianas con el pasar de los días tratan de dilatar el corazón sobre el hecho de que, más allá de los análisis, hay que respetar no sólo un confín de la conciencia, sino también un insondable umbral del Espíritu, la decisión del Papa de renunciar al ministerio petrino parece poder ser comprendida y explicada sólo con las razones de la fe.
Esa misma fe que Joseph Ratzinger Benedicto XVI ha alimentado durante decenios y que desde siempre lo ha llevado a decir, repetidamente, que la Iglesia no es de Pedro, sino de Cristo, sin el cual el timonel de la barca sería un marinero perdido entre las tempestades de la historia.
Basta leer el Evangelio, dijo el Papa. Está todo escrito: hay un mar agitado, un Pedro que no sabe qué hacer y está Cristo que aplaca los vientos. Volvamos a las palabras de Benedicto en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo del 29 de junio de 2006:
“A través de esta caída Pedro – y con él todos sus Sucesores – deben aprender que su sola fuerza no es suficiente para construir y guiar la Iglesia del Señor. Nadie lo logra sólo por sí mismo. Por más que Pedro parezca capaz y bueno – ya en el primer momento de la prueba fracasa».
Joseph Ratzinger Benedicto XVI lo había dicho siempre públicamente. Pedro es la roca porque es Cristo quien lo hace granítico. No es una dote humana adquirida con la elección al Solio pontificio, sino que es y permanece un don divino. De este modo, con la renuncia es como si el Papa hubiera limpiado de las incrustaciones de dos milenios el sentido de un límite, durante siglos escondido por los terciopelos de un prestigio que ha terminado por hacer de Pedro, en la percepción común, un jefe de sí mismo – y un omnipotente de sí mismo – y no aquel que ha sido siempre: un hombre llamado a seguir a su única cabeza, Jesús. Con pura, sencilla y, sobre todo, humilde fe:
Decía el Papa el 19 de febrero del año 2012, en su homilía de la misa con los nuevos cardenales:
“En la Iglesia todo se basa en la fe: los Sacramentos, la Liturgia, la evangelización, la caridad. También el derecho, e incluso la autoridad en la Iglesia se basan en la fe. La Iglesia no se auto-regula, no da a sí misma el propio orden, sino que lo recibe de la Palabra de Dios, que escucha en la fe y que trata de comprender y de vivir”.
Nada como la renuncia de Benedicto XVI ha desplazado y barrido del horizonte del Papado la categoría del ejercicio del poder, según el modo con que desde Adán, el hombre lo entiende. Y esto llama la atención no tanto porque es admirable en este gesto el hecho de querer apartarse para dejar lugar a fuerzas nuevas, como ampliamente lo han subrayado los comentarios en este período; sino porque hay más, y también esto Benedicto XVI lo había dicho.
Pedro preside la Iglesia, no se sirve de la política, del dinero o de la influencia de los medios de comunicación. Pedro preside la Iglesia sólo si usa la moneda que tiene curso legal en el reino de Dios, la de la caridad.
Volvamos a la homilía de la misa con los nuevos cardenales del 19 de febrero de 2012:
“Por tanto, ‘presidir en la caridad significa atraer a los hombres en un abrazo eucarístico – el abrazo de Cristo – que supera toda barrera y toda calidad de ajeno y crea la comunión de las múltiples diferencias. El ministerio petrino es por lo tanto, el primado en el amor en sentido eucarístico, o sea diligencia por la comunión universal de la Iglesia en Cristo”.
El ministerio petrino es “primado del amor”. Nada más coherente que esto había podido afirmar “un humilde trabajador en la Viña del Señor”. Un teólogo como pocos en los últimos cincuenta años, cuya inteligencia de la vida cristiana, entrenada por la oración y el cono
cimiento de la Biblia, no le ha hecho olvidar jamás – ni siquiera en los días más dolorosos – que la Iglesia es una grey que camina, comenzando por Pedro, detrás de Cristo. Y que Él, y sólo Él, la protegerá siempre con la fuerza más grande que cualquier otra fuerza. Por eso afirmaba el 29 de junio de 2009 en la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo:
“Es el poder del bien – de la verdad y del amor, que es más fuerte que la muerte. Sí, es verdadera su promesa: los poderes de la muerte, las puertas del hades no prevalecerán contra la Iglesia que Él ha edificado sobre Pedro y que Él, precisamente de este modo, sigue edificando personalmente”. (MFB – RV).