CARTA DEL P. JOAQUÍN ALLIENDE (AIS)
El escupo dio en la cara atónita del joven sacerdote. Con ojos llenos de odio, el desconocido turista gritó: “¡Pedófilo asqueroso!”. Nadie dijo nada. Los otros visitantes de la Acrópolis de Atenas miraron como distraídos hacia la perfecta línea de columnas de mármol. Nadie hizo nada, mientras el joven sacerdote se limpiaba la mejilla. Hay muchas historias similares por estos días. Al bajarse del tren, por la espalda, la misma palabrita le cae a un sacerdote que lleva cuarenta años sirviendo el Evangelio. Llamadas anónimas con insultos gratuitos a una casa de religiosas…Es una histeria colectiva.
Detrás, están los poderosos de la televisión y los pontífices intocables del periodismo pseudo intelectual. Claro que hay reacciones espontáneas muy comprensibles. Hay inmenso dolor y justificada vergüenza. Los abusos, los silencios culpables, los errores, la torpe inexperiencia… son hechos reales y muy graves. Cristo Jesús tendrá que lavar el rostro de la Iglesia. Todos nosotros tendremos que redescubrir la audacia de Dios que encomendó a débiles hombres, un don tan sublime como el sacerdocio. Nuestra generación, tan sacudida en esta hora triste, deberá redescubrir el valor de la expiación solidaria y hacer penitencia por ese 0,1 por ciento de sacerdotes de quienes se ha verificado que cometieron estos execrables crímenes. Debiéramos también agradecer de rodillas por los ministros ordenados que siguen siendo fieles a su consagración. Son más de 400.000 en el mundo.
La industria del entretenimiento fácil, la frivolidad hecha sistema en casi todo lo público, han creado un ambiente general de ingenuidad simplista y de escaso sentido crítico. Hay una masa amorfa dispuesta a tragarse la última historieta de amoríos y zancadillas entre políticos, o artistas de cine, o cantantes de moda. En esa chacota mental cae el grave tema de la imagen del sacerdote. Se ignoran, o se distorsionan, los resultados de las investigaciones científicas más serias. No importa nada que los especialistas sostengan que no existe ninguna relación comprobada entre el celibato del sacerdote católico y la tremenda profanación que es cualquier abuso sexual, cuando lo cometen ministros consagrados. Basta.
Es inmoral seguir distorsionando así la realidad de las cosas. Puede ser que algunos sean sorprendidos y no sepan distinguir entre las reflexiones responsables, y los eslogan que se repiten y repiten hasta terminar disfrazándose de seriedad. Basta con este baile de máscaras. Atención: se está utilizando un problema innegable, para socavar con malicia la legítima autoridad moral de la Iglesia de San Pedro y de San Pablo, de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Vivimos un mundo al revés. Desde su torre en Nueva York, un periódico le dicta a la sociedad lo que debe pensar y creer. Lanza afirmaciones sin fundamento. Después no recoge los desmentidos basados en hechos contundentes y en serias investigaciones de los mejores especialistas. Para ellos, la campaña fríamente prefabricada debe continuar. La verdad es lo de menos. Lo que sí vale es un tenebroso propósito. Se busca silenciar a la Iglesia Católica, una calificada voz que se escucha en el mundo entero. Es ella una de las poquísimas instancias morales que se atreve a enfrentar el permisivo relativismo actual. Una tal Iglesia contradice múltiples intereses políticos y comerciales. Resulta incómoda. Hay que anularla. Nadie tiene derecho a mirar hacia otro lado, como esos turistas de la Acrópolis.
Que cada uno asuma un rol activo. La respuesta comienza en la conciencia de cada uno. Penitencia y oración es lo primero. Es importante conversar en serio en la mesa familiar, aclarar ideas entre compañeros de trabajo, profundizar la fe a la luz de la Palabra de Dios. Se me dio la gracia de conocer personalmente a Benedicto XVI hace ya treinta y dos años. Lo acabo de encontrar durante una serena e intensa media hora para abordar temas de la nueva evangelización. El Papa analizó las materias con una claridad total. Siempre fue al núcleo de las cosas. En todo momento irradiaba benevolencia y alegría. Este sacerdote excepcional, tal vez el hombre más culto de nuestra época, es alguien que ha sostenido siempre, con inquebrantable fidelidad, la doctrina de Cristo y sus consecuencias para la vida real. Sin miedo. Al contrario. Con razón el Arzobispo de Viena y gran teólogo, el Cardenal Christoph Schönborn, y Monseñor Nichols, Arzobispo de Westminster en Inglaterra, han recordado un hecho comprobable: desde hace años, Josef Ratzinger es quien más ha hecho por extirpar el nauseabundo cáncer de los abusos sexuales denunciados. Él nos enseña que el buen nombre de la Iglesia no se defiende con ocultamientos piadosos, ni con retóricas de semiverdades. Sólo la plena verdad nos permitirá salir de esta noche de vergüenza hacia el sol de un nuevo comienzo. Benedicto XVI, en su reciente “Carta a los católicos de Irlanda”, nos señaló un elenco de medidas y propuestas muy precisas e inmediatas. En todo caso, cada uno de nosotros debiera aprender mucho de esta crisis. Lo primero es ocuparse de las victimas con el mayor respeto y con delicada eficacia.
En cuanto sea posible, tenemos que reparar los males y aliviar las hondas llagas. Importante es que las nuevas vocaciones sacerdotales sean seleccionadas con métodos más precisos. (Esto requerirá gastos en la contratación de profesionales adecuados. Para lo cual, “Ayuda a la Iglesia que Sufre-AIS” quisiera poder poner a disposición de los obispos más ayuda financiera). Es necesario perfeccionar una pedagogía que eduque la afectividad de los futuros pastores. Es preciso intensificar el acompañamiento de los sacerdotes, para que irradien mayor santidad de vida, crezcan aún más como padres verdaderos en la fe, regalando un afecto recio y maduro. Como lo ha dicho un psiquiatra de renombre internacional, Manfred Lütz, estamos ante un desborde emocional, una especie de crisis de pubertad en la cultura posmoderna. No pocas de las acusaciones infundadas son un irracional ataque pubertario a la Iglesia, simplemente porque es una gran institución defensora de principios no transables. En definitiva, sostiene este psiquiatra alemán, se quiere derribar toda imagen de padre en la sociedad. Por eso, se rechaza al Papa y se menoscaba injustamente la autoridad moral del sacerdote. Nosotros podemos agregar: en definitiva, se atenta contra el núcleo mismo del Evangelio proclamado por Jesús: Dios es el “Padre nuestro”, justo y misericordioso. Antes de crucificar a Cristo, le dieron golpes y le escupieron. Ya hemos celebrado su Resurrección. Sin embargo, el rostro del Señor sigue llorando en su Iglesia.
AIS será siempre un instrumento al servicio del Obispo de Roma en la protección de los cristianos perseguidos, y en el apoyo a los evangelizadores sin medios para evangelizar y consolar a los sufrientes y humillados. En este minuto de la historia, la necesidad más neurálgica de la Iglesia es el futuro del sacerdocio… Tal vez el católico más necesitado de hoy se llama Benedicto XVI. No lo dejemos solo. No nos dejen solos, cuando tratamos de ayudar al Papa. Sean muy generosos. Gracias. Les bendigo en la esperanza del Salvador.