Ejercicios Espirituales 25

26 de febrero de 2017 Desactivado Por Regnumdei

La Pasión del Señor

 

Dice San Alfonso Mª Ligorio:

Pero, ved aquí a nuestro amable Jesús en la víspera de ser sacrificado sobre el altar de la cruz por nuestra salud. En esta noche venturosa que precedió a su pasión, oigamos lo que dijo a sus discípulos en la última cena que tuvo con ellos. Yo he deseado con un deseo ardiente comer esta Pascua con vosotros. [Desiderio desideravi hoc pascha manducare vobiscum. Luc. XII, 15]

Examinando San Lorenzo Justiniano estas palabras, asegura que todas ellas fueron expresiones de amor. [Desiderio desideravi: caritatis est vox haec.] Como si nuestro amable Redentor hubiera dicho: ¡Oh hombres!, sabed que esta noche en la que comenzará mi pasión, es el tiempo más deseado de mi vida y por el que más he suspirado, porque este es puntualmente el tiempo en que por mis padecimientos y por mi cruel muerte os haré conocer cuánto os amo; y por esto os obligaré a amarme con el mayor amor que sea posible. Dice un autor que en la pasión de Jesús la omnipotencia divina se unió con el amor. El amor quiso amar al hombre con toda la extensión de la omnipotencia, y la omnipotencia quiso ayudar al amor con toda la extensión de su deseo.

¡Oh Dios infinito! Vos mismo os habéis entregado todo a mí, ¿y cómo después de esto puedo yo no amaros con todas las potencias de mi ser? Yo creo, sí, yo creo que Vos habéis muerto por mí: ¿y cómo os amo yo tan poco que me olvide tan frecuentemente de Vos, y de todo lo que habéis padecido por mí? ¡Ah! ¿Por qué, Señor, contemplando vuestra pasión no me veo inflamado del todo en vuestro amor? ¿Por qué no soy ya todo de Vos como tantas almas santas, que considerando vuestras penas han llegado a ser la dichosa conquista de vuestro amor, y se han entregado del todo a Vos?

La esposa de los Cantares decía que todas las veces que su esposo la introducía en la bodega de la pasión, se sentía tan acometida del amor divino, que lánguida toda de amor se veía precisada a buscar algún alivio a su corazón herido. [lntroduxit me in cellam vinariam: ordinavit in me caritatem: fulcite me floribus, stipate me malis: quia amor langueo. Cant. II, 4.] ¿Y cómo es posible que considerando la pasión de Jesucristo no quede el alma herida, como de unas flechas de amor, por aquellos dolores , por aquellas angustias que tan cruelmente hicieron padecer al alma y al cuerpo de su muy amado, y no se vea forzada con una dulce violencia a amar a quien tanto la ha amado?

¡Oh cordero sin mancha! yo os miro sobre esa cruz descarnado, ensangrentado y desfigurado; mas ¡cuán bello y cuán amable me parecéis! Sí, porque todas esas llagas que veo en Vos, son para mí otras tantas señales y pruebas ciertas del grande amor que me tenéis. ¡Ah! si todos los hombres os contemplasen frecuentemente en aquel estado en que un día fuisteis presentado en espectáculo a toda Jerusalén, ¿quién podría dejar de enamorarse de vuestro amor? Amable Maestro mío, aceptad mi amor: yo os consagro todos mis sentidos y toda mi voluntad. ¿Y cómo puedo yo negaros ninguna cosa, puesto que Vos no me habéis negado ni vuestra sangre, ni vuestra vida, ni todo lo que sois?

6 El deseo que tenía Jesús de padecer por nosotros era tan grande, que en la noche que precedió a su muerte, no sólo fue voluntariamente al huerto donde ya sabía que los judíos debían ir aprenderle, sino sabiendo también que el traidor de Judas se acercaba con su tropa de soldados, les dice a sus discípulos: Levantaos, vamos; he aquí se acerca el que me da de entregar. [Surgite, eamus: ecce qui me tradet prope est. Matth. XXVI, 46.] Quiso además salir él mismo a su encuentro, como si ellos hubieran venido, no para arrastrarle al suplicio de la cruz, sino para hacerle subir al trono de un grande imperio. ¡Oh mi dulce Salvador! ¿Por qué camináis delante de la muerte con tan gran deseo de morir por nosotros? Para mostraros, dice, el amor que os tengo. ¿Y yo no tendré deseo de morir por Vos, oh Dios mío, para demostraros también el amor que os tengo? Sí, Jesús mío, muerto por mí, yo también deseo morir por Vos. He aquí mi sangre, mi vida, todo os lo ofrezco. Vedme aquí dispuesto a morir por Vos cuándo y cómo os agrade. Aceptad este pequeño sacrificio que os hace un miserable pecador,  que hasta este momento os ha ofendido, pero que ahora os ama más que a sí mismo.

Textos:

1)· Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola (PDF)

2)· Manual del Ejercitante (PDF)