Ejercer autoridad en el servicio público

Ejercer autoridad en el servicio público

26 de abril de 2024 Desactivado Por Regnumdei

Luego de escuchar las intervenciones de algunos obispos participantes del Sínodo de la Familia, el Papa Francisco ofreció un discurso verdaderamente iluminador.


Entre nosotros –dijo– no será así, sino que quien quiera ser grande entre ustedes, será su servidor y quien quiera ser el primero de entre ustedes será su esclavo


“Aquellos que ejercitan la autoridad se llaman ‘ministros’: porque, según el significado original de la palabra, son los más pequeños de entre todos” y deben ponerse al servicio.

Sobre la jerarquía eclesiástica, dijo que en la Iglesia “entendemos que en su interior ninguno puede ser ‘elevado’ por encima de los otros”. “Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno ‘se abaje’ para ponerse al servicio de los hermanos en el camino”.

“Jesús ha constituido la Iglesia poniendo en su vértice al Colegio apostólico, en el que el apóstol Pedro es la ‘roca’, aquél que debe ‘confirmar’ a los hermanos en la fe”.

“Pero en esta Iglesia, como en una pirámide invertida, el vértice se encuentra debajo de la base” por lo que “aquellos que ejercitan la autoridad se llaman ‘ministros’: porque, según el significado original de la palabra, son los más pequeños de entre todos”.

“En un mismo horizonte, el mismo Sucesor de Pedro no es más que el servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios)”. Algo que, según afirmó, no se puede olvidar jamás.

“Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: ‘Ustedes saben que los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas y sus líderes les oprimen’”.

“Entre nosotros –dijo– no será así, sino que quien quiera ser grande entre ustedes, será su servidor y quien quiera ser el primero de entre ustedes será su esclavo”, dijo recordando las palabras de Jesús en el Evangelio de San Mateo.

La afirmación del Santo Padre, no contradice el ejercicio de la autoridad, ni promueve una emancipación de los votos o una autonomía  en la iglesia, desconociendo la Jerarquía.

Al contrario, sitúa el ejercicio del poder en el fundamento de la autoridad que se encuentra en el bien y la verdad. Ya veremos la razón. 

Es, por lo tanto, distinguir el ejercicio de la autoridad eclesiástica, del ejercicio que habitualmente se da bajo parámetros mundanos e ideológicos, en la supremacía de la fuerza y de la posición estratégica ante el resto de los ciudadanos.

  En la ámbito religioso, no se admite el uso de la autoridad solo por ostentar la autoridad. Menos para garantizar prepotencia, tomar medidas sin razones objetivas, desentenderse de los deberes en la responsabilidad de los colaboradores, tomar medias sin buscar el bien común y objetivo sino el bien particular y subjetivo, perjudicar al inferior, manipular o aplastar la conciencia de los subalternos o inferiores encomendados. Para cada uno de estos casos, debidamente documentados, la Iglesia tiene, luego de un proceso serio y justificado, una debida sanción.

  El valor de la Obediencia, consejo Evangélico que es expresión de la caridad y una trascendencia sublime, por configurar por Cristo las almas que renuncian a sí mismas, por amor a la voluntad de Dios, esta puesto en la cumbre de los caminos de santificación. Pero el ejercer la Obediencia no exime de la valoración, a la luz de la Fe, de
la licitud y virtud de los argumentos que se encuentran detrás del ejercicio de autoridad. Santa Catalina de Siena, Santa Brígida, Santa Teresa de Ávila, Santo Tomás Moro y tantos santos nos iluminan al respecto. «El que obedece siempre gana», sin embargo el que ejerce la autoridad está obligado, por la conciencia, la autoridad permanente de la ley canónica y por la Cabeza de la Iglesia,  a ejercer la facultad de dirigir, conducir, gobernar y regir fundado en el bien común, no particular o personal, desprendido de su propia interés, para la santificación de las almas y la gloria de Dios, con modestia, consideración, argumentado y de manera sobrenatural. 

  Los esfuerzos de la Iglesia de regular y proteger a sus fieles ante las situaciones de abuso de poder son evidentes, aunque la sociedad las intente ignorar.

Sin embargo, la Iglesia es puesta continuamente en tela de Juicio, y cualquiera de los casos existentes, son requeridos por la prensa, otorgándole un grado de escándalo sin precedente.

Sin embargo, la opinión pública actual con una timidez estrecha, ante casos de abuso de autoridad tan grande como es vulnerar el respeto a la vida de inocentes, el imponer ideologías en la educación de los niños y jóvenes y vulnerar los derechos de los padres de familia y los particulares. Son reiterados los hecho en que es vulnerada la dignidad de la vida humana por nacer, del anciano y el enfermo, las familias que padecen una pobreza y desamparo extremo, y comunidades aplastadas por el uso de los medios y las fuerza. Pero el silencio es rotundo.

  Por eso, el ejemplo del Vicario de Cristo y de la Iglesia, de auto examinarse y purificarse en el ejercicio de la autoridad, es una claramente un mensaje para la humanidad, y para todos aquellos que creen tener la vocación, o la responsabilidad de colaborar, en la conducción de la sociedad hacia el bien común y trascendente de los ciudadanos. La necesidad de la formación calórica, de desarrollar una delicada conducta ética, de reconocer el valor de la virtud, poseer un auténtico concepto de la verdad y del bien común son necesarios. La definición de vida humana, de «estado» y Sociedad», de familia y libertad, no pueden pasar por alto en el examen de quien defienda su habilidad de servicio público. Ya que quien gobierna la ciudad del hombre, debe ser obedecido (Romanos 13, 1), es importante asegurar la licitud del ejercicio del poder, según el derecho natural y la voluntad de Dios. Es responsabilidad de todo creyente. No basta un entusiasmo motivaciones y una diligencia inicial. Se necesitan cualidades marcados que se pueden aprender claramente en un decidido y serio caminar en la Fe. Una llamada ya hecha en el siglo IV por san Agustín, en una de sus reconocidas máximas: “Sirve a todos de tal modo que te avergüence dominar”.

(Elaborado para el Encuentro con Sub oficiales Mayores en retiro con el tema: La ética en el servicio público)