Educación: familia, escuela y estado.

Educación: familia, escuela y estado.

14 de marzo de 2018 Desactivado Por Regnumdei
Los rasgos propios de la vocación de los laicos en la Iglesia, corresponden evidentemente también a aquellos que viven esa vocación en la escuela.
El hecho de que los laicos realicen su vocación especifica en muy diversas áreas y estados de la vida humana, hace que su vocación común adquiera características peculiares según sean esas situaciones. Resulta, pues, imprescindible para comprender mejor la vocación del laico católico en la escuela, hacer algunas indicaciones sobre la misma.
La escuela

Si bien los padres son los primeros y obligados educadores de sus hijos y su derecho-deber en esta tarea es «original y primaria respecto al deber educativo de los demás», la escuela tiene un valor y una importancia básica entre todos los medios de educación que ayudan y completan el ejercicio de este derecho y deber de la familia. Por tanto, en virtud de su misión, corresponde a la escuela cultivar con asiduo cuidado las facultades intelectuales, creativas y estéticas del hombre, desarrollar rectamente la capacidad de juicio, la voluntad y la afectividad, promover el sentido de los valores, favorecer las actitudes justas y los comportamientos adecuados, introducir en el patrimonio cultural conquistado por las generaciones anteriores, preparar para la vida profesional y fomentar el trato amistoso entre los alumnos de diversa fndole y condición, induciéndolos a comprenderse mutuamente. También por estos motivos entra la escuela en la misión propia de la Iglesia.
La escuela ejerce una función social insustituíble, pues hasta hoy se ha revelado como la respuesta institucional más importante de la sociedad al derecho de todo hombre a la educación, y por tanto a la realización de sí mismo, y como uno de los factores más decisivos para la estructuración y la vida de la misma sociedad. La importancia creciente del entorno y de las instrumentos de comunicación social, con sus contradictorias y a veces nocivas influencias, la extensión continua del ámbito cultural, la cada vez más compleja y necesaria preparación para la vida profesional, de día en día más diversificada y especializada, y la consiguiente incapacidad progresiva de la familia para afrontar por sí sola todos esos graves problemas y exigencias, hace cada vez más necesaria la escuela.
A causa de la importancia de la escuela en orden a la educación del hombre, es el mismo educando y, cuando él no esté capacitado todavía para ello, sus padres —a quienes incumbe en primer lugar el derecho de educar a sus hijos— los que tienen el derecho de elegir el modo de esa formación y, por lo tanto, la clase de escuela que prefieren. Aparece así con claridad que no es admisible, en principio, el monopolio de la escuela por parte del Estado, y que el pluralismo de escuelas hace posible el respeto al ejercicio de un derecho fundamental del hombre y a su libertad, aunque ese ejercicio esté condicionado por múltiples circunstancias según la realidad de cada país. En esa pluralidad de escuelas, la Iglesia presta su contribución específica y enriquecedora con la escuela católica.
Ahora bien, el laico católico desempeña una función evangelizadora en las diversas escuelas, y no sólo la escuela católica, dentro de las posibilidades que los diversos contextos sociopolíticos existentes en el mundo actual le permiten.

El laico católico como educador.

El mismo Concilio Vaticano II pondera de manera especial la vocación del educador, que es tan propia de los laicos, como de aquellos que asumen otras formas de vida en la Iglesia.
Siendo educador aquel que contribuye a la formación integral del hombre, merecen especialmente tal consideración en la escuela por su número y por la finalidad misma de la institución escolar, los profesores que han hecho de semejante tarea su propria profesión. A ellos hay que asociar a todos los que participan en distinto grado, en dicha formación, bien sea de manera eminente en cargos directivos, bien como consejeros, tutores o coordinadores, completando el trabajo educativo del profesor, bien en puestos administrativos y en otros servicios. El análisis de la figura del laico católico como educador, centrado en su función de profesor, puede servir a todos los demás, según sus diversas actividades, como elemento de profunda reflexión personal.
Efectivamente no se habla aquí del profesor como de un profesional que se limita a comunicar de forma sistemática en la escuela una serie de conocimientos, sino del educador, del formador de hombres. Su tarea rebasa ampliamente la del simple docente, pero no la excluye. Por esto requiere, como ella y más que ella, una adecuada preparación profesional. Ésta es el cimiento humano indispensable sin el cual sería ilusorio intentar cualquier labor educativa.
Pero además la profesionalidad de todo educador tiene una característica específica que adquiere su significación más profunda en el caso del educador católico: la comunicación de la verdad. En efecto para el educador católico cualquier verdad será siempre una participación de la Verdad, y la comunicación de la verdad como realización de su vida profesional se convierte en un rasgo fundamental de su participación peculiar en el oficio profético de Cristo, que prolonga con su magisterio.
La formación integral del hombre como finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la formación de su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su educación religiosa. Toda escuela, y todo educador en ella, debe procurar «formar personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer opciones libres y justas», preparando asf a los jóvenes «para abrirse progresivamente a la realidad y formarse una determinada concepción de la vida».
Toda educación está, pues, guiada por una determinada concepción del hombre. Dentro del mundo pluralista de hoy, el educador católico está llamado a guiarse conscientemente en su tarea por la concepción cristiana del hombre en comunión con el magisterio de la Iglesia. Concepción que, incluyendo la defensa de los derechos humanos, coloca al hombre en la más alta dignidad, la de hijo de Dios; en la más plena libertad, liberado por Cristo del pecado mismo; en el más alto destino, la posesión definitiva y total del mismo Dios por el amor. Lo sitúa en la más estrecha relación de solidaridad con los demás hombres por el amor fraterno y la comunidad eclesial; lo impulsa al más alto desarrollo de todo lo humano, porque ha sido constituido señor del mundo por su propio Creador; le da, en fin, como modelo y meta a Cristo, Hijo de Dios encarnado, perfecto Hombre, cuya imitación constituye para el hombre fuente inagotable de superación personal y colectiva. De esta forma, el educador católico puede estar seguro de que hace al hombre más hombre. Corresponderá, sobre todo, al educador laico comunicar existencialmente a sus alumnos que el hombre inmerso cotidianamente en lo terreno, el que vive la vida secular y constituye la inmensa mayoría de la familia humana, está en posesión de tan excelsa dignidad.
Todo educador católico tiene en su vocación un trabajo de continua proyección social, ya que forma al hombre para su inserción en la sociedad, preparándolo a asumir un compromiso social ordenado a mejorar sus estructuras conformándolas con los principios evangélicos, y para hacer de la convivencia entre los hombres una relación pacifica, fraterna y comunitaria. Nuestro mundo de hoy con sus tremendos problemas de hambre, analfabetismo y explotación del hombre, de agudos contrastes en el nivel de vida de personas y países, de agresividad y violencia, de creciente expansión de la droga, legalización del aborto y, en muchos aspectos, minusvaloración de la vida humana, exige que el educador católico desarrolle en si mismo y cultive en sus alumnos una exquisita sensibilidad social y una profunda responsabilidad civil y politica. El educador católico está comprometido, en último término, en la tarea de formar hombres que hagan realidad la «civilización del amor».
Al mismo tiempo, el educador laico está llamado a aportar a esa proyección y sensibilidad sociales su propia vivencia y experiencia, en orden a que esa inserción del educando en la sociedad pueda alcanzar mejor la fisonomia específicamente laical que la casi totalidad de los educandos están llamados a vivir.
Sagrada Congregación para la Educación