Diálogo del Papa con los jóvenes
«No tengáis miedo de los fracasos ni de las caídas»
«Yo necesito vivir en medio de la gente y si viviera solo, aislado, no me sentaría bien»
El Papa Francisco ha asegurado que no había querido ser Papa porque, a su juicio, si una persona quiere ser Papa es que no se quiere mucho. Así ha respondido a una pregunta de un joven durante el diálogo con estudiantes de las escuelas jesuitas de Italia y Albania.
«Pero ¿Tú sabes qué significa que una persona no se quiera mucho? Una persona que quiera ser Papa no se quiere mucho. No, yo no he querido ser Papa», ha contestado.
Además, en respuesta a la pregunta de una niña que ha querido saber por qué había renunciado a vivir en el Palacio apostólico y a un coche grande, el Papa Francisco ha subrayado que «no se trata sólo de algo que tenga que ver con la riqueza» sino que para él es «un problema de personalidad».
«Yo necesito vivir en medio de la gente y si viviera solo, aislado, no me sentaría bien. Esta pregunta me la hizo ya un profesor: ‘¿Por qué no va usted a vivir allí?’ Y yo le contesté: ‘Mire, profesor, por cuestiones psiquiátricas, eh?’ Porque es mi personalidad. También el apartamento, ese no es tan lujoso. Pero no puedo vivir solo ¿Me entiendes?», ha recordado.
No obstante, en cuanto al coche, ha indicado que sí tiene que ver con el hecho de «no tener tantas cosas y volverse un poco más pobre» porque, a su juicio, la pobreza que hay en el mundo es «un escándalo». «En un mundo donde hay tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, es imposible entender que haya tantos niños que pasan hambre, tantos niños sin educación, tantos pobres. La pobreza hoy es un grito», ha remarcado.
«NO SE PUEDE VIVIR SIN AMIGOS»
Además, en respuesta a una pregunta sobre sus amigos, Francisco ha indicado que sus amigos están a 14 horas de avión pero que tres ya se han acercado a verle y además se escriben y se quieren «mucho». En este sentido, ha destacado que «no se puede vivir sin amigos».
Por otro lado, atendiendo a la educación, el Papa Francisco ha destacado que «sin coherencia no es posible educar» porque un educador transmite «conocimientos, valores con sus palabras, pero repercutirá en los jóvenes si acompaña esas palabras con su ejemplo, con su coherencia de vida».
Además, el Papa ha instado a los educadores a no desanimarse «ante la dificultad que conlleva el desafío educativo» y les ha pedido que den esperanza y optimismo a sus alumnos enseñándoles a «ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que conserva siempre la huella del Creador pero, sobre todo, siendo ejemplo con su vida de lo que comunican».
También ha reiterado que el colegio, además de hacer las funciones de catalizador, lugar de encuentro y convergencia de toda la comunidad educativa, tiene como objetivo «formar, ayudar a crecer como personas maduras, competentes y honestas, que sepan amar con fidelidad, que sepan vivir la vida como respuesta a la vocación de Dios, y de la futura profesión como servicio a la sociedad».
En esta línea, ha precisado que la escuela no amplía solamente la dimensión intelectual, sino también humana y, en su opinión, «de forma particular las escuelas de los Jesuitas prestan mucha atención al desarrollo de las virtudes humanas: la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso». Concretamente, ha hecho hincapié en los valores de la libertad y el servicio.
«Ante todo ¡Sed personas libres!», ha invitado a los casi 9.000 estudiantes presentes y ha explicado que «la libertad significa saber reflexionar» sobre lo que se hace. Así, les ha animado a no encerrarse en sí mismos sino a abrirse a los demás «especialmente a los pobres y necesitados, a trabajar para mejorar el mundo».
Finalmente, les ha exhortado a «no tener miedo de los fracasos, ni de las caídas» y ha añadido que «en el arte de andar lo que importa no es caer, sino levantarse enseguida y seguir andando». «Caminar solos es desagradable y aburrido. Caminar en comunidad, con los amigos, con los que nos quieren. Eso nos ayuda a llegar al final», ha remarcado.
El encuentro de este viernes en el Aula Pablo VI del Vaticano ha comenzado a las 10,30 horas y representantes de cada colegio han protagonizadas momentos musicales y vídeos, y han dado testimonios sobre «cómo la educación de los jesuitas ha cambiado su vida».
(RD/Ep)
Texto íntegro del discurso que el Papa no pronunció
Queridos chicos, queridos jóvenes!
estoy encantado de recibirles con sus familias, los educadores y los amigos de la gran familia de las Escuelas de los Jesuitas italianos y de Albania. A todos vosotros, dirijo mi afectuoso saludo: ¡bienvenidos! Con todos ustedes me siento verdaderamente «en familia». Y es una alegría especial la coincidencia de nuestro encuentro con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Déjenme decirles una cosa en primer lugar que se refiere a San Ignacio de Loyola, nuestro fundador. En el otoño de 1537, yendo a Roma con un grupo de sus primeros compañeros se preguntaron:¿si nos piden quiénes somos, que responderemos? La respuesta fue espontánea: «Diremos que somos la «Compañía de Jesús» (Fontes Narrativa Societatis Iesu, vol 1, p 320-322). Un nombre comprometido, que quería indicar una relación muy estrecha de amistad, de total afecto por Jesús, al que querían seguir sus pasos. ¿Por qué os menciono este hecho? Porque San Ignacio y sus compañeros habían comprendido que Jesús les enseñó cómo vivir bien, cómo dar un sentido profundo a nuestra existencia, que dé entusiasmo, que dé alegría y esperanza; habían entendido que Jesús es un gran maestro de vida y un modelo de vida, y que no sólo les enseñaba, sino que les invitaba a seguirlo por este camino.
Queridos chicos, si ahora les hiciera la pregunta: ¿por qué van a la escuela, qué me contestarían? Probablemente habría muchas respuestas dependiendo de la sensibilidad de cada uno. Pero creo que se podría resumir todo diciendo que la escuela es uno de los ambientes educativos en los que crecemos para aprender a vivir, para ser hombres y mujeres adultos y maduros, capaces de caminar, de recorrer el camino de la vida. ¿Cómo os les ayuda a crecer su escuela? Les ayuda no sólo desarrollar su inteligencia, sino a tener una formación integral de todos los componentes de su personalidad.
Siguiendo lo que nos enseña San Ignacio, en la escuela el elemento principal es aprender a ser magnánimo. La magnanimidad: esta virtud del grande y del pequeño (no coerceri maximo contineri mínimo Divinum este), que nos hace siempre mirar hacia el horizonte. ¿Qué quiere decir ser magnánimo? Significa tener un gran corazón, tener un alma grande, quiere decir tener grandes ideales, el deseo de lograr grandes cosas en respuesta a lo que Dios pide de nosotros, y para ello hacer las cosas bien todos los días, todas las acciones cotidianas, los compromisos, los encuentros con la gente; hacer las pequeñas cosas de todos los días con un gran corazón abierto a Dios y a los demás. Es importante pues cuidar la formación humana destinada a la magnanimidad.
La escuela no sólo les amplía su dimensión intelectual, sino también humana. Y creo que, en especial, los colegios de los Jesuitas cuidan con esmero las virtudes humanas: la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso. Me gustaría hacer hincapié en dos valores fundamentales: la libertad y el servicio. Sobre todo: ¡sean personas libres! ¿Qué quiero d
ecir con ello? Tal vez piensan que la libertad es hacer todo lo que se desea, o aventurarse en experiencias-límite para experimentar la emoción y vencer el aburrimiento. Esto no es libertad. Libertad significa saber reflexionar sobre lo que hacemos, saber valorar lo que es bueno y lo que es malo, cuáles son los comportamientos que hacen crecer, significa elegir siempre el bien. Nosotros somos libres para el bien. ¡Y en eso, no tengan miedo de ir contracorriente, aunque no sea fácil! Ser libres de escoger siempre el bien es un reto, pero les hará personas rectas, que saben enfrentar la vida, personas con valentía y paciencia (parresía y ypomoné). La segunda palabra es el servicio. En sus escuelas ustedes participan en diversas actividades que les llevan a no encerrarse en uno mismo o en su pequeño mundo, sino a abrirse a los demás, especialmente a los pobres y necesitados, a trabajar para mejorar el mundo en que vivimos. Sean hombres y mujeres con los demás y para los demás, verdaderos campeones en el servicio a los demás.
Para ser magnánimos con libertad interior y espíritu de servicio se requiere la formación espiritual. ¡Queridos chicos, queridos jóvenes, amen cada vez más a Jesucristo! Nuestra vida es una respuesta a su llamada y ustedes serán felices y construirán bien su vida si saben responder a esa llamada. Sientan la presencia del Señor en su vida. Él está cerca de cada uno de ustedes como compañero, como amigo, que les ayuda comprender, que les alienta en los momentos difíciles y nunca les abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia, descubrirán que Él está realmente cerca. Y aprendan también a leer los signos de Dios en su vida. Él siempre nos habla, incluso a través de los hechos de nuestro tiempo y de nuestra existencia cotidiana: a nosotros nos corresponde escucharlo.
No quiero ser demasiado prolijo, pero una palabra específica quisiera dirigirla también a los educadores: los jesuitas, los maestros, los padres. ¡No se desanimen ante las dificultades que presenta el desafío educativo! Educar no es una profesión, sino una actitud, una forma de ser; para educar es necesario salir de sí mismos y estar entre los jóvenes, para acompañarlos en las etapas de crecimiento, estando a su lado. «Denles a los jóvenes esperanza, optimismo para afrontar su camino en el mundo. Enséñenles a ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que siempre conserva la huella del Creador. Pero sobre todo den testimonio con su vida de lo que les comunican. Un educador – Jesuita, profesor, operador, padre – transmite conocimientos, valores con sus palabras, pero va a ser determinante con los niños si acompaña sus palabras con su testimonio con su vida coherente. ¡Sin coherencia no es posible educar! Todos ustedes son educadores, no pueden delegar competencias en esta materia. La colaboración en un espíritu de unidad y comunidad entre los diferentes componentes educativos es, pues, esencial y debe ser alentada y alimentada. La escuela puede y debe actuar como catalizador, para ser un lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad educativa con el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas maduras, simples, honestas y competentes, que sepan amar con lealtad, que sepan vivir la vida como una respuesta a la vocación de Dios, y la futura profesión como un servicio a la sociedad.
A los Jesuitas quisiera añadirles que es importante fomentar su participación en el campo educativo. Las escuelas son una herramienta valiosa para dar una contribución al camino de la Iglesia y de toda la sociedad. El campo de la educación no se limita a la escuela convencional. Anímense a buscar nuevas formas de educación no convencionales, según «las necesidades del lugar, tiempo y de las personas.»
Por último, un saludo a todos los ex-alumnos presentes, a los representantes de las escuelas italianas de la Red de Fe y Alegría, que conozco bien por el gran trabajo que hace en América del Sur, sobre todo entre las clases más pobres.
Y un saludo particular va a la delegación del Colegio albanés de Scutari, que después de largos años de represión de las instituciones religiosas, a partir de 1994 reanudó sus actividades, acogiendo y educando a jóvenes católicos, ortodoxos, musulmanes, e incluso algunos alumnos nacidos en contextos familiares agnósticos. Así la escuela se convierte en un lugar de diálogo y de confrontación pacífica, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y espíritu de cooperación».
Queridos amigos, gracias a todos por este encuentro. Los encomiendo a la intercesión maternal de María y los acompaño con mi bendición: El Señor siempre está cerca de ustedes, les levanta de las caídas y les empuja a crecer y a tomar decisiones cada vez más altas «con gran ánimo y liberalidad» con magnanimidad. Ad Maiorem Dei Gloriam. (Para mayor gloria de Dios).
Divertido encuentro entre Francisco y miles de niños: «Yo no quería ser Papa»