Sacerdote: Don del Corazón de Cristo

Sacerdote: Don del Corazón de Cristo

5 de agosto de 2017 Desactivado Por Regnumdei

Dijo Benedicto XVI: “el sacerdote es un don del Corazón de Cristo: un don para la Iglesia y para el mundo. Del Corazón del Hijo de Dios, rebosante de caridad, parten todos los bienes de la Iglesia, y en modo particular es el inicio de la vocación de aquellos hombres que, conquistados por el Señor Jesús, lo dejan todo para dedicarse enteramente al servicio del pueblo cristiano, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor”.

El sacerdote no es simplemente alguien que detenta un oficio, como aquellos que toda sociedad necesita para que puedan cumplirse en ella ciertas funciones. Por el contrario, el sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, a partir de Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y el vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación,  palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo; son palabras que abren el mundo a Dios y lo unen a Él. Por tanto, el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio».

Que «los fieles vean en el sacerdote no solo a uno que trabaja y después es libre y vive solo para sí mismo, sino que es un hombre apasionado de Cristo. (…) Llenarse de la alegría del Evangelio con todo nuestro ser es la primera condición», a la que se añaden «tres prioridades fundamentales: la Eucaristía y los sacramentos, (…) el anuncio de la Palabra, y (…) la cáritas, el amor de Cristo». Además «una prioridad muy importante es la relación personal con Cristo. (…) La oración no es algo marginal: rezar es algo propio del sacerdote, también como representante del pueblo que no sabe orar o no encuentra tiempo para orar. La oración personal, sobre todo la Oración de las Horas, es alimento esencial para nuestra alma, para toda nuestra acción».

El celibato es un «sí» definitivo, un dejarse agarrar por la mano de Dios, entregarse en las manos del Señor, en su «yo», y por tanto se trata de un acto de fidelidad y confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio, (…) que es la forma bíblica, natural de ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura cristiana y de las grandes culturas del mundo. Si desaparece se destruye la raíz de nuestra cultura. Por eso, el celibato confirma el «sí» del matrimonio con su «sí» al mundo futuro. Y de esta manera queremos hacer presente este escándalo de una fe que pone toda su existencia en Dios. (…) Pidamos al Señor que nos ayude a liberarnos de los escándalos secundarios, para que haga presente el gran escándalo de nuestra fe: la confianza, la fuerza de nuestra vida, que se funda en Dios y en Jesucristo».

«Existe la gran tentación -respondió el Santo Padre- de transformar el sacerdocio, el sacramento de Cristo, en una profesión normal que tiene su horario; como cualquier otra vocación, haciéndolo accesible y fácil. Pero esta es una tentación que no resuelve el problema. (…) Como nos enseña el Señor, debemos rezar a Dios, llamar a la puerta, al corazón de Dios para que nos dé las vocaciones; rezar con gran insistencia, con gran determinación, con gran convicción, porque Dios no se cierra a una oración insistente, permanente, confiada, a pesar de que deja hacer, espera (…) más allá de los tiempos que habíamos previsto». Además, «cada uno debería hacer lo posible para vivir el sacerdocio de manera convincente. (…) Después, invitar a la oración, a tener esta humildad, esta confianza de hablar con Dios con fuerza, con decisión. Y tener la valentía de hablar con los jóvenes si pueden pensar que Dios los llama, (…) y, sobre todo, ayudarles a encontrar un contexto vital en el que puedan vivir su vocación».

(Benedicto XVI, Junio del 2010)

Cantemos, mis hermanos Sacerdotes,

a Cristo inmaculado, nuestra Pascua,

aquí sobre el altar, la Roca herida,

mirándole en la Hostia consagrada.

Con estos ojos míos yo lo veo

rasgar la Trinidad, que es su morada,

y en una Madre Virgen anidar:

lo veo en esta Hostia aquí palpada.

Lo veo derramarse en los caminos,

y andando por el mar, subir a la Montaña,

orar y predicar, curar enfermos:

su vida en esta Hostia actualizada.

Lo veo con María en el Calvario,

su corazón abierto, sangre y agua,

saliendo de la tumba, luz y vida:

lo veo palpitar en la Hostia santa.

¡Felicidades, Cristo entre mis manos,

divino Vencedor en la batalla,

aquí presente en puro sacramento,

por fuerza y en virtud de tus palabras!

Bendito, mi Jesús, mi sacerdocio,

mi Eucaristía a diario regalada,

Resurrección y giro de la historia

y Hostia de mis manos adorada.

¡Beata Trinidad, eterno don!:

Jesús, perenne Pascua de mi alma,

y Espíritu divino que abre al Padre,

¡a Dios la gloria ascienda desde el ara! Amén.