
Darse por entero a María
Madre, yo mismo me he dado a Ti. Sobre la Consagración Total
Por el Padre J. Mª Hupperts S.M.M. «Vida Mariana»
Nuestra perfecta Consagración a la Santísima Virgen es una verdadera donación: significa entregarse como propiedad a Nuestra Señora, reconocerle un verdadero derecho de propiedad sobre todo cuanto somos y todo cuanto tenemos.
Además de lo que se requiere para todo acto verdaderamente humano, a saber, conocimiento y voluntad libre, esta donación, para realizar la esencia de la santa esclavitud, ha de estar revestido de tres cualidades indispensables: debe ser total y universal, definitiva y eterna, y desinteresada o hecha por amor. Nuestro Padre lo enseña formalmente .
La enseñanza de Montfort no puede ser más clara al respecto. «Esta devoción consiste en darse por entero a la Santísima Virgen, para ser enteramente de Jesucristo por Ella…». Lo damos todo, «y esto sin reserva alguna, ni aun de un céntimo, de un cabello ni de la más mínima buena acción…» .
Madre, con alegría te lo repito: te he dado mi cuerpo con todos sus sentidos y sus miembros: ojos, orejas, boca y todo lo que es de este cuerpo, la vista, el oído, el gusto, el olfato, el tacto y todas las potencias que de algún modo dependen de la materia: imaginación, memoria, pasiones, todas las facultades de conocimiento y de apetito sensibles.
Madre, te he dado mi alma, esta alma tan bella, tan grande, espiritual, inmortal, según la cual he sido creado a imagen y semejanza de Dios; mi alma con sus magníficas potencias de inteligencia y de libre voluntad, con todas las riquezas de saber y de virtud que en ella se encierran.
Madre, te he dado mi corazón, mi corazón con sus abismos insondables de amor, con sus angustias y sus alegrías, con sus tempestades y sus arrebatos.
Madre, yo mismo me he dado a Ti: no sólo mi cuerpo, mi corazón y mi alma, sino también mi ser, mi existencia, mi subsistencia propia, mi personalidad, que es el último toque dado a un ser intelectual. La verdad pura es que toda mi persona, yo mismo, soy tu cosa y tu propiedad. (Cap. VI)
…¡Qué felicidad y qué alegría saber que todos los instantes de nuestra existencia apuntan, no sólo a la gloria, sino a la mayor gloria de Dios, ad majorem Dei gloriam, y la realizan infalible y perfectamente, porque Nuestra Señora sabe siempre claramente dónde buscar esta mayor gloria, y apunta a ella indefectiblemente en la aplicación de los valores espirituales de nuestra vida, que voluntariamente le hemos entregado!
¡Qué felicidad y qué alegría saber también que, como efecto de nuestra donación, cada pensamiento, cada palabra, cada acción, cada instante, pasan a ser como un canto de amor y alabanza que sube ante su trono y resuena en las profundidades más íntimas de su Corazón materno!
¡Es tan pobre, tan raquítica, tan miserable, la respuesta que la mayor parte de los hombres da al amor magnífico de María!
Ella es Corredentora. Lo que quiere decir que no sólo Ella contribuyó a nuestra redención, a nuestra liberación, por su colaboración al espantoso sacrificio del Calvario; sino también que, así como todos los actos de la vida de Jesús fueron actos redentores, del mismo modo todos los actos de la vida de la Santísima Virgen, al menos desde que Ella se convirtió en Madre de Jesús, fueron actos de Corredentora. Es decir, Ella ofreció por nosotros todas sus acciones, realizó por nosotros todos sus trabajos, presentó por nosotros todas sus oraciones, sufrió por nosotros todos sus dolores, derramó por nosotros todas sus lágrimas, entregó por nosotros todos los instantes de su vida.
Y en el cielo su pensamiento materno no nos abandona nunca: también allí Ella está, por decirlo así, a nuestro servicio enteramente y en todo instante, con los esplendores de su inteligencia, la llama de su corazón, la fortaleza de su brazo, la irresistible fuerza de su oración.
¿Y nosotros pensaríamos hacer bastante por Ella ofreciéndole, como la mayoría de los cristianos, incluso fervorosos, un cuarto de hora por el rezo —muy loable, por otra parte— de algunas oraciones en su honor? (Cap. V)
No, nuestro amor no podría contentarse con una respuesta tan incompleta, tan parcial… Nuestro amor sueña con glorificarla a todas horas, en cada minuto de esta vida…
¡Y este sueño, gracias a nuestra Consagración, se convierte en una realidad incontestable!
Obremos de modo que esta realidad sea cada vez más actual y más profunda.
¿Qué alma prendada del verdadero amor a María dejará de comprender y repetir la exclamación de Montfort, cuando nos revela este lado espléndido de su verdadera Devoción: «¡Qué consuelo!»?